Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Se acabó. El 22 de noviembre los argentinos dimos vuelta la página de un gobierno nefasto.
El peor gobernador de la historia bonaerense, durante cuyo período se multiplicó la pobreza, la inseguridad y la droga en toda la provincia, terminó su campaña y quizás su carrera política desdibujando la imagen que había sostenido con miserable indignidad por años como fiel reflejo del espacio al que representaba: agrediendo, mintiendo y hasta violando la veda política. Haciendo trampa como un desesperado que se está ahogando en una ciénaga y con sus manotazos se hunde aún más.
Lo que queda atrás es una forma de gobernar que se llevó puesta a la República, estigmatizando a todo aquel que pensara distinto, desarmando a los órganos de contralor, usando la chequera para alinear y disciplinar, abusando del Estado para perseguir y difamar, intentando dominar a la Justicia y callar al periodismo libre, destruyendo todos los índices estadísticos, ostentando enriquecimientos injustificables y escondiendo la corrupción más repugnante.
Se terminó la retórica de los que se disfrazaron de paladines de los Derechos Humanos, pero que cuando los militares hacían desaparecer a sus compañeros no fueron capaces de interponer ni un habeas corpus por ellos, tan ocupados como estaban haciendo plata con la inmoral usura tan propia de la codicia de los verdaderos buitres.
El kirchnerismo se retira del Poder dejando como legado la más grande división social desde el retorno de la Democracia. Una división que rompió amistades y hasta familias. Una división que inculcó el odio, para disimular las miserias propias bajo el manto de una retórica épica que proclama los ideales de un falso progresismo pero sucumbe ante el color del dinero.
Se abre ahora una etapa nueva en la Argentina. Llega un tiempo que se espera traiga mayor respeto a las leyes, más transparencia, menos prepotencia, y más progreso. Un tiempo de honestidad en la función pública. Un tiempo de control y de equilibrio del poder. Y por sobre todo, a través de la recuperación del empleo digno, un tiempo en el que deberá empezar a hacerse algo en serio por esos millones de argentinos que viven en condiciones infrahumanas desde hace décadas, y a los que el «modelo» que hoy se despide siempre usufructuó como pata fundamental de su estrategia de conservación del poder.
Una Argentina distinta está en marcha. Lograr el cambio real será tarea de todos nosotros. Sí, se puede.