ENTREVISTA

Patricia Negri



Entrevistas » 01/04/2014

 

 

Es una de las más queridas maestras de Florencio Varela. De las que llevan el guardapolvo y las tizas en el corazón, y siempre le pusieron pasión y amor a su trabajo. Los que tuvimos la suerte de tenerla como docente la recordamos frontal, alegre, empujándonos a salir a la vida, a correr por los campos, a subirnos a los árboles. A vivir sin miedo. Edna Patricia Negri nació en Mercedes, Provincia de Buenos Aires, el 17 de noviembre de 1941, pero llegó a Florencio Varela cuando solo tenía 9 años. Está casada con Guillermo Dingevan, con quien tuvo tres hijos: Guillermina, Ernesto y Ana, y tiene ocho nietos. Con ella, dialogamos en su casa de la calle Newbery.

 

-Háblenos de su niñez…

-Eramos cinco hermanos. Papá era bancario, así que lo trasladaban de un lugar a otro. Estuvimos en Pigüé, Bahía Blanca, Lamadrid, Carhué. Nos vinimos para acá en 1951, yo llegué muy chica, con 9 años, por eso para mí Florencio Varela representa mi infancia. Fui a la Escuela 11, con compañeros como Carlitos Calvi, Lucrecia Escaray, Lilia Goyena, Yiyo Belmonte, Calvo, y como maestras tuve a Pocha Ruiz, que fue divina, y sigue siéndolo, y a María Eufemia Añorga.

 

-¿A qué jugaba?

-A las casitas, al pide pan, la rayuela, la bolita, la payana, las figuritas, que tenían brillantitos, y con las figuritas de varones, al puchero y a arrimar.

 

-¿Cómo era aquel Florencio Varela?

-Muy pueblo, muy chico. Primero vivíamos del otro lado de la vía, en la calle Quintana. Papá trabajaba en el Banco Provincia, que estaba donde ahora funciona el Banco Francés, y después nos mudamos a un departamento de Monteagudo debajo de donde estaban Diéguez y Girola. Ahí se juntaban mis hermanos Estela y Eduardo, con Titique Rosselli, Pucho Morbelli y Horacio Guarasci, a escuchar discos. Mi hermano les ponía masilla a los autitos de plástico y jugábamos carreras en un pasillo larguísimo. Y más tarde hicieron esta casa, donde ahora vivo. Esto era un paraíso. Casi toda la manzana estaba ocupada por la quinta de Villa Abrille… Jugábamos con las chicas de Boyer, las Rivarola, y los Kopelmann… Esta casa siempre estaba llena de gente…Y era estar todo el día arriba de los árboles, jugando a Tarzán y a los cowboys… Mamá me decía «Patricia, ya sos una señorita…» y yo la miraba… y pensaba ¿Qué me quiere decir? A veces nos lastimábamos pero no decíamos nada… Nos poníamos una hoja de ligustro para parar la sangre, y seguíamos jugando. Nunca nos agarró tétanos, ni nada… ¡Qué salud que teníamos! Villa Abrille nos había dicho: «la quinta es de ustedes, jueguen, pero no rompan nada». Mamá nos pedía que nos quedáramos adentro a la hora de la siesta, pero cuando se dormía, nos escapábamos por el techo, nos tirábamos sobre la casilla del gas y nos íbamos con una manzana y un libro, a leer a la punta de un pino altísimo, desde el que se veía el Kilómetro 26. Y una vez, hasta acompañamos a una tía de Beatriz Villa Abrille a matar a alguna comadreja que andaba comiéndose las gallinas, lo que fue toda una aventura. Después hicimos un club, «Los Tronquitos» y tuvimos un periódico, que salió tres números. Mamá incentivaba todas esas cosas. Ella era maestra, pintaba cuadros, nos daba libros, y nos daba ideas. Nunca podías decir que estabas aburrida al lado de ella, porque enseguida te ponía a cocinar, a pintar o a zurcir medias… Eso sí. Mamá me mataba si no estudiaba. Si tenía un siete, preguntaba por qué no tenía un ocho, si era un ocho, por qué no tenía un nueve… Era muy exigente.

 

-Eran tiempos distintos…

-Claro. Andábamos en patines, por la bajadita de la Avenida, hasta el monumento a San Martín. No había ni un auto, todo estaba tranquilo, y teníamos mucha libertad de movimientos. Nos íbamos por cuatro horas, nadie sabía donde estábamos y el único peligro podía ser caerse de la bicicleta, o algo así… Íbamos a comprar al almacén de Angarola, y dejábamos las bicis ahí, nadie las tocaba, hasta que Orlando cerraba y las guardaba hasta el día siguiente. Agarrábamos las bicicletas y nos íbamos hasta el Arroyo Las Piedras o al Davidson. También íbamos a la pileta, primero a la de Agfa, después a la del Nahuel, que se llamaba «Los locos que se divierten»…

-La Secundaria la hizo en el Sagrado Corazón, y ahí egresó como maestra…

 

-Para mí recibirme de maestra fue algo natural. Entré al Sagrado Corazón, que era la única escuela secundaria que había y salí maestra, de la tercera promoción. Mis compañeras eran Susana Dessy, Chichi Peiti, Susana Ruiz Díaz María Matilde Rodríguez, Ana María Lorenzelli…En los festejos de Primavera teníamos un problema: ¡Faltaban varones! Y fue por eso que muchas nos casamos con muchachos de otros lados… Hacíamos bailes para juntar plata para viajar a Bariloche, en las casas de familia, acá, en la de Lidia Goyena, en la de María Matilde Rodríguez, en la de Lucrecia Escaray… Mi hermana Estela me presentó a Guillermo, que era preceptor en el Comercial y venía de Belgrano…

 

-¿Cuál fue su primer trabajo?

-Papá y mamá siempre nos impulsaron a que nos la rebuscáramos con algo. Yo tenía alumnos particulares, y pintaba fotos para el fotógrafo Daels, un belga, que me daba una pintura especial traída desde Bélgica. Con eso me ganaba unos pesos.

 

-¿Y como empezó a ejercer la docencia?

-Cuando me recibí de maestra estuve un tiempo en la Escuela de Hermanas, y después pasé a la Escuela 10. Más tarde fui a la Escuela 9, del Kilómetro 26, que funcionaba donde ahora está la comisaría, en pleno campo. Esa fue una época muy linda, de muchos desafíos, de crear la escuela y la biblioteca, y plantar árboles… con kermeses, partidos de fútbol… Con chicos muy sanos y puros.

 

-¿Después pasó a la Escuela 1?

-Sí. En la Escuela 1 estuve casi 20 años. Ahí las maestras éramos todas conocidas, y el colegio tenía el prestigio de una escuela privada. Se trabajaba realmente muy bien Cuando llegó la democracia, los chicos se reunían para resolver asuntos entre ellos, en una asamblea con presidente y secretario, con mucho respeto, era fantástico. Eso era como tomar aire libre… Veníamos del Proceso, con libros prohibidos, y a mí que me pongan freno nunca me gustó. «Mi Planta de Naranja Lima», era uno de los libros que no se podían leer. Una vez, la vice directora, Tita Palucito, nos dijo, obligada por la situación, que lamentaba tener que revisar las bibliotecas, para ver qué libros podían estar y cuáles no. Ahí se dio una anécdota muy graciosa, ya que cuando se abrió la biblioteca de Lía Dessy aparecieron 30 rollos de papel higiénico y una Biblia… Es que ella les había dicho a sus alumnos que llevaran el papel porque no había en el baño…

 

-Finalmente, se jubiló como Directora de la Escuela 5, de Villa San Luis. ¿Fue un destino que pidió?

-Sí, lo pedí y concursé para ese puesto. Ahí había un grupo de maestras excelente… Una escuela en medio del campo, con ruralidad, que significó una experiencia muy buena, como para escribir un libro.

-Una vida linda, la suya…

 

-La verdad que sí. No puedo quejarme. Porque Dios me dio la fuerza de sobrellevar los momentos difíciles. Creo que la fe ayuda a encarar los problemas, y también ayuda el ser positivos, algo que comparto con Guillermo.

 

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