Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Tercera generación de varelenses, Sergio Bengochea nació en Lomas de Zamora el 28 de septiembre de 1949, pero un día más tarde sus padres lo trajeron a esta ciudad, donde vivió siempre y de la que rescata una pintoresca imagen del ayer: el «túnel verde» –así lo define- de árboles en el ingreso por la avenida San Martín. Abogado de la Universidad de El Salvador, ex docente del «Comercial» y el Sagrado Corazón, por muchos años directivo de Defensa y Justicia y concejal y presidente del bloque de la Unión Cívica Radical en el retorno de la Democracia en 1983, es hermano de Stella Maris, padre de Guadalupe y Jimena y vive en pareja con Marita Mauriz. Tiene dos nietos y tres nietos del corazón. «Siempre viví acá, en Vélez Sarsfield 59, al lado de donde estamos ahora. En este barrio estuvieron mis amigos y mis raíces. En donde Gallo tiene la verdulería vivía mi abuelo, Gerardo Robertazzi, Ahí pasó sus últimos días el Dr. Boccuzzi. Ellos eran muy amigos. En esta casa vivían las mellizas Angarola, que tenían una particularidad: se vestían igual. Una vez mi vieja me mandó a retirarles una ropa para regalarles, y eran una roja y la otra azul… ¡Pusieron unas caras de puchero!. Tuvimos que cambiárselas. Mi papá y mi mamá fueron dos personas extraordinarias y me daban todos los gustos. Mi papá fue un gran abogado y siempre hizo cosas para la comunidad y el bien común. Cuando fue Comisionado Municipal presidió la comisión que creó la Escuela Nacional de Comercio, primera escuela secundaria pública y mixta del distrito. En esa escuela mi mamá dio Música, mi hermana dio Inglés y yo, Instrucción Cívica», relata a Mi Ciudad.
Su padre fue Antonio Bengochea Pelento, comisionado municipal en la década del 50, y su madre, Leonor Robertazzi, una recordada profesora de música y canto de varias escuelas varelenses, como la Nº 1 y la Nº 11. Pero la inclinación por la docencia ya tenía sus antecedentes: «Mi abuela Magdalena Vals de Robertazzi fue directora en la Escuela 10. En la década del 20 hubo un gran tornado en Varela y mi abuelo, se dio cuenta de que se iba a caer toda la mampostería, así que se metió debajo de una mesa de roble, con mi abuela y mi mamá, que tenía un año… Se cayó todo, y se salvaron porque estaban debajo de esa mesa, a la que todavía tengo, y que había hecho un tal Ferreyra, tío de Alfredo Ferreyra, que tenía un bar en Monteagudo», agrega.
-¿A qué jugaba cuando era chico?
- Me crié jugando a la pelota, acá a la vuelta, en 25 de Mayo, al lado de la casa de Bussolo. También íbamos a jugar a otros lados, como La Colorada… Jugaba con mi gran amigo, Carlos Cetra, hijo de Poroto, Alberto Memmo, que era un fuera de serie, los Bussolo, Luis y Horacio Genoud, Daniel e Ike Cabello…
-¿Qué le enseñaron sus padres?
-Mi mamá tocaba muy bien el piano y me inculcó el gusto por la música. Yo toco de oído. También tocaba de oído mi tío Humberto Robertazzi, que escribió un tango que se llama «La Morgue». Mi papá todos los sábados recibía a un gran amigo, Pedro Etchegoyen, de La Plata, que venía a tomar un vermouth y a comer, y mamá se sentaba a tocar el piano: todos tangos, Don Juan, Rodríguez Peña, Re Fa Si… Pasábamos unas veladas maravillosas. Y papá me enseñó la cultura del trabajo, Laburaba todo el día, estaba todo el tiempo en el escritorio. Cuando se recibió, en Varela había solo dos abogados… Alfredo Scrocchi y él. Después se recibieron Dreyer, Quique Lando… Ahora hay dos abogados por manzana.
Certificando que siempre existió alguna grieta en el país, nos cuenta: «Mi papá y mi abuelo eran radicales acérrimos, y por parte de mi abuela Mariana Pelento, eran conservadores. Por eso hubo una gran disputa de familia que duró un tiempo largo, hasta que en una Navidad, mi abuela sentó a la mesa a su hermano y a su marido y les juntó las manos. Ella quería la unión de la familia. Y mi viejo cuando se recibió se agregó el Pelento, para tener más trabajo, así pescaba algún cliente más…», comenta entre risas.
Como muchos otros chicos de la ciudad, Sergio fue alumno del Jardín de Infantes que Estela Negri tenía sobre la calle Newbery. «Ahí iba con Carlitos Cetra, Scrocchi, los Mandirola…», cuenta. La Primaria la hizo en dos colegios: una parte en la Escuela Nº 1 de F. Varela, y la otra, como pupilo, en el Euskal Echea, de Llavallol. La Secundaria la empezó en la Escuela Nacional de Comercio y la terminó en el Instituto Santa Lucía. «En el Comercial tuve compañeros como Langaré y Rolo Calcaterrra. Era una escuela muy querida, con el patio de la magnolia, y un nivel académico de excelencia, con profesores extraordinarios, como Alicia Villar, Cirito, que daba Geografía, y Tino Rodríguez. La secretaria histórica era Estela Negri, el Rector era Carlos Bossi y el Vice, Antonio Trotta», afirma.
«Tino fue un personaje irrepetible. Lo recuerdo con mucho cariño. Era muy afectuoso, no se daba con cualquiera. También tuve como profesor al Dr, Zurita, que fue inolvidable. «Él venía a atendernos a casa cuando éramos chicos, y nos mandaba a que una mujer nos tirara el cuero. El Negro Zurita… Fui amigo de todos sus hijos, Gustavo, que todavía vive, y los otros que desaparecieron», recuerda con nostalgia.
-¿Cómo se vivió la dictadura en F. Varela?
-Fue una época jodida. Acá se vivió con muchos temores. Un día un coche paró en la puerta de casa y un chico se bajó gritando que se habían llevado a la mujer. Era Reggiardo. Y mi viejo me dijo «mañana vamos a La Plata». Y metió un habeas corpus por la chica. El juez, que era un juez federal, le preguntó si estaba seguro de lo que hacía. Mi viejo le dijo que sí, que la conocía de toda la vida. Metió ese y dos más, y todos fueron negativos. Quique murió secuestrado, la novia tuvo mellizos en cautiverio… Fue una parte triste de la vida argentina. Alfonsín puso una bisagra, juzgó a las Juntas sin una gota de sangre. Ese fue su gran mérito.
-¿Quién es su «personaje inolvidable»?
-Mis hijas influenciaron mucho en mi vida. Y mi abuelo materno, Salvador Robertazzi. Fue un fenómeno. El me crió, teníamos mucha afinidad. Siempre me llevó de la mano por el buen camino.
-Y lo hizo de Ríver…
-Sí. Era un adicto a «La Máquina»: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. Y ahora también soy de Defensa. Si juegan entre ellos, quiero que empaten. También la vida me dio un hermano que es Alfredo Scrocchi. Coincidimos con todo, somos los dos de River, de Defensa y radicales.
Hablando de Defensa, Sergio trae a colación el partido en el que el Halcón casi se va al descenso y empató 3 a 3 en el último minuto. «Huguito Tomaghello se me tiró encima para festejar el gol», relata, y suma una divertida historia: «cuando estaba en la Comisión Directiva, siempre hacíamos, con Carlitos Stephan, un asado para una comitiva del club visitante… Y habitualmente venían cuatro o cinco personas. Una vez jugamos con Almagro. Y entran a pasar.. Uno, dos, cuatro, diez, veinte, veinticinco… Tuvimos que darles el asado a ellos, y los de Defensa miraban».
-Cuéntenos alguna anécdota de su época de concejal…
-Una vez el Bebe Fonrouge me dijo «Doctorcito, qué le parece si hacemos un proyecto común y liberamos las aves que están enjauladas en la Estación… Lo hicimos, se desalojaron a los vendedores que tenían los puestos fijos, y vinieron a reclamar al Concejo. Los atendimos en el salón principal, con las bancas corridas, y cuando se fueron descubrimos que uno había hecho sus necesidades en el pìso… Y Fonrouge gritaba «¡Han mancillado a la Democracia, inmundos!!!»
-¿Cómo definiría a Fonrouge?
-Era un tipo honesto, al que le importaba la gente del pueblo, sobre todo la gente pobre.
-¿Quién fue el mejor intendente?
- Luis Calegari. Hizo algunas cosas, y como me gustaba a mí: manos limpias, bolsillos vacíos. Se puede gobernar sin robar. Alfonsín se murió pobre, siempre dio el ejemplo. Para mí fue un prócer moderno. Marcó una época. Fue una pena que no pudiera seguir. Nunca tuvo muchos recursos económicos. Solía venir a Varela para que Pepe Antonini le cambiara algunos cheques.
Acerca de los galenos locales, Sergio asegura: «Varela tuvo un gran médico que fue el Doctor Sallarés. Más que un médico fue un filántropo. Creo que él y Boccuzzi fueron las personas más importantes de la historia de F. Varela. A Sallarés lo llamaban a las tres de la mañana para ir a La Capilla, iba con un carro, y no les cobraba, o le pagaban con una gallina, o con un lechón a fin de año…»
Ya terminando la nota, dedica un párrafo a Marita, su gran compañera: «Me cambió la vida. Yo tuve pancreatitis, tres ACV, uno muy jodido, había perdido el habla… Caminaba torcido, medio que me caía… Fue difícil. Pero sobreviví. Y ella siempre estuvo al lado mío. Me cuidó, me quiso, es una persona invalorable».
Y finaliza: «vos siempre terminás con esa pregunta de qué le diría uno a Dios si lo tuviera enfrente… Bueno, yo le diría: Gracias por la familia que tengo y por estar con Marita tantos años».
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