Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Aunque suene increíble, Víctor Hugo Guevara nació en Andorra, adonde circunstancialmente habían viajado su madre embarazada y su padre, para buscar a su abuelo, un vasco francés que años más tarde insistiría –vanamente- para que el hoy reconocido oftalmólogo varelense siguiera sus tradiciones. El nacimiento fue el 6 de enero de 1945. «Fui un regalo de Reyes- dice entre risas a Mi Ciudad-, el Negrito Baltasar». Pero nuestro entrevistado afirma ser «porteño, de Parque Patricios», barrio al que lo llevaron desde muy chiquito y donde hizo sus primeras amistades, entre ellas alguien que también vino a Florencio Varela, aunque con una vocación muy diferente, el Padre Miguel Hrymacz. Amigo del recordado pintor Benito Quinquela Martin y pariente del «Che», está casado con la profesora de Filosofía Vilma Enciso, tiene cinco hijos y dos nietas. Con un pensamiento «de izquierda» pero una personalidad que le valió el respeto de todos, hace un par de décadas estuvo a un paso de ser nombrado «Ombudsman» para defender los intereses del pueblo, pero el poder político local no lo permitió. Con más de 50 años de actividad en nuestra ciudad, y habiendo pasado por destacadas clínicas y sanatorios, entre ellos el Hospital Santa Lucía de la ciudad de Buenos Aires y el Hospital Mi Pueblo de F. Varela, donde fue Jefe de Oftalmología, el Doctor Guevara nos recibió en su casa de la calle Lavalle y nos contó algo de su vida.
-¿Qué recuerda de su niñez?
- Tuve una infancia bárbara, bastante feliz. Jugábamos al fútbol en la calle, porque era un lugar apacible, no había tráfico, y de vez en cuando venía la policía que nos corría un poco o nos ponía unas horas presos y nos retaban. Pero como uno de los chicos tenía un padre que era comisario, después ya no nos molestaban. Aunque la policía era otra cosa en ese tiempo. Nos cuidaba paternalmente, como cuando éramos jóvenes y nos llamaban la atención por volver tarde a casa.
-Háblenos de sus padres. ¿A qué se dedicaban?
-Mi viejo era de Santa Fe y mi vieja de Córdoba. El era panadero, y también trabajó en Gas del Estado, y ella, era mucama. Trabajó en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires y fue ascendiendo hasta que llegó a ser la Secretaria de la Cátedra de Oftalmología. De ahí mi especialidad. Mi viejo era muy amigo de Quinquela Martin. Me acuerdo que cuando lo venia a buscar a mi papá, mi vieja decía «Uh, ahí vino este viejo hijo de puta»… Cuando muchos años después yo era Jefe de Guardia en el Hospital Santa Lucía, un día viene una enfermera y me dice: «acá hay un señor muy maleducado, que dice que se llama el viejo hijo de puta»… Y era Quinquela. Me regaló un cuadro y una litografía originales, que todavía conservo. Yo tuve una linda relación con él. Cuando era chico mi papá y él me llevaban a los boliches de Barracas y la Boca donde había juegos como el sapo, el tejo, bochas… Y a mí me daban un «Naranjín». Yo iba re contento con ellos. Pero a mi mamá no le gustaba que se llevara a mi viejo de joda. Ella era muy trabajadora…Tenía dos o tres trabajos. Y tuvo la suerte de que en 1947 se sacó la grande. Murió hace poco, a los 96 años. Y era pariente del «Che». Se llamaba Irma García Guevara Lynch.
-Hablando del «Che», usted fue militante del Partido Comunista…
-Sí, y candidato a intendente, pero como no tenían autocrítica, me fui. Viajé ocho veces a Cuba, y una vez, un comandante de la Revolución me propuso que le enviara gente para atenderla allá, a cambio de un «retorno». Me negué y le dije: «¿Ustedes hicieron la revolución para estas cosas?» Me salvó de ir preso la cuñada del Che, casada con su hermano Juan Martín, con la que yo tenía bastante amistad.
-¿A qué edad se recibió de médico?
-A los 23 años. No me costó mucho., estudiaba seis o siete horas diarias, también sábados y domingos y me rindió. Pero no dejaba de jugar al fútbol ni de ir a bailar…
Muchos compañeros venían a estudiar a mi casa, y no estaban acostumbrados a limpiar los platos .Mi vieja los levantaba en peso y hasta aprendimos, ellos y yo, a cocinar.
-¿Tiene algo para contar sobre sus abuelos?
-Tuve un abuelo que era «curda», el padre de mi vieja, íntimo amigo de mi viejo. Vivió un tiempo con nosotros cuando vivo de Córdoba. Se levantaba a las cuatro de la mañana y barría toda la manzana. Le daban propina y se iba a tomar vino al boliche de Florencio Ganem… Que no era un lugar de borrachos ni pendencieros, alguno tomaba pero era un lugar de charlas sobre historia, filosofía, política… Era interesante. Hasta había una chica joven que iba a jugar al truco y a la que nadie nunca le faltó el respeto. Yo era chico, tenía ocho o nueve años y me gustaba ir por el «Naranjín». Al bar iba un vecino Ricchieri, descendiente del Teniente General. Y una vez nos llevó en taxi a tres de nosotros a una reunión en Capital, donde toda su familia tenía que decidir sobre la venta de unos campos. La reunión se hizo en una mansión, sobre la calle Lavalle. Nos sentaron a todos a una mesa larga, Y este viejito dijo; «me opongo terminantemente a la venta».
-¿Cuándo vino a F. Varela?
-Ni bien me recibí. Primero trabajé en un consultorio compartido con unos amigos en el Cruce, donde no trabajaba mucho. Fui a la Casa de la Provincia de Buenos Aires y vi que Varela iba a tener un gran crecimiento demográfico, así que me quedé acá. Estuve en clínicas, y en una casa de la calle Boccuzzi que era de los doctores Zurita, Lozano y Negri. Cuando me instalé fui a saludar al oftalmólogo más tradicional, el Dr. Montagna, y me puse a su disposición. Cosas que se hacían antes y ahora no se estilan. Varela era una ciudad especial… Me puse de novio con una chica y fuimos a la Plaza, con una distancia entre nosotros considerable, y me tocaron el hombro de atrás. Era el padre, que me dijo «yo quisiera verlo en mi casa». Así que me fui, porque no quería casarme… La ciudad tenía sus árboles de naranjas amargas que usábamos para hacer dulce… Todos los que jugábamos al fútbol nos subíamos a un Dodge Polara que yo tenía, y nos íbamos a bañar al arroyo Davidson, que era de agua transparente… Los partidos se hacían en la «canchita de Rolo», donde ahora están los monoblocks, acá cerca…
-¿Quiénes fueron sus primeros amigos en nuestra ciudad?
-Pedrito Wansuk, que era tornero. Nos reuníamos casi todos los días. Éramos grandes comedores de asados. Tengo grandes recuerdos de Eduardo Negri y el Dr. Lozano, también de Julio Mom y el Doctor Zurita. Zurita tenía una colección de libros sobre los indios de Argentina y discos de tango que cuidaba con gran esmero, y a los que les pasaba un cepillito y todo. Era muy prolijo. Ya separado de su mujer un amigo neurólogo que era un tiro al aire se quedaba a veces a dormir en su casa y le usaba la ropa, los discos… Zurita se volvía loco.
-¿Tiene alguna anécdota de su labor profesional?
-Sí. La vez que me hicieron el mejor regalo de mi vida. Vino a verme una señora analfabeta, muy humilde, y ciega de los dos ojos, la operé y me trajo un papel madera de regalo, donde decía, escrito a mano, «muchas gracias». Ella había empezado a leer y escribir. Era grande y la alenté a seguir… Para mi fue el mejor regalo de mi vida.
-¿Quién fue su «personaje inolvidable»?
-El Dr. Espósito, que era jefe en el Hospital Santa Lucía. Desde el primer día fue muy cordial conmigo. Era como un padre para mí, y hasta hicimos operaciones juntos. Y hubo una ocasión, cuando yo todavía estudiaba, en que fui a la librería El Ateneo de Capital a comprar unos libros, y la plata no me alcanzaba. Un hombre al que no conocía me preguntó cuánto me faltaba, y me lo pagó. Cuando llegué a casa mi mamá me preguntó de dónde había sacado los libros, no lo podía creer… Nunca supe quién fue ese hombre.
-¿Está contento con la vida?
-Por supuesto. Tiene vicisitudes, pero es parte de esto. Si decís que todo es lindo es mentira. Hay lucha, amargura, tristezas, alegrías…
-¿Cree en Dios?
-Soy ateo, pero tengo un gran respeto por la gente. Y tengo dos grandes amigos sacerdotes, el Padre Miguel, con el que jugábamos a la pelota en Parque Patricios, y el Padre Teo, un alemán que cuando viene, me visita, y con el que tengo una anécdota: una vez hubo una inundación en el arroyo Las Conchitas, fuimos a ayudar a la gente y él resbaló y casi se va al agua… Pero yo lo agarré de la ropa y lo saqué. Le dije «No me va a decir que Dios lo salvó…» Con él hablamos mucho sobre Filosofía. El se admiraba de que a mí me gustara leer a Kant, a Marx…
-¿Y si Dios existiera que le diría?
-Quisiera que la sociedad fuese justa, que podamos convivir en paz, que no haya guerras, que podamos trabajar, que la gente no viva de planes, que tenga un trabajo digno.
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