Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
El militante kirchnerista Raúl Zaffaroni volvió a dar muestras de su real amor a la Democracia, al manifestar que quisiera que «el Gobierno de Macri se fuera lo antes posible» y llamar a «resistir, cada uno desde su ámbito». No deja de ser coherente este pensamiento golpista y desestabilizador para quien fue un obediente juez de la dictadura militar, y que como muchos otros, para ejercer aquel cargo no juró por una Constitución Nacional que no estaba vigente, sino por los estatutos irregulares que regían en aquellos años, en los que mantuvo un conveniente silencio sobre lo que acontecía.
Es el mismo nefasto personaje que en sus tiempos como profesor de Derecho Penal asombraba a sus alumnos con sus teorías abolicionistas de la materia que «enseñaba», el que justificaba prácticamente la comisión de cualquier delito fundado en sus conceptos «garantistas», y que como juez, dictaminó que un auto estacionado en la calle es «una cosa abandonada» y que como tal, no puede ser robada. El que consideró que «obligar a alguien a ejercer sexo oral no es violación» y rebajó la pena de un abusador sexual de una chiquita de 8 años «porque el abuso se cometió con la luz apagada». El que tenía departamentos alquilados como prostíbulos. El que, mostrando su consideración ante el dolor de las hijas de Alberto Nisman dijo acerca de él: «Si no estuviera muerto, lo ahorcaría», refiriéndose a la extensión de la denuncia que el fiscal presentó contra la ex presidente de la Nación pocas horas antes de que lo asesinaran y a la que tuvo que leer íntegramente. El que, durante años, y pese a su absurda visión del Derecho, ocupó uno de los máximos lugares a los que puede aspirar un juez en el país: un escaño en la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Lo peor es que Zaffaroni integra en la actualidad la Corte Interamericana de Derechos Humanos, lugar al que accedió mediante el impulso de Cristina Kirchner. La importancia de esa alta representatividad equivale a la responsabilidad que debería ostentar quien la ejerce. No puede defender valores aquel que los corrompe con sus palabras y con sus hechos. Por eso, ante sus últimas declaraciones, el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires exigió su renuncia, y fue denunciado por «apología del delito».
La sensibilidad de un país que sufrió varias rupturas de su orden democrático implora que los referentes de la sociedad, como se supone debe serlo un juez, actúen con templanza y sabiduría. No hay que olvidarse que no hace ni tres meses, una horda de facinerosos que piensan muy parecido –o igual- que Zaffaroni, intentaron tomar el Congreso de la Nación, y transformaron a la ciudad de Buenos Aires en un gigantesco campo de batalla.
No fue hace treinta años, sino en el último diciembre.
La historia está llena de ejemplos de «iluminatis» que, como Zaffaroni, comenzaron con su goteo verbal anti sistema, tolerado inicialmente por una sociedad dormida, sin advertir que esa perversa incitación a romper el orden finalmente derivaría en un régimen autoritario.
Tirar piedras y poner bombas no es la única manera de buscar el caos. Y el converso Zaffaroni, como muchos de sus actuales «camaradas de ruta» lo saben muy bien.
Hay una sola forma de resistir y de «sacar» a un Gobierno: mediante las urnas.
Señor Juez, llámese al orden, y será justicia.