Oscar Tipol es uno de los más queridos vecinos varelenses. «Soy como Quevedo –nos dice- porque me conoce todo el mundo». Entre otros trabajos, fue cobrador por más de veinte años de seguros con Juan Basev. Se casó con la recordada Olga Miller, con quien tuvo dos hijas: Patricia y Mónica. Tiene cinco nietos y dos bisnietos. Y fue uno de aquellos pibes con los que Defensa y Justicia inició su actividad de baby fútbol, hace más de medio siglo… Con él, dialogamos en la Redacción de Mi Ciudad, durante una fría tarde de junio.
-Háblenos de su infancia…
-Nací en la calle Nicolás Avellaneda de Villa Vatteone, el 5 de junio de 1936. Eramos dos hermanos, mi hermano Carlos y yo. Mis padres eran Manuel Tipol y Angela Milanesi. Mi viejo trabajaba en Orbea. Recuerdo cuando hubo una explosión en la fábrica, como también era bombero, tuvo que asistir a sus compañeros, entre ellos Telésforo Muñoz y Gallardo… La casa era de las antiguas, con el pasillo y corredor adelante, y después todas las piezas corridas, la cocina… y el baño al fondo. Atrás de la casa, un campo.
-Y por supuesto, jugaban al fútbol…
-Sí. Pero teníamos un problema… Al lado del corredor, que tenía como quince metros, había uvas. De toda clase, moscatel, chinche, perita, rosada… Como jugábamos con mi hermano en el corredor, con la pelota de trapo, le pegábamos a la uva y mi abuela nos quería matar. Se llamaba Sofía y era la madre de mi viejo, vivía en casa con nosotros y sufría cuando nos veía con la pelota… También pasábamos muchas horas al aire libre.
-¿Con quiénes jugaban?
-Con los chicos del barrio, entre ellos el Toto Mora. El padre de él tenía tambo y muchas veces las vacas se escapaban y se metían en el campito, porque estaba todo abierto. También jugábamos a las bolitas, las figuritas, el balero y al alambre y la ruedita.
-¿A qué escuela fue?
-A la Escuela 10, que está cumpliendo 100 años en estos días. Esa escuela era como mi casa… Ahora si a un alumno le ponen una mala nota, hay padres que van a pegarle a los maestros. Antes era distinto: lo que se decía en la escuela tenía un gran valor. Entre mis maestros recuerdo muy especialmente a la Ñata Robertazzi, en primer grado, a Alfredo Suárez Serrano, en quinto, y a una maestra de Quilmes de apellido Colimberto. Entre mis compañeros estaban Enrique Fahey, Weigandt, Enrique Romano… Y el Director era Ruffo, muy recto y muy bravo…
-¿Usted formó parte del inicio del baby fútbol en F. Varela?
-Sí. Con el fundador de Mi Ciudad, Ramón César Suárez, y su padre… En la sede vieja de Defensa y Justicia, en lo de López… Se armaban equipos… Estaban Ventajita Oyhenard, el Negro García… Jugábamos en varias partes, inclusive en Adrogué Claypole…Tendríamos nueve o diez años. Se jugaba en la cancha de basquet, que estaba atrás, y al costado de la cancha de bochas.
-¿Cómo era aquel Florencio Varela?
-Muy tranquilo, y nos conocíamos todos… En esos tiempos, salíamos de casa y ni siquiera nos fijábamos si cerrábamos la puerta con llave… Uno podía andar por la calle a cualquier hora. Cuando volvíamos a la calle Avellaneda, cruzábamos todo un campo, sin ninguna preocupación.Y decíamos «vamos a Varela» Era la costumbre. Decíamos eso cada vez que pasábamos la vía.
-¿Iba a bailar?
-No tanto. El que era más bailarín era mi hermano. Yo lo que sí hacía era ira la confitería Astor, que estaba en la calle Monteagudo, donde después estuvo El Morenito. Tenía mesas, reservados, una mesa de billar… En el verano nos sentábamos en la vereda, para estar ahí y de paso, ver pasar a las pibas…
-¿Cómo conoció a su señora?
-Su familia era de Capital y estaban haciendo una casa cerca de Quintana y Tucumán. Yo pasaba por ahí y me ponía a hablar con el albañil, y después con el padre de ella. Bueno, un día la conocí, hablamos, congeniamos y nos pusimos de novios.
-¿A dónde salían?
-Ibamos a dar «la vuelta al perro», como se decía entonces. Esto significaba dar la vuelta a la plaza, sentarse un rato en un banco, y después volver por una calle distinta. Había que volver antes de que oscurezca, porque existía un control de los padres de ella en ese sentido. Eran muy estrictos. A mi suegro también le gustaba el fútbol… Con el tema del fútbol tuve bastantes kilombos… porque los domingos, yo jugaba campeonatos relámpago de fútbol y me invitaban a comer… Yo tenía que jugar, y les decía «cuando está la comida, coman, no me esperen». Y comían. Pero después tenía que bancarme a mi señora. Pobre… ¡Cómo me bancaba! Pero si yo tenía que ir a comer o a jugar al fútbol, me iba a jugar al fútbol.
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