Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Que los bufones a sueldo que nos costaron a todos millones de pesos para hacer propaganda a un partido político y defenestrar a los opositores durante más de una década ahora estén hablando de «censura» es patético.
El programa kirchnerista 6,7,8 le costó al erario público casi 150 millones de pesos durante sus 6 años en la TV Pública, sin contar sus ingresos por «publicidad no tradicional», a través de la cual se le desviaron, por ejemplo, fondos de la ANSES. Algunos de sus panelistas cobraban también otro sueldo en Radio Nacional. Del mismo modo, otros «periodistas militantes» recibían hasta tres sueldos mensuales, mediante los medios del Estado, o a través de los mantenidos exclusivamente con la pauta oficial, y nacidos para fogonear al «relato» K.
Ninguno de estos falsos periodistas tiene prohibido el acceso a otros medios, o está imposibilitado de crear el suyo propio. Sin embargo, hablan de censura. Justamente ellos, que jamás dieron voz a alguien que no encajara en el molde del cristinismo más recalcitrante, que defendieron a los corruptos más grandes de nuestra historia, que ayudaron a falsear estadísticas y a ocultar delitos. Ellos, que fueron cómplices del vaciamiento del Estado a costa del escandaloso enriquecimiento de sus funcionarios y de la persecución y el escrache a todo aquel político, periodista, actor o lo que fuera que no comulgara con el decálogo del «perfecto kirchnerista». Ellos, que aplaudieron a los niños mandados a escupir fotos de periodistas, que acusaron a colegas de complicidad en falsos secuestros de menores, que quisieron reconstruír la historia argentina transformando en héroes a los usureros de ayer y multimillonarios de hoy. Ellos, que justifican el sistema feudal de Milagro Sala, el patoterismo de Guillermo Moreno, la impudicia de Amado Boudou, el racismo de Luis D´Elía, el fascismo de Hebe de Bonafini y el terrorismo de Estado del General Milani, con igual descaro.
Ellos son los que llaman a «resistir» al nuevo Gobierno. A la «derecha», el «neoliberalismo», el «capitalismo» y todos los motes que tanto les gusta proferir desde sus tribunas para los «cumpas», pero que quedan en un rápido olvido a la hora de elegir sus vacaciones, sus ropas, sus autos. Porque son como el zorro que no puede alcanzar las uvas. O como los rabanitos, rojos sólo por afuera.
Devenidos en ejército virtual, encontraron su catarsis post derrota subiendo a cada rato consignas anti-Macri en Internet, pero callando canallescamente sobre el vergonzoso pacto con Irán y la muerte de Nisman.
Pero tendrán que entender que por fin, se acabó el desvío de la plata de todos para sostener un relato con ínfulas de único. Si quieren hacer «periodismo militante» que lo hagan, pero con la plata de ellos o la de sus jefes. Basta de confundir el Gobierno y al partido gobernante con el Estado. El Estado no puede ser una agencia laboral para «la gente del palo».
Para que Argentina sea un país normal y vuelva a insertarse en el Mundo, habrá que resistir. Al relato único, a los apólogos alquilados, a la adulteración de la historia, a los falsos demócratas. Y a los que pretendieron «ir por todo».