ENTREVISTA

Alicia Alvarez De Echavarría



Entrevistas » 01/11/2016

Alicia Alvarez nació en Azul, provincia de Buenos Aires, el 16 de abril de 1940. Casada con Manuel Echavarría, esta querida maestra de 76 años de edad sigue amando a su profesión como el primer día que la ejerció. Madre de Jorge, Walter y Viviana, y abuela de seis nietos a los que como es imaginable, adora, confiesa que tiene una asignatura pendiente: aprender piano.

Dos años mayor que su esposo, el tema de la diferencia de edad da lugar a bromas entre ambos, inclusive para dejar en claro cual es su forma de vida: «Siempre le digo a Manuel «un minuto de nervios, es un minuto menos de vida»… Gastate los tuyos, no los míos que me quedan pocos»…, nos cuenta entre risas. Con ella, dialogamos en la Redacción de Mi Ciudad.

 

-¿Qué recuerda de su infancia?

-Era muy chiquita cuando nos fuimos a vivir a Lanús. Mi hermana Delia perdió el año en la escuela porque tuvo varias enfermedades eruptivas, sarampión, viruela, varicela…y yo la alcancé. Mi papá trabajaba en Vialidad Nacional y hacía caminos. Vivía en el campo, con dos casillas con ruedas, tiradas por caballos. En una estaba la cocina y en la otra, el dormitorio. Mi mamá lo acompañaba en todo. Lavaba la ropa de los peones, y con un barril y un caballo hacía varias leguas para ir a buscar agua. En la Estancia la gente nos traía golosinas… Nos decían las hijas del Carrero. Cuando mi papá estaba lejos, le llevábamos la merienda con un sulky. Mamá le ponía una bandera para que supiera que era la hora de comer. Más tarde nos pusieron pupilas en el colegio Nuestra Señora de la Misericordia, de Rufino. La escuela nos la pagaban los dueños de las estancias a los que mi papá les hacía los caminos.

-¿Veían a sus padres?

-Veíamos a mi mamá en las vacaciones de invierno, una vez por año. Pero la pasábamos bien. Las hermanas eran muy buenas con nosotros. Después nos llevaron al colegio Notre Dame, de Lincoln. A papá lo trasladaban de acá para allá… Pero mi infancia fue feliz. Las monjas nos mimaban, nos llevaban a pasear con ellas. Cuando tomamos la primera comunión, mamá vino con mis hermanos más chicos y estuvo una semana con nosotros.

-¿Usted siempre supo que iba a ser maestra?

-Sí. Sentí la vocación desde muy pequeña. Cuando estábamos pupilas, actuábamos en los actos, inventaba novelas que representábamos… Y ya le arreglaba los cuadernos a los otros chicos. Eso me gustó siempre.

-¿Cuándo vinieron a Florencio Varela y por qué?

-Cuando mi hermano menor tenía que empezar la escuela, papá decidió que nos mudemos a Florencio Varela, en 1952. Acá estaba mi tío, Pedro Alvarez, que era ferroviario y vivía del otro lado de la vía. Compramos un terreno en la calle Vélez Sársfield, frente a la casa del constructor Claudio Dal Vecchio. Y vinimos con una casilla, que se movía como una casa rodante, pero tirada por caballos. Vivíamos en una de las casillas y papá fue levantando una casita en el fondo del terreno. Después, con un crédito del banco Hipotecario, empezó a edificar la casa adelante. Era peón de albañil y después oficial, trabajando con Dal Vecchio. Más tarde nos fuimos a vivir a la calle 25 de Mayo.

-¿A qué escuela fue en nuestra ciudad?

-Mi hermano entró a la Escuela 1 y nosotras a la Escuela de Hermanas, que recibía solamente chicas. Mirá lo que es el destino… Nosotras veníamos todos los días caminando por la calle Vélez Sársfield al colegio, y Manuel también venía con su hermana Anita desde Villa Susana y nos encontrábamos… Mi hermana se hizo muy compinche de mi cuñada. Después, dejamos de vernos por muchos años… Hasta el casamiento de Ana, que nos invitó… Ese día volvimos a vernos con Manuel, pero solo esa vez. Y tiempo después, en 1959, en el famoso Baile de las Lucecitas, en el club Varela Junior, lo volví a encontrar. Manuel estaba cruzado de brazos, mirando la orquesta de Pugliese, ya que él es fanático de Pugliese… Cuando mi hermana me dijo que estaba, le dije que no lo mirara que se iba a dar cuenta. Y nos vio… Bailó con mi hermana y después conmigo… Y bueno… A los pocos días, empezó a pasar todos los días con la moto por delante de mi trabajo. Y en un baile se me declaró. Pero le dije que no, porque iba a hacer el servicio militar y se iba a olvidar de mí, Me dijo que no era así, que se iba a salvar del servicio militar por tener al padre enfermo. Y fue así. Vino a mi casa con la libreta firmada… Mi papá escuchó la moto y me dijo «Me parece que es para vos…». Salí y me dijo «acá te traigo la libreta». Pasó y fue derecho a hablar con mi papá.

-¿Quiénes fueron los primeros vecinos que conoció?

-Los Dal Vecchio, los Watson, la familia González… Una señora llamada Margarita, que había ganado una casa con los Bomberos. Mi mamá trabajaba como mucama en Capital y mi papá seguía con su trabajo, así que nosotras pasábamos mucho tiempo solas y no salíamos mucho.

-¿Con quiénes iba al colegio?
-Siempre fue el mismo grupo: mis compañeras de Primaria, con las que nos recibimos de maestras y con la mayoría de las cuales todavía nos seguimos reuniendo… Con nosotras, la Hermana Reinhildis creó la secundaria. Estaba una chica Antonini, Chichita Devincenzi, María Rosa Faraoni, Edda Gonano, Bidú Scrocchi,la Hermana Mónica Klein, María Rosa Rodríguez, la Hermana Ana Klöster, Nelly López, Rosa María Mangifesta, Nora Villalba, Martha Soriano, Agustina Rau, que es de Darregueira, Ana María Villa Abrille, Ketty Villar, la Hermana Antonia Duckard… Tengo grandes recuerdos de mi papá y mi mamá. Yo era más apegada a él, pero siempre voy a reconocer todo lo que hizo mamá por nosotros… Cuando fuimos a la Escuela de Hermanas, para pagar el colegio ella lavaba la ropa de un señor Valentíni, que tenía una empresa. Pero a mí nunca me hicieron una diferencia, ni me apartaron. Estuvimos unidas desde sexto grado, toda la secundaria, y toda la época de maestras.
-¿Cuándo empezó a trabajar?
-Me recibí en 1957 y enseguida la Hermana Reinhildis me puso al frente de un aula en el Colegio de Hermanas. Tuve como alumno a quien hoy es mi cuñado, Juan Carlos, que me sigue tratando de usted, porque fui su maestra. Hasta 1963 estuve ahí. En 1959, cuando aún no tenía el nombramiento, estuve como suplente en la Escuela 15 de Villa del Plata, donde estaba la directora Lidia Raia, de la que aprendí muchísimo. Era una escuela muy humilde, funcionaba en la casa de la familia Ferrari, que prestaba algunas habitaciones para las aulas. Ahí también trabajó el maestro Omar Fernández. Las dos aulas estaban pegadas, y él abría la puerta para escuchar cómo daba clases yo… A mí me daba vergüenza y yo la cerraba. La directora era Niche De Rosa, una muy buena persona. En 1960 me designaron en la Escuela 20, donde la directora no me recibió muy bien, porque tenían dudas sobre nuestros puntajes y si podíamos o no tener dos puestos. Cuando todo se aclaró me dijeron de volver, pero no quise. Fui a la Escuela 3 de Villa Mónica, que era de chapa y tenía tres turnos. Manuel tenía una moto Capri con la que me llevaba al colegio y a veces me buscaba a la salida. Ya estábamos casados y en 1969 pasé a la Escuela 20. Ahí estuvo como directora otra docente excelente como era Leonor Landi
-¿Cómo era dar clases en esos años?
-En Villa Mónica enseñaba más cosas de la ciudad. Semáforos, señales de tránsito… Sobre el campo, ellos sabían más que yo, Y acá, enseñaba a la inversa… A veces alguien me para en la calle y me pregunta si soy Alicia, la que fue su maestra… Eso es una satisfacción. Tuve muchos alumnos que recuerdo, como Alfredo Scrocchi, Stella Bengochea y Graciela Llames Massini…
-¿Dónde vivió cuando se casó?
-Cuando nos casamos vivimos en una casita de Zeballos, hasta que nos entraron a robar. Manuel que estaba todo el día en el almacén, no quería que me quedara sola allá y fuimos a vivir a lo de mis papá, en un departamentito al fondo… El siempre fue de buscar progresar, y yo la más hogareña. Si fuera por mí viviríamos con la jubilación mínima. En el noviazgo, mi papá le ponía límites a Manuel…Cuando me casé mi papá me abrazó y me dijo «perdoname por todo lo que te hice sufrir». Pero a Manuel lo quería, eran compinches. Y cuando nadaba con los metegoles, Manuel lo llevaba con él para todos lados.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Gracias por todo lo que me dio en la vida. Nosotros vamos todos los domingos a misa. Si El me acompaña tanto toda la semana, ¿cómo no voy a darle yo un día a El?


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