Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Alejandro Belén nació en Aristóbulo del Valle 76, de Florencio Varela, el 14 de marzo de 1945. Después de muchos años dedicados al transporte de carne en la zona, por estos tiempos trabaja manejando un remis. «Mis hijos me dicen que me ponga una carnicería, pero les digo que no, que la pongan ellos sin quieren. Yo prefiero esto, que es más tranquilo», afirma. Tiene 71 años y está casado con María Augusta Atensio, es padre de Alejandro y Luis, y feliz abuelo de tres nietos a los que disfruta enormemente. Con él, dialogamos en la Redacción de Mi Ciudad.
-Cuéntenos sobre su infancia…
-Hasta los 8 años viví en mi casa natal, pero después, cuando mis padres se separaron, nos mudamos con mi mamá y mis cuatro hermanos a Corrientes entre Quintana y Vicente López, a unos departamentos que se inauguraron donde antes hubo una cancha a la que vino a jugar la famosa «Máquina» de River Plate. Me acuerdo de mi abuela Francisca, aunque murió cuando yo era muy chico. Algunos se ríen cuando lo digo, porque yo tenía 16 meses, pero me acuerdo de un día que yo estaba en la cuna, ella vino caminando y me miró. Todavía conservo ese recuerdo muy nítido.
-¿A qué escuela iba?
-Iba a la Escuela 11. Mis compañeros eran el «Vasco» Ricardo Amilibia y Néstor Barragán. Jugábamos a los juegos de época, la mancha, el vigilante y ladrón… Al fútbol no. Cuando fui creciendo siempre me gustaron más los autos y las motos.
-¿Con qué otras cosas se divertían?
-Cuando pasaba Juan José Chiani con su carro nos subíamos a repartir con él. Llevaba carbón, leña, maíz. En esa época había muchos gallineros y todas las casas tenían las cocinas económicas. Además, estaba el reparto de leche de Alejandro y Rodolfo Calvi, y en las vacaciones íbamos a repartir con ellos. Un día que hizo record de calor en Varela, el 29 de enero de 1957, Calvi se insoló y el hijo me preguntó si me animaba a salir a hacer el reparto con el carro. Yo tenía 11 años… Y dije que sí. Tendría doce o trece tarros de leche… Cuando me di cuenta de donde me había metido, lo fui a buscar al Vasco y salimos. Hicieron 43 grados 9… Ese día se morían las gallinas, los conejos, pero la leche no se echó a perder. E hicimos el reparto perfectamente.
-¿Le pagaron por el trabajo?
-Me pagaron. Lo que no me acuerdo es si le pagué al Vasco…
-¿Qué puede decirnos sobre sus padres?
-Mi mamá nació en Ranchos y era ama de casa. Papá era de San Vicente y trabajaba en el ferrocarril. Ella era un sargento. Cuando estábamos sentados a la mesa ni respirábamos. Y dicen que mi abuela también era bravísima.
-¿Iba a bailar en su juventud?
-Ibamos a bailar a La Patriótica y al club Varela Junior.
-¿A su esposa la conoció en un baile?
-No. La conocí en el barrio. La madre de ella al principio no me quería, pero después cambió. Eso sí, la primera vez que fui a la casa, mi suegra me soltó unos perros manto negro…
-¿Se lleva bien con su esposa?
-No me peleo…
-¿Cuándo tuvo su primer trabajo formal?
-Le pedí trabajo a Cosme Lambardi, que tenía un taller mecánico. Yo tenía 13 años. La entrada estaba por Boccuzzi, y la casa de repuestos de Leo y Alfredo Lambardi estaba sobre San Martín. Entré a trabajar y al mes me llamaron. Yo me preocupé porque no sabía que iba a pasar… Y era para pagarme. Fue una sorpresa. Yo había ido para aprender, no pensaba cobrar… Después de unos meses pude comprarme una moto. Estuve ahí hasta los 18 años. Y más tarde me fui a trabajar al Expreso La Carolina, que después fue la Línea 500 de colectivos.
-¿Era chofer?
-Chofer, y también mecánico. Esos colectivos viejos llevaban repuestos encima porque siempre se rompían. Así que andábamos con discos de embrague, placas, bombas de agua… y manija. Si no arrancaba, si se quedaba sin batería, les dábamos manija. Esto fue hasta 1966, cuando me compré un camión y le puse una caja para repartir carne.
-A esa actividad le dedicó casi toda su vida…
-Sí. Estuve casi 50 años repartiendo carne. Hacía fletes en el frigorífico SUBPGA., que está atrás de «El Amanecer», en Berazategui… Y después, puse un bar en la esquina de la cancha de Defensa y Justicia, cerca del frigorífico El Látigo y del corralón municipal. El bar se llamaba Pipo, cerró en la época de Alfonsín, por la crisis económica, y volví a la carne, con Titi Girola e Ignacio Diéguez. Me armé el reparto con un remate y atendí muchos años a gran cantidad de clientes de toda esta zona. Pero no era fácil… Había que fiar la carne, jugársela…
-¿Quiénes eran sus clientes?
-Pichón Urrutia, en El Tropezón, Manuel Da Costa, que estaba en La Capilla, Di Fonzo, en La Colonia, Gerardo Ochoa, que tenía un mercado en Zeballos, enfrente del zoológico, Daniel Otero, del supermercado Libertad…
-¿Es cierto que la mejor carne se la queda el carnicero?
-Hay un lugarcito, el churrasco del carnicero… que es terrible. Hay un agujerito ahí, en el hueso de cuadril. Tierno…
-¿Antes la carne era de mejor calidad?
-Ahora la carne es artificial. Antes el ganado se criaba con pasto.
-¿Cómo siguió su vida laboral?
-Después compré unos camiones y estuve llevando cueros que eran de Alberto Samid a una curtiembre de Villa Flandria, en el partido de Luján. Era la mejor curtiembre del país, pero cerró. Vendí los camiones y ahora ando de remisero.
-¿Tiene alguna anécdota de la época del bar?
-Una vez un pibe se había metido adentro de una columna de hormigón, siguiendo a un perro, y quedó atascado. Llamé a los Vascos Amilibia y al Gitano Iovanovich, que vinieron con unas masas y una amoladora para romper el cemento… Lo pude agarrar de un dedo, lo moví un poco y lo saqué… Estaban los bomberos, Tito Martínez con un rastrojero, ambulancia, de todo… Del pibe sé que quedó bien, pero no lo vi más.
-¿Está contento con la vida?
-Muy contento. Yo maduré mucho cuando falleció mi hermano Carlos, que era delegado de ORBEA. El tuvo una bicicletería en Zeballos, donde también pasaba las cocinas de querosén, a gas. Después terminó con varios negocios de electrodomésticos. Era muy habilidoso. Se murió demasiado joven… Mi vida fue linda. Y hoy puedo estar con mis nietos… Eso sí, no soy muy aficionado al fútbol aunque soy de Independiente, pero mis hijos y nietos son de Boca. Soy más de los autos. Y soy de Chevrolet. Pero me gustó mucho Oscar Galvez, que era superior. Juan Gálvez era más especulador.
-Hablando de automovilismo, ¿usted vio correr a «Poroto» Cetra?
-Sí, claro. Pienso que Poroto superó el problema de decir «estoy con el coche de Juan Galvez», porque tener ese coche era una carga muy grande. El era pura pasión y nada de experiencia. Una vez lo fui a ver a una carrera que ganó Marcos Ciani, segundo fue Oscar Cordonnier y tercero, Bordeu. Los tres, palabras mayores… El cuarto fue Poroto. Imaginate lo que era Cetra… Cuando se mató, para mí fue por un problema mecánico. Cuando estaba corriendo le hacían señas de que tenía la caja rota. José Bogliolo, que iba con él, no se mató porque iba agachado, escuchando la caja. El auto se dio vuelta y pegó con el techo… Se mató a trece meses del día en que se mató Juan, con el mismo auto. José quedó mal, muy golpeado, pero se salvó.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-¡Qué problema con Dios!… Mirá si viene y te dice «vas a vivir 2000 años»… y ¡hay que vivir 2000 años! Hay que morirse, pero lo importante es que cuando a uno le llegue la hora le llegue bien. Que pueda irme de este mundo con la conciencia tranquila, sabiendo que nunca le quise hacer mal a nadie. 111
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