La reacción del Gobierno ante la derrota electoral en las PASO superó todo lo imaginable.
Ningunear a los vencedores, diciendo que son los «suplentes», ignorar la voluntad popular diciendo «me importa un carajo los votos de los otros», agitar los viejos fantasmas de la «desestabilización» y el «golpe institucional», acusar a periodistas de querer «derrocar a la presidenta» y hasta insultarlos con el calificativo de «asesinos mediáticos», son señales de debilidad y negación de la realidad.
Ya nadie sueña con que se felicite a los vencedores después de una elección, como pasa en otros países, porque acá siempre sonará utópico. Lo mínimo que se pide es que se acepte lo que la gente decidió en las urnas.
Es curioso: después de dos años de intentar acallar toda critica blandiendo el argumento del 54 por ciento obtenido por la Presidenta en 2011, y de mandar «a votar otra alternativa» a los que no se alinean con el «modelo», cuando el Pueblo justamente lo hizo, se lo descalifica.
Desde todos los puntos de difusión del kirchnerismo, el mensaje fue coincidente: la gente votó en contra del Gobierno porque «los medios» los convencieron de hacerlo.
La senadora Cristina Fioramonti, confesó aún más claramente su subestimación del voto popular, al acusar a las listas colectoras de «carroñear» votos del oficialismo. En igual sentido, se manifestó su esposo, Carlos Kunkel. ¿Qué quieren decir con esto? ¿Qué la gente se confunde al elegir la boleta en el cuarto oscuro? ¿Qué la gente no sabe votar? ¿Cuál es el problema de tener varias opciones locales pegadas a las listas de un partido nacional?
Tal vez por estos mismos motivos, nunca se avanzó en la reforma de la Ley Electoral, que entre otros puntos, proponía que todos los candidatos estén en una boleta única, en la cual cada votante pueda elegir y tachar a su antojo. El sistema impediría las tradicionales «avivadas» de robo de boletas y votos cadena, y las manipulaciones que permiten que los mismos de siempre estén en el Poder por décadas.
El 11 de agosto, el «relato» quedó más vacío que nunca. Como tantas veces en la historia, ese día el electorado hizo tronar su escarmiento.
El kirchnerismo está asistiendo al final de su ciclo. No todos los límites pueden atravesarse. Por lo menos, no impunemente.
Hablaron de «democratizar la palabra», y de «democratizar la justicia», pero resulta que están espantados ante la «democratización de los votos».