Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Cuando aún no llevamos recorrido ni el primer semestre del año, el desfile de ex funcionarios y empresarios K por Tribunales no se detiene y amenaza con incrementarse. Algunas de las caras visibles del gobierno más corrupto de la historia argentina pasaron de su anteriormente habitual expresión de soberbia a la preocupación por lo que les deparará el destino… y la Justicia.
Pretendidamente ajena a la realidad, la ex Presidente de la Nación transformó una citación a declaración indagatoria en un acting para su tropa, en el que La Cámpora se adueñó de la calle y hasta se golpeó a una periodista. Un show patético en el que ella bailó sobre un escenario sin privarse de lanzar veladas amenazas hacia todos los que no comulgan con su ya desteñido relato.
La conducta de Cristina no debería causar asombro. Lo suyo nunca fue aceptar las normas. Quien no fue capaz de entregar como se debía la banda presidencial, y dijo que a ella «había que tenerle un poco de miedo» no iba a amilanarse por la investigación de un juez.
«Yo tengo los fueros del Pueblo», dijo, quien debería cuidar su lenguaje y sobre todo respetar las leyes, habida cuenta de que, aunque nunca firmó un escrito en carácter de tal, se definió como una «abogada exitosa», argumento que utilizó para justificar su incalculable fortuna. Pero no existen tales fueros del Pueblo. Cristina es ahora una ciudadana común, y sin privilegios, que deberá rendir cuentas a la Justicia por las causas que la involucran.
¿Habrá llegado por fin la hora de que los que se roban la plata de todos vayan a la cárcel y estén obligados a devolverla? Es difícil responderlo con certeza. Por ahí andan todavía los «Sueños Compartidos» de Hebe de Bonafini y los Shocklender, el Plan Qunita, las patoteadas de Moreno, el vaciamiento del PAMI, el caso Ciccone, los miles de obras nunca terminadas y los impúdicos e injustificables enriquecimientos de funcionarios de distintos niveles, esperando que también con estos casos «se haga Justicia».
Como espera Justicia aún la familia del Fiscal Nisman, el hombre que apareció muerto a sólo días de haber acusado a la entonces primera mandataria, y cuya memoria el kirchnerismo y sus bufones a sueldo denostaron brutalmente, con la ferocidad propia de los fanáticos.
Es cierto que ver a oscuros personajes como Ricardo Jaime o Lázaro Báez cabizbajos y con las manos esposadas permite soñar con el fin de la impunidad. Pero todavía queda mucho por hacer. Y no es cuestión de quién está en el poder y quien en el llano, ni de quien figura o no en los «Panamá Papers». La cuestión es más profunda: se trata de que la famosa «grieta» se transforme en una aún más grande, que deje de un lado, a los millones de argentinos trabajadores y honestos, y del otro, a los corruptos, que desde hace décadas se vienen robando el país.
El baile de Cristina tal vez haya sido un símbolo de lo que vendrá. Los que están bailando ahora, parecen ser los delincuentes. Y el baile recién empieza.