Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Gente de Mi Ciudad: Estela Reggiardo vino a visitar a su familia desde Estados Unidos y la entrevistamos.
Estela Rosa Reggiardo nació el 13 de noviembre de 1948 en Florencio Varela. Es hermana de «Lita», la titular de la tradicional tienda «Los Angeles» de nuestra ciudad y vive en California, Estados Unidos, desde hace más de 30 años, muy cerca de sus hijos Dennis, Michele y Romina y sus nietos. «Somos muy unidos», nos dice, feliz. Hace 27 años que trabaja en un importante laboratorio norteamericano, y dentro de un tiempo piensa jubilarse. Durante diciembre pasado, pocos días antes de Navidad, vino a nuestra ciudad a visitar a su tía, hermana y sobrinos. Y por supuesto, como en cada retorno, a sus amigas Pochi Martínez y Marita Mandirola. También, encontró un rato para dialogar con Mi Ciudad.
-¿Vive cerca de la falla de San Andrés?
Sí. Al sur de Los Angeles y al costado de San Diego. Justamente la falla nos pasa por el centro… Ya es parte de nuestra vida. Hay temblores todos los días, pero algunos no se sienten. Por lo general no tienen horarios, pero si son de noche te tiembla un poquito la cama, y si duran mucho, más vale levantarse y ponerse debajo de una mesa rústica y fuerte que tenemos, por si se cae el techo, para que no nos pase nada.
-¿Por qué se fue del país?
-La primera vez que viajamos con el que era mi esposo en 1970 a Estados Unidos, estuvimos cuatro años, y allá nacieron mis hijos Dennis y Michele. . Mi esposo trabajaba con unos tíos que tenían una fábrica de planeadores. Cuando Michele tenía cuatro meses, decidimos regresar a Buenos Aires. Volvimos porque extrañábamos mucho a la familia. Pero como la situación del país no era la que esperábamos, en 1979 fuimos nuevamente a Estados Unidos, donde seguimos hasta hoy. Eso sí, ya teníamos una hija más: Romina, que nació en Quilmes. Pasamos por momentos muy difíciles, pero como dice la frase, lo que no te mata, te fortalece, y ahora estamos muy bien. Cuando volví, retorné a dar clases a la escuela, pero en 1977 renuncié porque no estaba psicológicamente para hacerlo… No podía concentrarme.
La pregunta es inevitable. Estela se refiere sin decirlo, al dolor por la desaparición de su madre y su hermano Quique, en tiempos del Gobierno Militar. Una herida que quedará abierta por siempre y hace que hoy, cuatro décadas más tarde, sus ojos se humedezcan al evocar aquellos tiempos difíciles.
-¿Quiere hablar de ese tema?
-No. Ya está.
-¿Cómo recuerda a Quique?
-Recuerdo que un día corrimos a hacer los deberes, cuando me fui a sentar él me sacó la silla y yo me caí de golpe. Cuando llegamos en 1974 de Estados Unidos, mi hijo Dennis tenía 18 meses y Quique se lo llevó para que lo vieran sus amigos. Era aficionado a la fotografía, y todavía tengo algunas fotos que me sacó con una cámara que le había regalado mi mamá, en la calle Mitre. En verano, sus ojos tomaban un color azul intenso, de cielo…
-Háblenos de su niñez…
-Tengo muy lindos recuerdos de mi infancia. Mi mamá empezaba a las ocho de la mañana a poner la olla para hacer el puchero y la sopa. Mi papá cerraba rigurosamente el negocio a las doce y venía a comer. Por más que hiciera calor, al comienzo siempre había un plato de sopa. Papá se sentaba del lado izquierdo, mi mamá del lado derecho, mi hermana Lita en una cabecera, yo en la otra y mi hermanito Quique en el lado derecho al lado de mamá, siempre todos en el mismo lugar. El conflicto venía cuando Lita decía que no quería tomar la sopa, yo decía que si ella no la tomaba, yo tampoco, y después se sumaba Quique… Hasta que mamá con mucha paciencia nos hacía abrir la boca y nos obligaba a tomarla. Ella tenía una habilidad, de hacer una comida completamente nueva con las sobras que habían quedado del día anterior. Y nadie se daba cuenta… Además, cocinaba para un batallón. Algo que heredé. Papá tenía una máquina de coser y mamá no me la dejaba tocar. Una vez, cuando ella dormía la siesta, fui a jugar con ella… y la aguja me atravesó el dedo de lado a lado… No podía hacer nada, ni gritar, porque me iba a ligar un buen chirlo… Lita se asomó, le dije que me ayude y ella contestó: «¡Le voy a contar a mamá!!!»… Mamá también compraba chocolates cuando iba al centro y después los escondía para dárnoslos de a poco como premio, por alguna razón. Pero yo espié donde los guardaba, y cuando dormían, fui y me los comí… Después mamá preguntó quién se los había comido. Y como todos le dijimos que no habíamos sido, ella dijo que al día siguiente Dios le iba a hacer saber quién se los había comido… Como yo al otro día me broté toda, pensé que era así, que Dios se lo había hecho saber…
-¿Cómo era su padre?
-Mi papá era de poco hablar. A veces yo le mostraba que me sacaba un diez y me decía que podía ser mejor, algo que nunca entendí. Y cuando tenía un problema, yo notaba que le cambiaba el color de los ojos. Mi mamá era más de tomar riesgos, y él, de ir a lo seguro. Pero se complementaban bien. Recuerdo muy claramente cuando nos íbamos a dormir, que veía a mi papá y mi mamá hablando abrazados, con mucho amor. Es un hermoso recuerdo que tengo. Había diferencias, pero nunca violencia o abusos verbales entre ellos. Si alguna vez tuvieron un problema económico, nunca lo supimos. Pero criando a mis hijos muchas veces reflexioné sobre eso. Para mí a veces era difícil, y lo habrá sido para ellos, por ejemplo si una les pedía un vestido… Cuando nos regalaron un reloj de oro a los quince años, quién sabe lo que eso les costó… La educación que nos dieron hoy se ve reflejada en nuestros hijos.
-¿A qué jugaba, y con quiénes?
-Los fondos de nuestra casa se daban con los de Pochi, de La Molinera. Ella jugaba muy bien con Lita, pero cada tanto había guerra de cascotazos… y yo me escapaba… Nos conocíamos todos. Enfrente estaban los Toscanelli,Mandirola, Barbalán en una esquina, Rossi y Cabello en la otra, las chicas de Pastor, del bar lácteo, y jugábamos al «patrón de la vereda», a las figuritas, a la tapadita, a la bolita, andábamos en bicicleta...
-¿Cuál era su itinerario arriba de la bici?
-Cuando Lita se descuidaba y yo la podía agarrar, iba por Mitre desde la esquina del negocio hasta España… Una vez me pareció que mi mamá me llamaba, me di vuelta y me estrellé contra un árbol… Otra cosa que nos gustaba hacer con mi hermana era «balconear»…Nos poníamos en la ventana que daba a la calle y mirábamos pasar a la gente…
-Pero la casa no era de dos plantas…
-No. Pero para nosotras era un balcón. La ventana tenía postigones grandes y una esterilla, lo que nos permitía mirar para afuera sin que nos vean. Le chistábamos a la gente y no sabían de donde venía el sonido.
-¿Qué cosas veían?
-Y, por ejemplo, cuando Billy Mandirola y Pacheche Toscanini, entre otros muchachos, le sacaban el auto al Dr. Mandirola. Lo empujaban hasta la esquina y ahí lo ponían en marcha…
-Ya estamos hablando de su juventud. ¿A dónde iba a bailar?
-Al Varela Junior y La Patriótica… Cuando estábamos en cuarto año, hacíamos bailes en casas de familia para reunir fondos para el viaje de egresados. Una vez hicimos uno, con mucho éxito en Montecarlo, se había llenado y habían ido chicos de otras escuelas, pero apareció SADAIC y se llevó gran parte de la plata que habíamos recaudado.
-Nómbrenos algunos maestros y compañeros de primaria y secundaria…
-En primer grado, en la Escuela 11 tuve de maestra a María Rosa Garlatti, y en segundo grado, a Cachito Traversone. Después fui al Sagrado Corazón. Mis compañeras eran Otilia Pereyra, Isabel Andreo, Teresita Rodríguez, Aldita Pascuet, Paulette De Wynne, Rita Fava, Marta Cánepa… Amanda Monroe… Y no puedo dejar de mencionar a una profesora muy querida por mí, Alicia Villar.
-¿Se recibió de maestra en el Sagrado Corazón?
-No, en el último año me fui porque tenía problemas con una de las hermanas, así que terminé la carrera en el Colegio Nuestra Señora del Huerto, de Temperley. Viajábamos con los Mandirola, con Sergio Bengochea, Guillermo Perrone…
-¿En qué colegios trabajó?
-Ejercí en distintas escuelas. En la 24 de Sourigues, donde conocí al que fue mi esposo, en la Escuela 31 de Florencio Varela, fui maestra de Inglés en el Instituto William Morris y dí clases de Historia y Geografía en el Centro Cultural Sarmiento, donde funcionaba una escuela nocturna, con alumnos que en su mayoría eran adultos. Una compañera de estudios que después trabajó conmigo, en la Escuela 24, fue Chiqui De Benedetti.
-Se la nota muy feliz…
-Estoy muy contenta y agradecida. Tuvimos experiencias muy fuertes, que nos hicieron adquirir muchas enseñanzas y madurez. Las situaciones más difíciles me fortalecieron la fe en Dios. Y sé que con empeño y ganas se consigue todo en la vida. No hay que ponerse primero, sino darse a los demás, algo que hoy veo reflejado en mis hijos. En esos momentos complicados se siente más la presencia de los que ya no están, mi mamá, mi hermano… y ellos me ayudan a salir adelante. Cada vez en mi vida que pensé «hasta aquí llegué» algo apareció para hacerme seguir.
"Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio. Ley 11.723 de Propiedad Intelectual. Registro Nº 5.185.038."