ENTREVISTA

Ana Vivan de Batistella



Entrevistas » 01/05/2019

Aunque no lo parezca, Ana María Vivan cumplirá 90 años en solo cinco meses. Nacida en Cimpello, provincia de Udine, Italia, el 1 de octubre de 1929, perdió un hermano en la Segunda Guerra Mundial y es viuda del recordado Celestino Batistella, con quien tuvo tres hijos, Graciela, Silvio y Luis. Feliz abuela de ocho nietos y dos bisnietos, llegó a Florencio Varela en 1953 para encontrarse con su esposo, y 18 años después, tuvo la suerte de viajar con él a su país natal, para volver a ver a sus padres y demás familiares y recorrer los caminos de su infancia y juventud. Tiene una gran vitalidad y una memoria envidiable, y hace unos días sorprendió a una de sus nietas al confesarle que había «probado» la patineta con la que su bisnieta circulaba hábilmente por el interior de la pinturería familiar. «Me subí porque vi que era fácil andar en ella, pero no te preocupes que me apoyé en la pared», se justificó, con total naturalidad, al descubrirse su «travesura». Con orgullo, cuenta que se hace su propia comida: «Hoy me cociné una milanesa de pollo y preparé una ensalada con coliflor, una batata y un tomate que se estaba echando a perder…», y confiesa que cuando sus nietas se lo piden, les cocina su menú preferido: ñoquis de sémola, aunque también se queja porque una de ellas, Mariela, se casó y se fue a vivir a Capital. «Habiendo tantas casas en venta en Varela, no sé por qué no se compra algo acá», nos dice.

-¿Qué recuerda de su infancia?
-Teníamos una casa chiquita, y apenas una bicicleta…
-¿Cuál era la ocupación de sus padres?
-Trabajaban en el campo, con mi tío. Después se dividieron y papá compró un campo en Cechini. Éramos medianeros, se trabajaba a medias con el patrón. Se sembraba pasto para las vacas, trigo, avena… Y batatas, una clase para que la comiera la gente y otra para los animales. Y también se criaban gusanos de seda…
-¿Cómo era eso?
-Era un aparato, como si fuera un tejido, y ahí se colocaban los gusanos, que eran chiquitos. Se les ponían hojas de mora, cortadas finitas, para que se alimentaran, iban creciendo y hacían la seda.
-¿Y después como la utilizaban?
-Había fábricas que hacían hilos de seda para telas y ropa. Pasaban a retirar la seda por los campos. En aquel tiempo todos, algunos más y otros menos, tenían estos gusanos para ganar algo más de plata.
-¿Cuál fue su primer trabajo?
-Cuando terminé el quinto grado en la escuela, los patrones quisieron que empezara a trabajar con ellos como sirvienta… Limpiaba, lavaba la ropa y hacía las cosas de la casa, y también les cuidaba a la hijita. Tenía un cochecito y yo la sacaba a pasear por el jardín y por la calle. Habían estado muchos años sin poder tener hijos, pero después tuvieron otra más. El patrón era un teniente coronel y en la época de la Guerra se había escapado, escondiéndose en un Convento de monjas. Tenía un palacio muy grande y en él trabajaban cuatro medianeros.
-¿Cuántos años tenía usted en ese momento?
-Y, debía tener unos diez años. Todavía tengo la pagella…
-¿Qué es la pagella?
-El boletín de la escuela.
-¿La trataban bien en ese trabajo?
-Sí. Muy bien. Cuando mi padre y mi tío se separaron, mi papá quedó con un terreno que tenía una casita, y yo no quería vivir ahí, porque estaba acostumbrada a la ciudad, al asfalto. El patrón no le pagaba, sino que le daba la mitad de lo que se producía. Y después le regaló un auto.
-¿Conoció a algún abuelo?
-Sí. Mi nono, que era muy bueno. Vivía en medio del campo y yo iba a visitarlo en bicicleta. Para llegar, tenía que pasar por el cementerio, así que le decía a mi hermana que me acompañara, porque no me gustaba pasar sola por ahí. Era grandote, como todos mis primos. Tenía una cocina amplia, con una mesa grande, y nos daba para comer zapallo del bueno, o cuando era la época, castañas, que se cocinaban y eran muy ricas. ¡Otra que facturas!
-¿Cómo eran sus padres con usted?
-Muy buenos. No recuerdo que me gritaran o me pegaran.
-¿Con qué se divertían?
-Ibamos a pasear con una amiga, no había bailes ni nada. Y si íbamos a un cine, estaba en otro pueblo, en Cechini. En invierno, a la noche, nos reuníamos en el establo, donde estaban los animales, porque era más calentito. Se ponían una mesa y unas sillas y venían vecinos a charlar, a jugar a las damas o a las cartas, y algunos tejían o cosían. A mi papá también le gustaba mucho jugar a las bochas.

-¿Su madre cocinaba?
-Sí, y hacía las camisas para los varones. Las cortaba y cosía, con una máquina de coser, que ponía arriba de la mesa. Teníamos un fogón y ella lo usaba para hacer una torta. Calentaba mucho ese fogón, limpiaba bien el piso y la tapaba con una hoja de repollo, para conservar el calor. Después, para carnavales, preparaba cróstulis y buñuelos.
-Los cróstulis son un clásico friulano…
-Sí. Son muy ricos.
-¿Cómo lo conoció a Celestino?
-¡Jah! –exclama- lo conocí porque fui a devolver una olla a la casa de enfrente, que era de la familia Loisotto. Y él estaba ahí, se ve que porque era amigo. En esa casa había muchas chicas… Yo tenía unos 22 años.
-¿Cómo se puso de novia?
-Había un muchacho que había venido acá y me empezó a escribir para que me pusiera de novia con él. Pero una amiga me dijo que no le hiciera caso, que estaba enfermo y no sé qué más… Y Celestino, que ya estaba viviendo acá, también me escribió, y nos casamos por poder.
-O sea que se casó y todavía no le había dado ni un beso…
-No, no… No era como hoy en día, que es un desastre. Era otro mundo.
-¿Cómo hizo Celestino para pedirle la mano a su papá?
-Le escribía.
-¿Y él qué dijo?
-Se interesó, y fue a Sant Andrea, el pueblo de Celestino, que era más chiquito que Cechini, a averiguar quién era y cuál era su familia.
-Entonces después de la ceremonia viajó para acá…
-No. Había que terminar los papeles. Viajé a los cinco meses, con mi amiga Inés Passianot, en un barco que tardó 14 días. Llegué a Florencio Varela en septiembre de 1953. El vivía en el campo, en el Horno de Ladrillos en el que trabajaba, a 22 cuadras de las Cinco Esquinas. Y me llevaron en carro, porque había llovido. Cuando llegamos a la casa, hubo una fiesta.
-¿Usted se puso a trabajar cuando vino?
-Sí. Era sirvienta en dos casas, una, la de Pizzurno, y la otra, de unos alemanes, que me hacían lavar las botellas que usaban para fabricar la esencia de vainilla que embotellaban en unos envases chiquitos y vendían en Buenos Aires. También trabajé en la quinta de la familia Faldetta. Ahí juntaba chauchas y tomates. En esos tiempos uno antes de trabajar no preguntaba cuánto le iban a pagar. Aceptaba lo que le daban y listo. De a poco fuimos juntando la plata para comprar la casita, hecha con barro. Tuvimos los chicos… Primero Silvio, después Graciela y a las doce años, Luis…Para ese entonces, ya habíamos puesto una verdulería y una carnicería acá adelante. Hasta que vendimos la heladera y las otras cosas, y pusimos una mercería, que tenía de todo. Celestino ya tenía la peluquería, un oficio que había aprendido en Italia.
-¿Cómo era él?
-Celestino era muy bueno, pero le gustaba demasiado ir a jugar a las bochas, y andaba para todos lados con eso… Tiene no sé cuantas medallas y trofeos.
-¿Competía representando a algún club?
-Sí. A los friulanos.
-¿Qué encontró cuando llegó a Florencio Varela?
- En la esquina estaba el bar y almacén de Bianchi, enfrente estaba Teté, que arreglaba televisores, y lo demás era todo campo. Íbamos acá a la vuelta a juntar hinojos para los conejos.
-¿Tenían conejos?
-Sí. Conejos, gallinas, pollos, lechones… En esa época andaba el colectivo blanquito, pero pasaba pocas veces por día, así que nos movíamos de acá para allá en bicicleta, también para ir hasta el centro de Varela a hacer las compras, a la Casa Gutani, a El Morenito… El carnicero de «Los Leones», que tenía el local donde ahora está el paso bajo nivel, venía a caballo a traernos pan y carne hasta el Horno.
-¿Quiénes fueron sus primeros amigos en nuestra ciudad?
- El primero fue Pedro Fernández, que era nuestro vecino. Tenían un camión y nos llevaban a todos lados. Cuando Graciela tuvo la tos convulsa, íbamos todos a tomar aire con él al Río de Quilmes.
-Se la ve contenta con su vida…
-Sí. Siempre tuve fe en la Virgen, me adapté, trabajé todo lo que pude…Otra cosa no queda. Nunca me hice mala sangre.
-Y si le pudiera decir algo a Dios… ¿Qué sería?
-Que me deje morir tranquila, sin renegar. Con un golpecito, como mi papá, que un día dijo que le dolía el pecho… Mi mamá iba a llamar al médico y él le pidió que no, que le trajera un café. Cuando se lo trajo, ya se había muerto. ¿Viste que muerte linda? Así, sin sufrir.


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