Por Dr. Facundo Mónaco
¿Qué es la depresión?
¿Cuál es la diferencia con la tristeza?
¿Es una cuestión de fuerza de voluntad?
La palara “depresión” deriva de depressio, palabra latina que significa “abatimiento, descenso, concavidad”. La etimología de la palabra ya nos acerca bastante a lo que implica esta patología que se trata de uno de los trastornos mentales más antiguos de los que tenemos conocimiento. De hecho, existen registros de estudios sobre la “melancolía” realizados por Hipócrates de Cos en la Antigua Grecia, donde intentaba explicar la causa orgánica que podía subyacer a esta enfermedad.
La depresión es una enfermedad muy frecuente alrededor del mundo y se calcula que afecta a más de 300.000.000 de personas, siendo más común en el sexo femenino. Lo primero que tenemos que hacer para entender esta enfermedad es separarla de las variaciones del estado de ánimo y las respuestas emocionales frente a ciertas situaciones de la vida cotidiana que nada tienen que ver con la depresión.
Cuando hablamos de depresión, nos referimos a un trastorno del estado de ánimo que puede ser transitorio o permanente donde la persona tiene sentimientos de abatimiento, infelicidad, culpa, desesperanza, desmotivación, profunda tristeza o incapacidad para sentir placer, entre otros. Es por esto –y mucho más- que resulta erróneo afirmar que de esta enfermedad se sale con fuerza de voluntad, como es común escuchar por ahí.
La diferencia entre estar triste y estar deprimido se basa en que la primera es una emoción básica y normal que aparece como respuesta ante un evento, tiene menor intensidad y duración que la depresión y en la tristeza no se evidencia una triada característica que sí aparece en los estados depresivos: visión de sí mismo, del mundo y del futuro de forma negativa.
Puede convertirse en un problema de salud grave, particularmente cuando se sostiene en el tiempo y no se trata de forma correcta debido a que avanza dañando todos los aspectos de la vida de la persona y causa mucho sufrimiento en quienes la padecen.
Es imposible nombrar una causa única como desencadenante de la depresión debido a que resulta de las complejas interacciones entre factores sociales, ambientales, psicológicos, bioquímicos, genéticos y biológicos. Por otro lado, existe relación entre la depresión y la salud física, así, por ejemplo, las enfermedades cardiovasculares pueden producir depresión y viceversa.
La depresión puede presentarse de diferentes formas y el curso que toma, así como sus síntomas, varían según quien la padece. Se puede considerar que generalmente la persona que está atravesando un episodio depresivo cursa una serie de etapas hasta que la desarrolla de manera completa: suceso desencadenante, activación de distorsiones cogniciones, aparición de síntomas, inhibición vital y aparición de problemas que perpetúan la depresión.
Por todo lo anterior, no llamemos “depresión” a cualquier estado de ánimo y ubiquémosla donde tiene que estar: dentro del grupo de los trastornos mentales. Terminemos con el estigma que se le hace a la depresión como algo que les sucede a personas que no tienen fuerza de voluntad, que les falta personalidad o que perdieron la fe.
Esta enfermedad no tiene edad y recordemos –ya que estamos- que los ataques de pánico no son un espectáculo dramático, que la ansiedad no se controla diciéndole a quien la sufre que se calme y comprendamos que la salud mental es tan importante como la física.
Si conocemos a alguien que puede llegar a estar pasando por un estado depresivo, hagámosle saber que podemos ayudarlo. Hay tratamientos muy eficaces para las situaciones moderadas y graves. Los profesionales de la salud pueden brindar tratamientos psicológicos, farmacológicos o combinaciones de ambos según sea el caso. Lo mejor que podemos hacer es dejar de juzgar y comenzar a informarnos.