Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Dicen que las mentiras tienen patas cortas, pero algunas son muy insistentes.
En estos días nos enteramos de que, en la materia «Proyecto de Investigación» del sexto año de Humanidades del Instituto Santa Lucía, se impone como tema de estudio la historia de «Los pibes del Santa», el libro que «sugiere» que Tino Rodríguez, el recordado Rector y fundador del colegio tuvo responsabilidad en la desaparición de alumnos del establecimiento.
La «tarea» invita a los cursantes del último año a ver un video donde una voz anónima dice, con una ligereza y una impunidad alarmante y por supuesto sin prueba alguna, que Rodríguez «dio datos de sus alumnos a los militares». El video fue realizado por estudiantes de la misma docente que propone la tarea año tras año.
Que una profesora -recibida o con el título aún no obtenido- utilice su lugar para «adoctrinar» es lamentable. Y que se use como fuente de información a un libelo, mucho peor.
El libro «Los pibes del Santa» busca confundir desde su nombre. Los desaparecidos «del Santa Lucía» no desaparecieron cuando eran alumnos del colegio, sino a partir de cuatro años después de su egreso. Es más, ninguno de ellos cursaba la secundaria durante la última Dictadura Militar. Vincular a Rodríguez con tales desapariciones es una cobarde canallada, magnificada por haber sido escrita después de su muerte.
En este panfleto inicialmente publicado por el Centro Angelleli de F. Varela, una entidad que repudia al dictador Videla pero venera al Dictador Fidel Castro, hay otros engaños. Entre ellos, sostener que la guerrilla de los 70 fue la «reacción» contra la Dictadura. El llamado «Proceso Militar» se inició en 1976. Pero el Ejército Revolucionario del Pueblo, responsable de cientos de secuestros, atentados y muertes, operaba en nuestro país al menos desde 1970, y Montoneros ya había sido declarada «ilegal y terrorista» por el gobierno democrático de Isabel Perón, en 1975.
Hay mucho más para decir sobre la campaña de desprestigio lanzada contra Rodríguez en la década del 80, y que en realidad perseguía evitar su posible candidatura a la Intendencia. Esa campaña tuvo dos cabezas visibles: la de un mediocre ex diputado local cuyo único legado fue la jubilación de privilegio que aún hoy sigue cobrando, y la del Obispado de Quilmes, que quería tomar el control del Instituto para manejar su jugosa caja, cosa que finalmente logró en 2014. Pintadas en el frente del colegio, siniestras amenazas y provocaciones de todo tipo se confluyeron para intentar que Tino dejara la Rectoría, pero más de 2000 personas se reunieron espontáneamente para defenderlo en el gimnasio del colegio, y los curas –y sus cómplices sin sotanas- debieron dar marcha atrás.
Fui alumno del Instituto Santa Lucía durante cinco años, en plena Dictadura. Y nunca escuché a Tino hablar a favor de los militares, ni emitir opinión política alguna delante de sus alumnos. En esos años, sin embargo, Ema Gagliolo, mi profesora de Instrucción Cívica en ese colegio, que era una gran amiga de Rodríguez, me inculcó para siempre los valores de vivir en Democracia y bajo la vigencia de una Constitución que estaba cercenada.
A quién visitaba Rodríguez en su tiempo libre es cosa de su ámbito privado. Algunos que en esos años pusieron bombas y mataron a chicos inocentes hoy ocupan cargos de relevancia en el país y reciben visitas de todo tipo sin que nadie se espante por ello.
Acusar falsamente a alguien de prácticamente enviar a una persona –a diez, en este caso concreto- a la muerte no debería ser tan liviano, ni quedar tan impune.
Es lamentable que quien dedicó su vida a levantar un colegio que fue durante décadas orgullo de la comunidad varelense sea deshonrado desde las mismas aulas de ese establecimiento. Y el responsable de esta vergüenza es el Obispado de Quilmes, que aunque nunca puso un peso para comprar ni dos ladrillos para el Santa Lucía, es su propietario, solamente porque Tino y el grupo fundacional decidieron donárselo.