Mudanza



Edición Impresa » 03/05/2024

El calor había agregado un condimento especial: los mosquitos. Entre el Off caro y la suba de precios por todos lados, finalmente, la garantía se aprobó.

El calor había agregado un condimento especial: los mosquitos. Entre el Off caro y la suba de precios por todos lados, finalmente, la garantía se aprobó. Nos dieron las llaves de la nueva casa. Ya teníamos empacado los pocos cacharros en cajas, bolsas. Con qué poco se puede ser feliz. Nos mudamos un martes en un camioncito chino que a mi padre le prestó su jefe en el trabajo. Vinieron a ayudarnos mi hermano Ignacio y mi amigo Darío. Hicimos dos viajes. Shirley hizo uno solo.

Antes de comenzar quiero pedir disculpas a los lectores de mi querido diario Mi Ciudad por no haber mandado crónicas durante estos meses. Revolcado en la tarea de hacer y deshacer lo que vivimos este tiempo, en una calurosa noche de enero, mientras cenábamos, vino la señora que nos alquilaba la casa compartida para decirnos que la hija había vendido la casa de la abuela y vendría a vivir a donde estábamos nosotros, que nos teníamos que ir en dos meses. En medio de la desesperación, empezamos a buscar un lugar donde vivir, se hacía imposible soltar lo poco que creíamos tener, el recuerdo de Munchito complicaba todo aún más.

Lo encontramos en las escaleras del hotel donde vivíamos. Recuerdo que le fui a comprar comida al supermercado. Volví, seguía ahí. Le dije: vení, vamos a la pieza. Hacía sus necesidades en una lata que usábamos para hacer bizcochuelos. Y tenía algo raro: le gustaba el agua. Cada vez que nos bañábamos aparecía para mirarnos, para decirnos: quiero entrar, déjenme ser parte de su vida. Un día lo bañé. Le encantó. Entonces le buscamos un mejor hogar. Nos mudamos en Julio del año del mundial. Una tarde lo llevé a vacunar en una plaza abrazado al hombro. En la fila para la vacunación eran todos perros. Recuerdo que les dije a los dueños, me dejan pasar por favor. Todos dijeron que sí, ante los ladridos insoportables que vociferaban contra la humanidad de Munchito. Nunca vi un gato tan cariñoso, tan juguetón. No tenía maldad. Una tarde noche en la que había estado con Darío y Yamila conversando sobre cine, estábamos en la cama acostados y vino a pedirnos auxilio. De su boquita salía sangre. Lo llevamos inmediatamente a la veterinaria. No hubo caso. Murió un 3 de Mayo. Había comido algo. Lo enterramos en el jardín, al tiempo creció una lavanda. Le preguntamos a todo el mundo para mudarnos, pero en realidad no nos queríamos mudar. Caminamos por todos lados. Un día Shirley consiguió una casa en los fondos del conurbano. Conseguimos garantía, mis primos Joni y Braian salieron de garantes. Pero hubo un problema con la garantía porque era bien de familia. Entonces buscamos otra y la mandamos para que la inmobiliaria la envíe a La Plata para que la aprueben. En medio de esta espera, la hija de la señora que nos alquilaba había desembarcado en la casa con todas sus cosas y sus hijos. La heladera en el medio del pasillo, un colchón en el jardín, estantes en la galería, parecía una puesta en escena de Marta Minujín. Y a la vez vinieron los hermanos y el ex marido para firmar la venta de la casa y repartir. Todos apilados, nos convertimos en el pato de la fiesta. Nos miraban mal, nos hacían sentir el rigor de ser visitantes en tierra hostil. Como cuando fuimos aquella vez a Rosario a ver a Defensa con mi papá y mi mamá. La señora vino una tarde a decir que nos fuéramos ya, que no había más tiempo. Fue un empujón. Teníamos que irnos. Dejar atrás lo vivido. Volver a empezar. Por suerte salió todo bien. Dice Alejandro Zambra en un libro: Hay dos mudanzas posibles: la del que busca la salida y la del que busca el regreso.

Ahora tenemos una perrita que se llama Mandarina. Se hubiese llevado muy bien con Munchito.


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