ENTREVISTA

El “Galgo” Rodríguez



Entrevistas » 01/02/2016

«¡Adiós, Largavida!» «¡Chau, Campeón!»… Para Oscar Rodríguez es habitual escuchar este tipo de expresiones de afecto cuando, cumpliendo con una rutina diaria que ya lleva décadas, avanza trotando por las calles varelenses.

«El Galgo», como todos lo conocemos, no aparenta más de 60 años. Pero resulta que está por cumplir 81.
Este extraordinario ejemplo de vitalidad y conducta deportiva nació el 11 de febrero de 1935, en Capital Federal, donde desde muy pequeño le tomó el gusto a correr. Haydeé, su madre, era trabajadora doméstica, y eso la obligaba a dejarlo casi todo el día como interno en un colegio. Nunca conoció a su papá. «Pobre vieja. Tuvo que criarme sin su compañero. Pero ella decía que yo era muy bueno de chiquito, que no hacía ruidos ni me movía mucho, como si no estuviera. Que era tranquilo, no lloraba ni gritaba, y por ahí me quedaba dormido», relata.
Está casado con Teresa Balaguer, con quien tiene una hija, Margarita, y tres nietas.
A lo largo de su vida, corrió alrededor de 1000 carreras, entre ellas nueve maratones de 42 kilómetros cada una. En 1986 se consagró Campeón Sudamericano en su categoría de Veteranos, con 52 años de edad, haciendo 21 kilómetros en una hora y dieciocho minutos. «A veces hasta corría dos veces por día», asegura.
Premiado con el Premio «San Juan Bautista», tuvo a cargo cátedras en sociedades de fomento locales, a través de las cuales transmitía sus conocimientos a cientos de vecinos, una actividad que le gustaría volver a desarrollar. Por eso, espera que el Intendente Pereyra lo convoque luego de esta entrevista, algo que sería una muy buena idea, habida cuenta de su trayectoria y capacidad. «Acá habría que armar una buena escuela de entrenamiento deportivo. ¿Cómo entre 500.000 habitantes no vamos a tener por lo menos 30.000 atletas?», nos dice, convencido.
Haciendo gala de su buen humor, nos cuenta: «una vez una señora me preguntó por qué estaba corriendo todo el tiempo, y le contesté que era para que no pudieran agarrarme los que les debo plata».
Leyenda viviente del deporte local y zonal, el «Galgo» detuvo por un rato su marcha. Y nos contó parte de su historia.

 

-¿Qué recuerda de su infancia? ¿A qué jugaba?

-Jugaba a la pelota, a la bolita, a la rayuela, a la «tapadita» con las figuritas, a la payana. Todos juegos sanos. En esa época, los chicos del barrio podían estar en la vereda jugando tranquilamente, que no les iba a pasar nada.

-¿Dónde vivía?

-En el Abasto, en la calle Sánchez de Bustamante 447, a dos cuadras del famoso Mercado que actualmente es un shopping.

-¿Quiénes eran sus amigos de entonces?

-Manuel Galán, Luis Señoriño, Alberto García. Todos se criaron conmigo.

-¿Cómo era su madre?

-Ella era como la madre de todos… Una maravilla. Era buenísima. Me enseñó muchas cosas. Me daba consejos...

-¿Cuál fue su primer trabajo?

-A mis 13 años, nos mudamos a Mendoza porque mi mamá formó pareja con un hombre que tenía familia en esa provincia. Y volví a Capital, cuando tenía 18 años, a vivir con una tía. Ahí entré a trabajar en una carpintería. Y después, empecé a pintar casas, algo que sigo haciendo actualmente.

-¿Cómo conoció a su esposa?

-Ella vivía en Florencio Varela y visitaba a sus parientes en Capital, muy cerca de donde yo vivía. Jugábamos a la pelota en la calle y la ví…

-¿Cómo fue eso?

-Tirábamos la pelota a propósito adentro de la casa, para entablar conversación. Es mendocina, así que ahí tuvimos un tema de conversación. Dejaba de jugar y me ponía a charlar con ella. Nos pusimos de novios, pedí la mano y me aceptaron. En buena hora. Vinimos a vivir acá y nos casamos en 1960.

-¿De qué trabajaba usted en ese momento?

-Yo trabajaba en el Correo. En Buenos Aires. Los últimos años pasé a la sucursal de Florencio Varela, hasta que me jubilé.

-Volviendo atrás, ¿cómo fue que descubrió su vocación por correr?

-En la escuela los profesores de Gimnasia nos hacían correr carreras. Y yo siempre ganaba… Así que me empezó a gustar. Fui creciendo y a los 15 años comencé a intervenir en diferentes carreras. Cuando me quise acordar ya era una especie de «profesional» del atletismo.

-¿Y cuál fue su primera «carrera en serio»?

- Fue en la década del 50, la Maratón de la revista «El Gráfico», que se largaba desde Paseo Colón, en el Bajo, donde estaba la Redacción, y llegaba al club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, en Palermo. Eran 10 kilómetros, y la corrí varias veces. También corrí varias veces las Fiestas Mayas, desde la Plaza de Mayo hasta Palermo, y en las que después se amplió el recorrido: saliendo desde el Cabildo, y terminando en Lomas de Zamora. Esta prueba era de 21 kilómetros.

-Ganó muchas pruebas, sin embargo, en una maratón no todos pueden aguantar hasta el final.

- Claro. En una maratón llegar ya es un triunfo. Esa es la meta. El que llega es un triunfador. En los 42 kilómetros, cuando el atleta llega a los 30 kilómetros, tiene una pared invisible. El que logra superarla, puede llegar y el que no, se queda ahí. Si para, los músculos se le endurecen y ya no puede arrancar. Al atleta lo hacen los kilómetros. Más kilómetros recorrés, más se habitúa el cuerpo. No hablo de correr en sentido estricto, sino de llevar un ritmo parejo.

-Estamos seguros de que usted , a sus casi 81 años, puede ganarle en una maratón a varios jóvenes de 20. ¿Es así?

—Y, sí… Porque yo corro con la cabeza, llevando el ritmo tranquilo. En una maratón, hay que correr más con la cabeza que con las piernas.

-¿Cuál es el secreto de su vigencia?

- Saber descansar, comer a horario y no tener vicios. Ni cigarrillo, ni alcohol, ni drogas, todo eso está de más: el que se dedica a ello, lamentablemente no va a llegar muy lejos. Algunos me dicen «vos no tomás birra, no fumás, no trasnochás», y yo contesto, lo que pasa es que tengo fija una disciplina, que es la del deporte.

-¿Quiénes fueron sus maestros de vida?

-Osvaldo Suárez, Armando Pino, Ezequiel Bustamante. Tres corredores con los que compartimos muchos momentos y nos entrenábamos en el Parque de Villa Dominico, saliendo a correr a la tardecita por los campos, hasta Dock Sud… Le llamábamos «la Vuelta al Doque».

-¿Se está preparando para alguna carrera en la actualidad?

-Me estoy preparando para la próxima. Esta vez no se hizo la maratón de Mi Pueblo, que corro siempre, como corrí siempre la Maratón «San Juan Bautista». Y las dos maratones nocturnas. Pero sigo entrenando.

-¿Corre todos los días?

-Si no estoy trabajando, sí. Me levanto temprano y salgo a correr, y cuando vuelvo, me pego una ducha y voy a nadar. Por eso estoy sano, puedo mover todo, no me duele nada, y ni siquiera me hace mal el calor.

-¿Alguna vez fue a ver a un médico?

- Es raro que vaya. Si las farmacias tuvieran que vivir de mí, no existirían.

-¿Está contento con la vida?

-Muy contento. No le puedo reclamar nada a la vida, porque la vivo a mi manera. Con el deporte, haciendo lo que me gusta, y divirtiéndome. Me di muchos gustos. Conocí varios lugares y distintas formas de vivir, corrí en Colombia, Venezuela, Puerto Rico, Guatemala, Uruguay, Chile, Perú, Brasil…Y soy millonario, no de plata, sino de amigos. Nunca dejé de correr. Tengo buena salud, me cuido… Voy por la calle y la gente me saluda… Gracias a Dios me quiere todo el Mundo.

-¿Y su esposa? Debe ser muy compañera…

-Ella me acompaña. Es artesana, me conoció corriendo, y sabe que así fue toda la vida…

-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?

-Que le agradezco todo lo que me dio, lo que pude conocer, y mis amigos.

-¿Alguna de sus nietas heredó la pasión por el atletismo?

-Por ahora no. Están dedicadas al comercio. Pero no está dicha la última palabra. Por ahí el día de mañana, cuando yo no esté, aparece algún descendiente que sigue con esto.

-Un bisnieto, por ejemplo…

-Sí.

-Y bueno, la sangre está…

-Sí, la sangre está.


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