Hipócritas



Editorial » 02/05/2024

La reciente reaparición de la condenada por corrupción Cristina Kirchner fue el último emergente de una semana en la que, otros responsables -como ella- de haber llevado al país a una situación crítica...

La reciente reaparición de la condenada por corrupción Cristina Kirchner fue el último emergente de una semana en la que, otros responsables -como ella- de haber llevado al país a una situación crítica, con un 60 por ciento de pobreza, también aprovecharon para volver a mostrarse en público luego de la traumática última experiencia peronista del gobierno de la inflación descontrolada, la fiestita de Olivos y los vacunatorios vip.
Con su dedito acusador, la ex mandataria, creadora de la muy progresista frase «esto es Harvard, no La Matanza», no sólo pretendió dar lecciones de economía, sino que repartió culpas hacia todos lados, menos hacia ella misma –como siempre- y hasta se dio el lujo de arremeter contra la exitosa empresa Mercado Libre, a la que suele atacar pero en la que invirtió parte de su fortuna, como lo confesó en su última declaración jurada patrimonial. Un detalle que sus fieles pasarán por alto, como tantos otros.
Pocos días antes, en medio de la marcha en defensa de la Universidad Pública, convocada por un motivo válido pero lamentablemente transformada en un acto político donde se escucharon discursos claramente partidarios y hasta golpistas, vimos al ex ministro de Economía Sergio Massa -el que «iba a poner presos a los ñoquis de la Cámpora» y terminó a su servicio- y el que, durante su desastrosa gestión, redujo en más de 70.000 millones de pesos el presupuesto destinado a Educación, algo que en su momento no pareció molestarle a ninguno de los ahora tan convencidos defensores de la gesta universitaria, quedando al borde del fallido cuando, en una entrevista, dijo que «tuvo la suerte de estudiar en una universidad privada». El marido de Malena no sólo no pudo contra Milei. Tampoco pudo contra Freud.
También estuvo allí Martín Lousteau, el senador que, junto a sus pares, la semana anterior se había subido el sueldo escandalosamente al doble, escondiendo su mano, burlándose de los millones de argentinos que sufren el ajuste y que desde hace por lo menos doce años ven achicarse sus ingresos, su patrimonio y cada uno de sus sueños, y hasta justificando tal medida en el hecho de que «la plata no le alcanza» y que «un senador no puede ganar menos que un cajero». Señor Lousteau, señores legisladores: si la plata no les alcanza, vayan a trabajar al sector privado y dejen sus bancas. Nadie necesita su supuesto sacrificio por amor a la República. Agarren la pala, el lápiz o lo que prefieran, y vayan a trabajar de otra cosa.
Un reconocido cardiólogo del Hospital Rivadavia, el Doctor Mauro Fitz Maurice, le contestó al ex ministro kirchnerista -y hoy seudo radical- sin eufemismos: «soy médico, tengo dos especialidades, soy profesor universitario, escribí libros y publiqué artículos, soy Jefe de una Sección en un Hospital de CABA en donde gano 6 veces menos que vos y laburo todos los días sin que nadie me asesore. Generalmente mis decisiones salvan vidas, las tuyas las arruinan. Ah, ¡y también gano menos que el cajero!».
Es que la hipocresía es parte de la política. Por lo menos, de la política argentina. Ese colectivo donde algunos saltan de un partido al otro y cambian de ideologías como si cambiaran de camiseta sin la menor vergüenza. Ese lugar donde varios se desgarran las vestiduras en defensa de la Educación sólo cuando gobierna el partido opositor. Y ese país -este país- en el que las universidades públicas son usadas muchas veces para actividades partidarias, y hasta para glorificación de dictadores y corruptos, bancadas con la plata de todos, y sin rendirle cuentas a nadie.
Un país que votó por un camino distinto. Y cuya decisión hay que respetar por cuatro años. Mal que les pese a los abanderados de la corrupción, a algunas «Madres», a muchos sindicalistas y hasta a algún Premio Nobel de la Paz, disfrazados de democráticos pero adoradores de los totalitarismos.


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