Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
La historia de Andrés Fedorko es una historia dura, de trabajo y sacrificios, pero también de resiliencia y esperanza. Nacido en el seno de una familia de agricultores, su infancia se desarrolló entre tareas de campo, y siendo niño, le tocó sufrir una gran inundación que aún recuerda y lo marcó para siempre. Nacido el 30 de octubre de 1938 en Hudson, es hijo de uno de los fundadores de la Sociedad de Fomento «Villa San Luis», entidad que presidió por más de 16 años. Justamente hasta la Villa, enclavada en el paisaje rural de Florencio Varela, vamos para encontrarlo en su finca, la quinta «El Nogal», donde un enorme árbol da su benigna sombra en un día de fuerte sol, a la par que está preparando sus nueces para la próxima cosecha. Andrés es quizás tan fuerte y noble como ese árbol. Y sus frutos también lo son. «Mis nietos son lo mejor que me pudo haber ocurrido. Son una barbaridad, los tres. Y Ahora hay un acoplado, un nieto postizo, pegado, el marido de mi nieta, que es como un hijo para mí», nos dice, sentado al lado de su esposa Esther Teresa Calvi, y de su hijo Oscar, que sigue la senda de la producción de vegetales frescos y hasta nos regalará un cajón de aromáticos tomates al final de la entrevista. Con Esther tuvo otras dos hijas: Marcela, que falleció a los cuatro años, y Silvia. Aunque dice que «se le fue gastando la memoria» con el tiempo, nos contó muchos de sus recuerdos.
-Empecemos con su infancia…
-Éramos cuatro hermanos, dos varones y dos mujeres. La última hermana, la última borra del tarro… María, que Nació en 1950. Y varios años después, salió Reina de la Flor. Yo trabajaba en el campo con mis padres. Por ahí llegábamos de la escuela y ellos estaban en el campo. Nos sacábamos el guardapolvo, las alpargatas, nos cambiábamos y nos poníamos a trabajar con ellos. Cultivaban arvejas, habas, papas, batatas, chauchas…
Y se llevaba la verdura al Mercado de Abasto, venía el camión,, cargaba lo que había y se iba. Cuando llovía había que trasladar la verdura en carro, tirado por caballos, hasta la Ruta 2, donde la levantaba el camión de Vecchio.
-¿A qué jugaba?
-No había muchos chicos de mi edad en la zona. A veces jugábamos a la pelota, pero no mucho porque éramos tres o cuatro. Corríamos por ahí… Teníamos un perro, y había algunos caballos. Íbamos caminando solos a la Escuela 6, que estaba a siete u ocho cuadras. La escuela estaba justo enfrente, a 45 grados, del almacén de Giordano. Ahí había una casuarina grande. Una de mis maestras fue Nelly Sinistri, que era de Quilmes. Había dos o tres maestras para todo el colegio. Entre todos los grados apenas éramos unos cuarenta y pico alumnos. Mi señora iba a la misma escuela, pero a primer grado, porque tiene cinco años menos que yo. La llevaban a caballo los Castelli. La veía llegar y salir…
-¿Cómo eran sus padres?
-Mi viejo era ucraniano y mi vieja era bielorrusa. Se casaron por poder.
-¿Cómo la conoció?
-Mi viejo laburaba en Hudson y un compañero le dijo que tenía una prima… que fue mi mamá. Empezaron a escribirse, carta va, carta viene, y ahí vino mi vieja. Sola. Los citaron a los dos en el Hotel de los Inmigrantes, de Buenos Aires. Ahí era el punto de encuentro, estuvieron conociéndose. Tenían un día de plazo y si le gustaba, se la traía. Y se la trajo. Así que se vinieron a vivir a la costa de Hudson… El era muy buen tipo, trabajador, de carácter bueno. Nunca me fajó… Con la mirada conseguía más que con una paliza. No tomaba, fumaba poco…
-¿Qué le enseñó?
-Todo lo que es la vida, menos lo otro.
-¿Menos qué?
-Lo otro. Usted entiende… (se ríe).
La anécdota de la inundación fue crucial para su niñez y su vida. Las lágrimas se le escapan cuando recuerda cómo su madre lo tenía abrazado junto a sus hermanitos arriba del rancho, mientras el agua subía. «Nuestra vaca daba vueltas alrededor de la vivienda mugiendo, como diciendo súbanme a mí también… hasta que dejamos de verla», relata. Un trabajador los había ayudado a romper el techo para poder salir por el agujero y escapar del desastre. «Los caballos se salvaron porque mi papá los soltó y se fueron a lo del vecino. Tenía mucha paja en el corral y los caballos quedaron flotando ahí. El viejo nos fue a buscar y nos salvamos… Pero murieron muchos animales», agrega.
Su padre no quiso arreglar el agujero ni volver al rancho y aceleró la construcción de otra vivienda precaria en Bosques, donde había alquilado un terreno. Ahí, don Basilio usó los 120 pesos que tenía para poner unos palos, comprar un caballo, un arado, una tabla para hacer la puerta y la ventana y un alambre para armar con paja el techo. Fue algún tiempo después, en 1952, cuando se mudaron a la Villa San Luis. De sus tiempos de Bosques quedó una amistad con una familia tradicional de esa localidad: los Parenti.
-¿Y en su juventud? ¿Iba a bailar?
-Sí. Los caminos eran de tierra, pero íbamos a los bailes de la Sociedad de Fomento. Venían orquestas como las de Tito Sobral, Mario Bustos, Feliciano Brunelli. Y venía gente del centro de Varela. En esos bailes nos iluminábamos con sol de noches… Y el micrófono y el amplificador se conectaban a unas baterías que eran un poco más grandes que las de los coches, porque no había energía eléctrica. Se alquilaba un piano y lo traían en un camión.
-¿Cómo se formó la Sociedad de Fomento?
-Se juntaron unos vecinos, Cechini, Juan Barbieri, Briancesco, Ferrario, mi papá, Basilio Fedorko, Santino, Toda… Ellos armaron el proyecto, buscaron el lugar. Se reunían en el bar de Barbieri. Había que juntar plata, mi viejo puso 10.000 pesos para el techo… Todo se fue haciendo de a poco. Se abrieron los caminos a machetazos, y el campo de Carballo se abrió para que pasara la Avenida Luján. Después, se fue gestionando todo… También la electricidad. Y se fue progresando. Ahora la Sociedad de Fomento está muy bien llevada, en buenas manos. Hubo un tiempo en que estuvo casi abandonada, pero salió adelante. Estoy muy conforme con el modo en que se conduce.
-Su vida transcurrió en el campo. ¿Cada cuanto iban para F. Varela Centro?
-Solo cuando precisábamos, para hacer alguna compra, para buscar semillas, o a la peluquería. Íbamos en bicicleta. Antes se trabajaba todo a pulmón, y se araba con los caballos. Después sí se fue progresando, se compró un tractorcito, se compraron otros… Pero con el tiempo, el que afloja es uno. Siempre se trabajó para la olla… Si hacía falta algo, se compraba. Acá se produdían vegetales frescos., lechuga, tomates, acelga… Hubo tres hectáreas de chauchas y tres hectáreas de tomates. Alguna vez se cargaron 1000 cajones de tomates. Ese era el fuerte…
-¿Quiénes fueron sus amigos?
-Enrique Ferrario. Con él siempre salíamos en bicicleta a tontear por ahí… Y Oscar Sabián, que murió hace mucho. También, Fernando y Antonio Da Costa…
No nos quiere contar cómo se puso de novio, pero Esther sugiere que tuvo mucho que ver un baile en el que Tito Sobral tocaba en vivo en «el club», como también se le dice a la Sociedad de Fomento. Tampoco nos confirma si tuvo que pedir la mano de su esposa, pero Esther vuelve a intervenir silenciosamente y asiente con su cabeza. Entonces sí, dedica un párrafo a su suegro, con humor:
«Él era muy bueno, así que aceptó sacarla de su casa... Tenía otras hijas. ¿Para qué querría tantas?», dice. Y agrega que «se llevan muy bien». «Calculá que estamos juntos desde el año 62… Siempre con la misma (se ríe)…»
Ya jubilado y con problemas de movilidad, Andrés no pierde el buen ánimo y nos obsequia una anécdota que nos toca de cerca: «El fundador de Mi Ciudad, Ramón César Suárez, venía siempre a la Sociedad de Fomento, con su motoneta y sus papeles. Me acuerdo que una nochecita me dijo «¡Esto es hacer patria!»…