Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Escuchar a Cristina Kirchner hablar despectivamente de las «marcas Pindonga y Cuchuflito» va en la misma línea de otras alocuciones de la ex presidente. «Chicos, estamos en Harvard, por favor, esas cosas son para La Matanza, no para Harvard», dijo hace algunos años, durante una charla en esa prestigiosa universidad norteamericana.
Aunque se disfrace de «nacional y popular», Cristina es una conocida consumidora de las primeras marcas, pero no de leche o de manteca, sino de joyas, carteras e indumentaria. Como muchos nuevos ricos dentro de su espacio, levanta banderas contra el capitalismo y se manifiesta afín a las dictaduras de Cuba y Venezuela, pero adora las compras en New York.
Con su plata cada uno hace lo que quiere, claro. También con su hipocresía.
La despreciativa mención a las «segundas marcas» de Cristina fue replicada por el titular de la fábrica de galletitas «Terepín», quien anunció que su empresa está a punto de exportar, y de paso recordó que el gobierno kirchnerista «llevaba a pasear a empresarios a Angola o a Cuba o a Rusia en misiones comerciales y se daban créditos mi galponcito a los amiguitos que la metían en el lavarropa, mientras los pindonga y los cuchuflitos seguían poniendo el hombro, porque es lo único que saben hacer».
Se quedó corto: todavía pueden encontrarse en Internet los videos de la ex mandataria anunciando las exportaciones de productos truchos de «La Salada» en la misma época en la que, los que ahora descubrieron la pobreza, no hablaban de pobres, porque hacerlo, significaba «estigmatizarlos».
Las segundas y terceras marcas son una feliz realidad en todo el Mundo, y su amplia variedad es uno de los motivos que controlan la inflación. A mayor oferta en las góndolas, mejores precios. Algo que no les conviene a los oligopolios, acostumbrados a fijar los valores del mercado.
Pero Cristina y toda su corte de revolucionarios con pisos en Puerto Madero siguen firmes en su permanente disociación entre sus discursos y sus acciones.
«Macri gobierna para los ricos», dicen, desde una propiedad de más de un millón de dólares. «Si ganamos, van a haber remedios gratis para todos los jubilados», aseguran, sin aclarar de dónde van a sacar la plata para hacerlo, los mismos que en su momento vetaron el 82 por ciento móvil.
La magia económica que ahora promete el kirchnerismo es en grandísima proporción responsable de la crisis que heredó –y luego incrementó- el macrismo.
Claro que hubo pobres a los que Néstor y Cristina convirtieron en ricos. El ex empleado bancario Lázaro Báez, el revoleador de bolsos Jorge López y Rudy Ulloa, el ex chofer de Néstor, son algunos ejemplos de la movilidad social de la «década ganada».
Mientras tanto, los Pindongas y Cuchuflitos fueron los que trabajaron en serio, como hace más de 70 años, luchando contra un sistema que agobia y persigue a los que producen y premia y protege a los que especulan, y aún peor, a los que se llenan los bolsillos robándole a esos pobres que dicen amar tanto.
Al fin de cuentas, mejor ser Cuchuflito que ladrón.