Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Todo el país está hablando del crimen «en manada» protagonizado por un grupo de jugadores de rugby y, como suele ocurrir en estos casos, las redes -y varios medios- se llenan de repentinos expertos en psicología y sociología que opinan sobre lo sucedido dándole los sentidos más diversos y cayendo en la facilidad siempre tentadora de las generalizaciones más vacías.
Echarle la culpa de lo que pasó al «mundo del rugby», a Villa Gesell, o hasta hacer de ello la derivación forzada de una lucha de clases del nuevo siglo es intentar explicar el trágico hecho sin analizar sus causas más profundas.
En el rugby no hay más violencia que en el boxeo. Y ni que hablar del fútbol, con sus barrabravas, protegidos por dirigentes y políticos que los utilizan como «fuerza de choque» cuando así lo necesitan. En Villa Gesell no hay más descontrol que el que desde hace rato, se ve en varios lugares del país. Las peleas «a muerte» causadas por el exceso de alcohol y drogas, en las que decenas de personas combaten entre sí, con sus puños y también con armas, son cosa de todos los fines de semana, a la salida de cualquier boliche del Gran Buenos Aires. No es ninguna novedad ver a muchos atacando a uno solo. Basta recordar cómo un insólito programa de televisión repetía hasta el hartazgo imágenes que mostraban varios de estos episodios, que los policías filmaban para su show semanal.
Asombrarse por lo que pasó en Gesell tiene sí, mucho de hipocresía. Sólo por milagro no hay un caso con igual final cada semana. ¿Quién controla el estado en que muchos chicos entran a las discotecas luego de pasar horas contaminándose en «la previa»? ¿Qué otra cosa se puede esperar si se hace la vista gorda a la venta indiscriminada de alcohol a menores, en kioscos y supermercados? ¿Qué organismo del Estado supervisa qué clase de porquerías «saca músculos» le venden sin prescripción médica alguna y como si fuesen caramelos a todo aquel aprendiz de Rambo que quiera transformar su cuerpo mediante alguna oscura sustancia y no a través de la disciplina y el ejercicio? ¿Cuántos padres descansan en la comodidad de no tener ni idea de qué hacen sus hijos y prefieren mirar para otro lado en vez de asumir sus responsabilidades?
Por último, reducir el artero asesinato a una pelea de «chicos bien» contra un joven trabajador es banalizar una cuestión que nada tiene que ver con las clases sociales: asesinos y cobardes hubo y habrá siempre en todos lados. Tener más o menos dinero nada tiene que ver con tener más o menos educación y valores morales. Alguien que le patea la cabeza a una persona que está en el suelo no merece menos que pasar encerrado el resto de su vida.
No es el rugby, ni la juventud, ni Villa Gesell, ni una cuestión de ricos contra pobres. Es la triste realidad de un país que perdió su rumbo desde hace décadas, olvidando sus principios morales, igualando hacia abajo, permitiendo que lo anormal se transformara en lo normal, degradándose y sepultando los valores que alguna vez lo hicieron grande.