EDITORIAL

Muertes y suicidios



Editorial » 01/10/2015

Que el mismo día que la Presidente de la Nación dijo que no quería «un país en el que los niños se mueran en la playa», se haya muerto un chico qom en Chaco, da un parámetro de la hipocresía del relato kirchnerista.
Mientras que Cristina Kirchner hacía «pucheros» por cadena nacional, «conmovida» por la mundialmente famosa muerte del chiquito Aylan, otro pibe se moría por desnutrición en la Argentina, sin que ella hiciera ninguna referencia al asunto. Un pibe, bueno es recordarlo, integrante de la misma comunidad que está acampando desde hace meses en Avenida 9 de Julio, esperando que se digne a recibirlos.
Por si fuera poco, el gobernador reconvertido en alcalde Jorge Capitanich dijo que la muerte se debió a «cuestiones culturales». En un episodio similar, años atrás, el mismo funcionario había dicho que se trató de un «caso aislado».
Pero, según la oposición, desde 2011 murieron en esa provincia más de 2000 niños por problemas de alimentación.
En Chaco, al igual que otros sitios del país, la pobreza se transformó en el mejor seguro para ganar Elecciones, poniendo en práctica todo tipo de irregularidades para sumar votos: desde el reparto de mercaderías hasta la lisa y llana compra de voluntades a través de dinero en efectivo. La aberrante metodología ya está tan arraigada que muchos la justifican bajo el obsceno manto de las «picardías políticas».
Está claro que el negocio de estos feudos del nuevo milenio no es terminar con la indigencia, sino fomentarla. Cuanto más necesidades existan, mayor dependencia habrá del poderoso de turno.
Los que repiten como autómatas la cantinela de la «década ganada» deberían ver cómo vive la gente no solo en Formosa o en Chaco, sino en las villas y asentamientos del Gran Buenos Aires, para tener noción de qué lejos se está de los espejitos de colores que nos quieren vender desde el oficialismo. Es fácil y alevoso ser nacional y popular desde el confort del que goza la casta gobernante, muy lejos de los barrios sin gas, cloacas ni agua potable, en los que miles de argentinos sobreviven en condiciones sobrehumanas.
Como «estamos mejor que en Alemania», en el paraíso K no existen los pobres. Y el INDEC esconde los índices de indigencia, del mismo modo que falsea la inflación y las estadísticas en todos los tópicos.
Es el país en el que el candidato del oficialismo dice tener todas las recetas para solucionar los problemas que paradójicamente, él y su propio partido niegan que existen. Un candidato que acaba de dar a conocer una declaración jurada en la cual la monumental residencia en la que vive vale poco más que un departamento de tres ambientes, dice poseer un auto viejo y una lancha que cuesta 1200 pesos. El candidato que marcha primero en las encuestas y al que la propia Estela de Carlotto definió como un «presidente de transición» hasta «la vuelta de Cristina».
Un país extraño, en el que los chicos se mueren, y los grandes parecemos empeñados en suicidarnos cada cuatro años.


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