ENTREVISTA

Olga de Loisotto



Entrevistas » 01/09/2016

Olga Bergamo de Loisotto nació el 27 de febrero de 1931 en San Doná Di Piave, provincia de Venecia, Italia.

Cuando era jovencita, se casó con el recordado Norino Loisotto, uno de los pioneros del corralón más característico de nuestra ciudad. Con él, tuvo dos hijos, Oscar y Mirta, que les dieron cinco nietos. «Bisnietos, todavía no tengo», aclara. Aunque durante la década del 50 llegaron a Argentina junto a miles de compatriotas para «hacer la América» pensando en retornar cuatro o cinco años más tarde, terminaron arraigados en este suelo para siempre. Igualmente, se dio el gusto de viajar a su tierra natal varias veces: la primera, en 1964, cuando tuvo la felicidad de que sus padres conocieran a sus nietos, y la última, el año pasado. También viajó a Toronto, Canadá, donde tenía una hermana. «Ahí conocí más italianos que en Italia», dice. Actual «nona» de una tradicional familia varelense, nos recibió en su casa de la mejor manera, con masas y hasta un exquisito café rociado con la mejor grappa italiana. Allí, nos contó algo de su vida.

 

-Háblenos sobre su infancia…

-Yo tenía seis hermanos, y vivíamos con mis tíos, en la misma casa, en el campo, donde todos cultivábamos la tierra. Mi padre también tenía seis hermanos, así que con mis tíos y la nona, éramos 19 personas en total. Mi mamá trabajaba en el campo, donde criábamos animales. Sobre todo chanchos, pero no para vender. Por eso teníamos siempre codeguines, bondiola, panceta, de todo. No había plata, pero de hambre no nos íbamos a morir. Y también hacíamos vino. A veces nos ponían a dormir la siesta, nos lavaban la ropa y cuando nos levantábamos volvían a ponérnosla. La ropa se fregaba en casa, pero se iba al Fiume para enjuagarla. El Fiume era una corriente de agua que fluía constantemente. En el pueblo éramos todos muy compañeros, no había envidia.

-¿Cómo era su nona?

-Era buenísima, un pan de Dios. Yo dormía con ella. Me enseñó a tejer con cuatro agujas. Y yo tejía las medias de todos. Cuando nos mudamos, en 1939, la nona vino con nosotros. Fuimos a vivir a Tieso Pordenone.

-¿A qué jugaba?

- Mucho no jugábamos, porque estábamos siempre ocupados. Nos llamaban a la mañana para ir a trabajar, y después caminábamos un kilómetro y medio para ir al colegio.

-¿Cómo eran sus padres?

-Papá me contaba muchos cuentos y era muy cariñoso. Mamá, que se llamaba Carolina, era muy buena. El sábado a la noche preparaba los fideos para toda la semana. Unos más finitos, y otros más anchos. Se amasaban y se ponían a secar, y después se juntaban en una bolsa. Siempre me contaba que cuando eran chiquitas ella y sus dos hermanas iban a misa con el mismo vestido.

-¿Cómo era eso?

-Una iba a las 7, volvía, le pasaba el vestido a la otra, que iba a la misa de 9, volvía, se cambiaba e iba la otra a las 11… ¡Pensar que a mi nieta que también se llama Carolina el placard se le viene encima y no sabe qué ponerse…!

-¿Qué recuerda de la Guerra?

-Que no se podía tener ninguna luz prendida. Se tapaba todo y se ponían los animales a dormir, porque si no, a la noche los aviones te bombardeaban.

-¿Cómo conoció a su marido?

-El me veía cuando yo pasaba con la canasta llena de ropa. Yo era chiquita, pesaba 55 kilos… y andaba con todo ese peso… El me crió…

-¿Cuándo se le declaró?

-Estábamos bailando y me dijo que estaba enamorado de mí, que yo le gustaba, y que también le gustaba mi familia, porque era muy unida y cariñosa. Me puse de novia a los 17 años, cuando él tenía 20. Antes de venir para Argentina se fue un tiempo a Bélgica, a trabajar en las minas de carbón, a 1600 metros bajo tierra. Cuando volvió trajo mucho dinero, suficiente para comprar un terreno y hacer una casa, pero el padre era mutilado de guerra, tenía hermanos menores… y les dejó todo a ellos. En 1950 vino a Argentina, y yo vine en 1954. Estuvimos seis años de novios pero sin vernos y me casé en Italia por poder.

-¿En qué barco viajó?

-El viajó en el barco «Salta», y yo, en el Barco «Buenos Aires», que tardó un mes en llegar.

-¿A dónde fue a vivir cuando llegó a F. Varela?

-Vine a vivir al lado de la familia Coló, en la calle Estados Unidos, en una casa que hizo mi marido junto con un primo. Ellos tenían un horno de ladrillos en La Colorada. El sábado a la noche preparaba un pastón grande de mezcla y el domingo a las cinco de la mañana ya estaba poniendo ladrillos uno arriba del otro. Nunca pagamos alquiler, porque cuando yo vine de Italia me fui a vivir ahí. Cuando mi hijo Oscar tenía un mes, nos fuimos a vivir al campo donde estaba el horno, porque mi marido tenía que hacer un gran sacrificio, yendo y viniendo en bicicleta, volviendo a casa a las once de la noche. Volvía todo embarrado… Casi no se lo conocía.

-¿Siempre pensaban en volver a Italia?

-Nosotros pensábamos estar tres o cuatro años en América y volver, porque allá teníamos a nuestros padres y a toda la familia. Pero cuando mi marido vino un peso valía 120 liras. Al poco tiempo, el cambio se fue a 80 y cuando vine yo era de 40… Cada vez valía menos. Hay que pasarlo, fue como una telenovela… Yo había venido con intenciones de trabajar, pero Norino me dijo que no me llamó para eso. Y no quiso que yo trabajara. Era muy respetuoso y trabajador, y muy humilde.

-¿Cómo era la vida en el Horno de ladrillos?

-Teníamos una quinta y 120 pollos y gallinas. Cuando llovía, en el horno no se podía trabajar, así que los hombres jugaban a las cartas y las mujeres hacíamos buñuelos o cróstulis… Íbamos con los baldes al tambo a buscar la leche para todos, una vez cada una de nosotras. Eran siete socios: Norino, Sergio Pilot, Juan, Bocha, Angelo Babuin, Tomasin y Mario Babuin y todas las familias vivíamos ahí.

-¿Quiénes fueron los primeros amigos que hicieron acá?

-Los tres hermanos del bar El Cazador: Marco, Bruno y Elino Babuin. Santo Piccinin, Catina, su esposa, Oliva, Sergio PIlot, Boccalón…

-¿Cómo era aquel Florencio Varela?

-No había gran cosa. Antes para hacer las compras se iba a Quilmes. Acá comprábamos en Quinca, o en el almacén de Cinco Esquinas, donde aunque no tuviéramos plata nos dejaban llevar de todo y lo pagábamos cuando podíamos.

-¿Se juntaban con los demás italianos?

-Siempre. En «La Patriótica», a bailar y comer codeguines…

-¿Cómo nació el corralón?

-Norino se juntó con Juan y Bocha Babuin. Empezaron a hacer el reparto con una carretilla, después con un caballo, y más tarde le compraron a Cetra el primer camión, que era usado y les costó 70.000 pesos. Pusieron 20.000 pesos cada uno, llegaron a 60.000 y los 10.000 que faltaban se los prestaron los muchachos de El Cazador. Antes se tenía confianza en la gente. El primero que salió fue Juan Babuin, con su camioncito. Al año se compraron un camión 0 kilómetro y salió el Bocha. Y después salió mi marido y se arregló todo el corralón. Trabajaban como bestias, hasta los domingos. Cargando con palas, todo a pulmón.

-Y progresaron…

-Sí. Había muchos italianos acá e hicieron muchas amistades con arquitectos y constructores, tenían mucho trabajo, era una mina de oro.

-Ya que mencionó a los cróstulis, ¿nos cuenta cómo los hace?

-Con harina Blancaflor, dos o tres huevos, según la cantidad que haga, rayadura de limón, dos cucharadas de azúcar por cada huevo, una pizquita de sal… Bato los huevos hasta que quede una crema espumosa, caliento un tarrito con leche, pero hasta que quede justo tibia, porque si no se queman los huevos y la harina, le pongo caña Legui y grapa también… Al final les tiro azúcar impalpable arriba, y listo.

-Y se los come toda la familia…

-Sí. Mis nietos me preguntan ¿Nona, cuando hacés cróstulis?... Y los hago…

-Se la nota feliz…

-Sí, porque pasé una buena vida, mis hijos salieron muy trabajadores y tuvieron una buena base. Siempre le dijimos que por cualquier cosa que les pasara, los amigos eran los amigos, pero los padres éramos los padres.

-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?

-Que me siga dando la salud que tengo. Nunca estuve en un hospital… Y acá estoy todavía.


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