Por Nahir Haber
En cuarto grado le tuve que hacer una entrevista a una docente. Elegí a Virginia, mi profesora de radio. La consigna era que respondan sobre cómo llegaron a Varela. Virginia me contó que le habían recomendado vivir en Varela porque era un territorio alto. Tanto, que «el suelo llega a la cúpula del Congreso», le dijeron. «En Varela cuando llegué habían algunas poquitas casas quintas y mucha gente que se acercaba a oxigenar sus pulmones, incluso traían a las niñas cuando se hacían señoritas». Siento que fue ayer cuando Virginia suspiraba después de cada frase. «Varela era baja», me dijo «pero eso fue hace mucho».
Estaba completando mi primera década, intuía pero no sabía muy bien qué significaba el adjetivo «baja» para una ciudad ni tampoco sabía cuánto era «hace mucho» para ella. Para mi a los diez años, «hace mucho» era yo a los ocho años.
A esa edad empezaba a entender las unidades de medida o índices de realidad: dícese de palabras o frases que unifican la percepción del tiempo y del espacio entre niños y adultos.
Cuando le contaba una preocupación a mi mamá, ella me preguntaba «¿qué vas a hacer cuando llegues a mi edad?». Para llegar a lidiar con la realidad de ellos que rondaban los 40, faltaban por lo menos nueve mundiales y dos crisis político-económicas argentinas. Cuando Jorge se enojaba con nosotros siempre decía que se «rompía el culo trabajando» y que éramos unos malagradecidos. La medida del culo era para los casos extremos porque cuando era menos malo lo que habíamos hecho utilizaba «lomo». Peor aún era cuando rompíamos algo que le había costado un «huevo», porque sabíamos que cuando decía eso no era el COSTO sino el VALOR; un huevo de mi viejo valía nuestras tres cabezas.
En la escuela en cambio, si nos portábamos mal, la seño Fernanda nos amenazaba con quedarnos sin recreo. Eso significaba perder 15 minutos en la vida, lo que actualmente equivale a revisar dos álbumes de fotos de Facebook, o mandar y escuchar tres audios del whatsapp, a esa edad era el mundo.
Lo que a mi siempre me divirtió decir, es que tenía un abuelo de 35 años y ver la expresión en la cara cuando confirmaban que mi abuela Olga tenía una relación con Gabriel, 30 años menor que ella. Ésta unidad podía ser no tan graciosa cuando derivaba en conflictos morales y muchas otras preguntas que a los 10 años sabía como responder pero no estaba interesada y ahora sí, pero no sé cómo.
Para ese tiempo en Florencio Varela se estaban construyendo los tres primeros edificios de más de 13 pisos: las Torres I, II y III, en principio pensadas para los varelenses recién divorciados. Además de transformarse en excelentes unidades para indicar direcciones, fueron los primeros lugares que nos permitieron ver a Varela desde arriba y comprobar su belleza, esa que me había contado Virginia. Varela de verdad era baja.
Si prestamos atención, todo el tiempo están saliendo nuevas unidades de medida. Sin ir mas lejos, el mes pasado leí una nota donde el presidente decía que mantener Aerolíneas Argentinas nos costaba a los Argentinos, tres jardines de infantes por semana. Enseguida, intenté ubicar mis unidades pero no supe cómo. Un nuevo índice puede estar asomando pero ésta vez no está respondiendo a ninguna de las tres preguntas de la vida: de dónde venimos, hacia dónde vamos ni quiénes somos. Así que cuidado, cuidado porque los índices son inefables, se utilizan ahí donde no llega lo concreto, donde el significado no puede traducirse en cifras y las palabras son obsoletas, ahí donde nuestra percepción del tiempo se reduce a un instante. El resto son comparaciones absurdas.
La entrevista terminó con una pregunta pero me la hizo Virginia a mi. Me preguntó qué quería ser cuando sea grande. Yo le dije que periodista pero que «para eso falta mucho». Y pienso que es un buen índice, porque todavía es verdad.