ENTREVISTA

Angel Pazos



Entrevistas » 01/05/2018

El último 30 de marzo, con una reunión en familia, Angel Pazos festejó sus 90 años de vida. Nacido en 1928 en la ciudad de Buenos Aires, este querido vecino tiene dos hermanos, uno también de F. Varela y otra viviendo en Uruguay, que no pudo participar de la fiesta. Se casó con Nélida Covellone, fallecida hace dos años, con quien vivió más de medio siglo y tuvieron dos hijas: Mabel y Susana, y un nieto. Con su vitalidad de siempre, nos recibió en su casa de la calle Contreras haciendo gala de su memoria, y mostrándonos su huerta, su galpón, donde aún hace algunos trabajos, y su «laboratorio», como denomina a un recoveco donde cocina con la ayuda de un par de extraños artefactos que él mismo construyó, ensamblando piezas de electrodomésticos que la gente desechaba. También nos acerca unos albumes de viejas fotos, en las que se ven gigantescos tomates, berenjenas y zapallos cosechados con sus manos y según cuenta su hija Susana, con ayuda de un misterioso abono. Lector de Mi Ciudad desde toda la vida, Angel llegó a nuestra ciudad cuando era muy pequeño y se quedó aquí para siempre. Con él, compartimos algunos de sus recuerdos.

-¿Cuándo vino a vivir a nuestra ciudad?
-A los cuatro años, en un ranchito que estaba en la Avenida San Martín, donde ahora está el club Ibiza. La avenida era de asfalto, pero había muchas calles de tierra.
-¿De qué trabajaba su padre?
-Mi papá trabajaba en la fábrica de azúcar Méndez, que hacía terrones, se iba a las cinco de la mañana y volvía a las nueve o diez de la noche. En casa teníamos quinta, animales… Vivíamos con mi abuela. Era la mamá de mi madre. Española de Orense, y analfabeta. Ella y mi mamá punteaban y hacían la quinta. Teníamos gallinas coloradas de raza pura, pavos, patos, gansos, cerdos. Y pasado un tiempo le alquilamos un terreno que estaba al fondo del nuestro a la familia Iribarren.
-¿La familia de Panchito Iribarren?
-Sí. Francisco fue padrino de Confirmación mío. En ese terreno, que estaba por Constituyentes, Monteagudo y Almafuerte, tuvimos vacas. Se ordeñaban y yo, siendo chico, iba a repartir la leche en botellas a algunas casas, y a la farmacia de Cascardo.
-¿Qué le enseñaron sus padres?
- A ser buena gente, a no robar, a trabajar. Todas cosas buenas.
-¿A qué jugaba cuando era chico?
-A la escondida o el hoyo pelota. También al fútbol.
-¿Quiénes eran sus compañeros de juegos?
-De los amigos del barrio ya no queda nadie… Eran los Videberregain, Marazatto, Gardini…
-¿A qué escuela fue?
-A la Escuela 1, a la que también fue mi madre. Mis maestras fueron Blanca Eguren y la señora Rosselli, y entre mis compañeros estaban Pérez, Juanita Denón, que vivía enfrente de mi casa, su hermana Pico y su hermano el «Nene», Castaldo, Aye, Tokumoto, Rodolfa Tambosco, Mito Rodríguez… Con Mito fundamos un club de fútbol, que estaba en Avenida San Martín casi esquina Castelli, y se llamó «Los Once Leones».
-¿Cómo era aquel Florencio Varela?
-Era un pueblo de campo. Estaba el campo de la familia Gowland, desde acá hasta Ituzaingó y desde ahí hasta las vías. Y ese campo tenía una laguna, «la Laguna de Gowland», a la que íbamos a bañarnos y a pescar. Había mojarritas, y también anguilas.
-¿Con qué pescaban?
-Con una cañita que nos hacíamos, encarnada con lombrices que sacábamos de la tierra.
-¿Había animales en ese campo?
-Sí. Algunos había. Y también íbamos con mi abuela a cuidar las vacas para que comieran. Salían de mi casa e iban ahí a pastar.
-¿Su mamá cocinaba?
-Sí. Y hacía dulces, de duraznos, de ciruela, de higos, de naranja y de dulce de leche. Cuando cocinaba el dulce de leche, en la olla cuando hervía le ponía el marmijo.
-¿Qué era eso?
-Una bolita, que se ponía en el fondo para que hiciera las veces de revolver, para que el dulce no se pegue. En casa también hacían vino, con una maquinita.

-¿Cuál fue el primer trabajo con el que ganó dinero?
-Aprendí a hacer algunas cosas con un plomero que vivía a una cuadra y media de mi casa y se llamaba Luis Devincenzi. Hacíamos perforaciones en molinos, distintas cosas. Yo tendría unos dieciséis años. No estuve tanto tiempo pero eso me sirvió para más adelante. Una vez estaba en el almacén La Atalaya, hablando con Mariano Supervía, y vino un hombre de la fábrica de telas Jeannot Lardet. Me preguntó si quería trabajar ahí y fui. Les pinté un alambre que todavía está. Después me empezaron a llamar para hacer distintos trabajitos, y terminé entrando como aceitador de una máquina. Con el tiempo fui encargado. Estuve en la fábrica quince años, y gracias a eso pude comprar este terreno y hacer esta casa.
-¿De qué trabajó cuando dejó la fábrica?
-Cuando terminé con la fábrica se complicó bastante. Hice varias cosas, desde tener un bar en La Plata hasta trabajar en unos telares que tenía Genoud, el padre de Luisito. Y en los últimos años me dediqué a hacer instalaciones de gas y plomería.
-¿Iba a bailar en su juventud?
-Mucho no bailaba, pero iba al club Defensa y Justicia, y también al Ateneo de la Juventud. En Defensa se jugaba al truco y al billar. El Ateneo hacía reuniones cada tanto…
-¿Cómo conoció a su esposa?
-La conocí en la fábrica. Era cocinera, le hacía la comida a los patrones. Un día le llevé una flor, y después… Estuvimos 57 años juntos.
-¿Tuvo que pedir su mano?
-No, porque el padre no estaba con ellos, ni lo conocí. La madre era una italiana muy buena. Me casé y vivimos a vivir acá, con la casa terminada. Hace dos años que murió. Pero me quedaron estas dos hijas que son una barbaridad… Están todos los días acá. Si no estuvieran yo no sé lo que haría.
-Usted habló de La Atalaya, el almacén que estaba en Avenida San Martín y Chacabuco… ¿Cómo era ese lugar?
-Era un almacén muy importante, que también tenía un despacho de bebidas. Era de los hermanos Supervía: José, Mariano, Ursula y Tino.
-¿Qué otro negocio había en el barrio?
-Enfrente estaba el almacén de Piccinini, con un surtidor de nafta. Este Piccinini después compró un campo en Ituzaingó donde alguna vez fui a juntar fruta, porque había un monte de duraznos. Y estaba la verdulería de Sbarbatti, cerca de donde está la Farmacia ahora. Y en la esquina de San Martín y Castelli funcionaba un bodegón, muy viejo, en un lugar donde también hubo un almacén. En ese lugar se juntaban algunos borrachos… Tenía una cancha de bochas y se vendía combustible. En Aristóbulo del Valle y España estaba la forrajería de Merlino. Tenía una mujer muy católica. Iba todos los días a la Iglesia, y tuvo un hijo cura, que se fue a vivir a Castelli.
-¿Conoció el Arroyo de las Piedras?
-Sí. Pasábamos mucho tiempo ahí. Era lindo. Con un manantial bárbaro, del que tomábamos agua. Además, el lugar era un balneario.
-¿Cómo fue que se perdió todo eso?
-Y, cuando empezó a venir gente. Uno tiró algo, otro tiró otra cosa… Han tirado cualquier cosa al arroyo, y se terminó arruinando.
-¿Qué personajes recuerda de aquellos tiempos?
-Entre los crotos que andaban por la calle estaban el Paraguayo, el Negro Arregüi, Gaviota, Berenjena… El Paraguayo paraba el motor del Ford T pasando la corriente por los dedos. Era fuerte... Arregüi hacía mandados, estaba mucho con la familia Bassagasteguy y la familia Sanz. Y a Gaviota una vez lo ví tirado durante una helada terrible, sacando vapor por la boca. Tomaba, y bueno… Berenjena vivía en el campo, sobre 9 de Julio, en un rancho de chapa. Daba vueltas, andaba por ahí, pidiendo…
-¿Tiene algún otro recuerdo de su niñez?
-Una vez fui a un espectáculo y vino un payaso negro, Nini Botapumeiro De Souza Tampiraimeiro, en una kermese, en la calle Humberto Primo, que era como se llamaba antes la calle Dr. Sallarés. Ahí había un campo, al lado del Cine Palais, donde se hacían las kermeses. Y también vino Hugo del Carril, al que fuimos a ver con mi mamá, pero yo era muy chico.
-Nombró al Cine Palais. ¿Usted iba?
-Sí. Entre los que pasaban las películas estaba un compañero de escuela que se llamaba Martínez.
-¿Era grande el cine?
-No mucho. Hoy en ese lugar hay un mercado.
-¿Se acuerda de alguna película que vio ahí?
-Ahí vi «La Guerra Gaucha». Y hablando de películas, me acuerdo de cuando vinieron a Varela a filmar la película Kilómetro 111 con Pepe Arias. Cruzábamos el campo con un farolito a querosén e íbamos a ver lo que filmaban, a la Estación Monteverde. Habían puesto unas casas y negocios de utilería, que después quemaron.
-Cuéntenos qué podemos encontrar ahora en su huerta…
-Ahora hay remolacha, morrón, acelga, cinco plantas de repollo, perejil y alguna cebolla de verdeo. En el fondo también tengo algunos conejos.
-¿Está contento con su vida?
-Sí. No me sobra nada, pero no tuve problemas ni los tengo.
-Déjenos un mensaje para su nieto…
-Que estudie, que se reciba y trabaje.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Muchas gracias por lo que me dio y que me guarde un lugarcito por ahí.


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