Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Nos recibe en un cálido cuarto, rodeado de libros, fotos de sus nietos –tiene ocho- y decorado con platos pintados artesanalmente que revisten las paredes. Su esposa, la maestra Patricia Negri, nos trae unos jarritos con mate cocido y algunas cosas dulces para disfrutar mientras avanza el reportaje. Con ella tuvo tres hijos: Guillermina, Ernesto y Ana. Nació el 31 de enero de 1940 en Capital Federal pero llegó por primera vez a Florencio Varela a fines de la década del 50. Ya jubilado, dedica su tiempo a leer –sobre todo, Historia- y sigue jugando al tenis en el Varela Junior, con un grupo que, entre otros, integran Quico Diéguez y Fernando Draghi. Resalta que quisiera que «la dignidad del trabajo se impusiera a la esclavitud de los planes sociales» y nos reconoce que a veces los visitadores médicos no son bien vistos por los pacientes, por el tiempo que pasan con los profesionales. «A veces el medico te hace charlar mucho porque descansa», confiesa. Así conversamos con Guillermo Dingevan.
«En 1946 fuimos a vivir con papá y mamá a La Plata, donde viví una infancia extraordinaria. Fue una buena época. Cursé en la Escuela Anexa, y en el Colegio Nacional. Papá era gerente del Trust Joyero y vivíamos en el mismo negocio, atrás… Jugaba al fútbol en el predio donde ahora está la Universidad. Yo iba caminando a la escuela, que quedaba en el Bosque, y también al club, Estudiantes de La Plata. La Escuela era muy completa. Tenía Inglés, Francés, Mecanografía, hasta Danzas Nativas, con una maestra para las cuatro materias principales- Los demás eran todos profesores», comienza.
Al recordar aquellos años, hace una pausa para nombrar a alguien especial, el abogado asesinado en la Dictadura y ex dirigente radical Sergio Karakachoff. «Era muy compañero mío y un rebelde total», señala.
-¿Quiénes fueron sus padres?
-Mi madre, Rosalía, era extraordinaria, muy de la casa. Nos malcriaba pero lo suficiente como para que no siguiéramos en ese camino. Papá se llamaba Guillermo y era muy derecho. Murió joven. En 1954 lo nombraron gerente en la casa Central, frente al Obelisco, y nos fuimos a vivir a Capital. Ahí hice el Secundario en el Colegio Roca.
-¿Y sus abuelos?
-Mi abuela paterna, María Verónica, era de Junín, una vasca francesa, casada con mi abuelo Charles Dingevan, un inglés que vino por los Ferrocarriles. Y mi abuela materna, divina, Aída Marciante, siciliana, que me hablaba de Sicilia como si fuera el Imperio Otomano. Le encantaban las naranjas, las castañas… Y me enseñó a hablar en Italiano, pero ya me olvidé.
-¿Cómo llegó a nuestra ciudad?
-Cuando papá se enteró de que estaba muy enfermo me consiguió un trabajo como preceptor en la Escuela Nacional de Comercio. Yo tenía 18 años recién cumplidos. Viajaba todos los días desde Belgrano, eran dos horas de viaje. El primer día me recibieron Estela Negri y Luis Castaldo, que era el tesorero del colegio y un tipo extraordinario. Estaba Jaime Grastein, que era el inspector Después vino Tino Rodríguez, que era profesor de Geografía. De él recuerdo su humorismo, ácido, y su rectitud. Me hacía reír mucho .Estaba impecable siempre, con traje cruzado… ¡Cómo imponía autoridad al grito militar! Pero todos lo querían. Entre los alumnos estaban Rolo Negri, los Molinero, entre las pibas, Zulma Martínez «Pochi» que era muy linda, Di Módica, Como profesores estaban Araoz, Cirito, Malena Dreyer, Bossi…
-Trabajó dos años ahí…
-Sí, cuando papá murió, mamá no tenía trabajo y mi hermano Carlos era más chico. La plata no alcanzaba, yo le entregaba a mamá la mitad de mi sueldo y no teníamos casa, porque el Trust Joyero nos daba la vivienda. Por suerte nos dejó el departamento por un año más. Con la indemnización por la muerte de papá compramos un departamento chico en Belgrano y empezó una nueva vida. En el 60 entré en el Banco Francés Italiano, en Diagonal Norte. De ahí me trasladaron a Vieytes, y después me enteré de que estaban tomando gente en los laboratorios como visitadores médicos y me presenté en Gador. Tenía 21 años. Y al mes ya estaba trabajando ahí. Yo en el Banco ganaba 5500 pesos, cuando entré al laboratorio, me ofrecieron 15500 pesos y 1000 de viáticos, me dijeron que al principio la comisión no iba a ser completa. Mi mamá y mi hermano dependían mucho de mí… Me agarré tal susto que le pedí contestarle en dos días. Consulté a un abogado amigo de papá, hizo un par de llamados y me dijo que aceptara… Con el tiempo entré en Parque Davis, donde estuve cuatro años,. Hasta que en el 68 y gracias a que me recomendó Titique Rosselli, entré en Roche, que era lo más grande. A los tres meses me dieron un auto. Trabajé 35 años ahí.
«Visitaba de 15 a 18 médicos por día- nos cuenta- Muchos estaban en el Hospital San Martín de La Plata, donde llegué a conocer al Dr. Favaloro. Yo el entrenamiento de tenis cuando competía lo hacía ahí, subiendo y bajando escaleras, sin usar el ascensor. Disfruté como loco mi trabajo».
-¿Cómo conoció a Patricia?
-En un fin de año, en el 58, cuando Estela, su hermana, hizo una reunión acá, al lado. Patricia era muy simpática y me impresionó mucho desde el primer día. Estela no quería que yo me metiera con Patricia porque decía que a mí me seguían demasiado las chicas. Pero era mentira. Éramos muy chicos, ella 17 años, yo 18… Me puse de novio en el 60, y en el 63 nos casamos. Fuimos a vivir a un departamentito que era de Llames Massini y estaba en la calle Belgrano al 300. Con mucho esfuerzo y perseverancia le compramos este terreno a don Eduardo Villa Abrille y con un crédito fuimos construyendo la casita, que era de 58 metros cubiertos, con un señor arquitecto, amigo nuestro, Italo De Virgiliis. La divisoria de ambiente de los dos dormitorios era este placard, que hizo Gabriel Boyer.
Durante el tiempo de la construcción, Guillermo y Patricia compartieron una casa con Evangelina y Titique, en la finca de los Supervía, sobre Avenida San Martín y Chacabuco.
-¿Cómo recuerda a sus suegros?
-Los quería mucho. Don Félix era un personaje. Ya estaba jubilado en el Banco. Su «esmeralda total» era Patricia. Y Ana Wynne fue una maestra a la que por no querer afiliarse al partido peronista no le dieron el traslado a Varela. Por eso después puso una escuela acá al lado. Mi suegra le decía a mi suegro que cuando nos venía a visitar no se quedara a comer porque estábamos muy ajustados de plata.
-¿Quiénes fueron sus primeros amigos en Varela?
- Titique, que era novio de Evangelina… Ronaldo Negri, con el que jugábamos al tenis en LEFA, que tenía una cancha, con un caballo adentro, donde también iba Mario Blanco. Después entré al club Varela Junior, donde jugué y formé parte de la subcomisión de tenis, con Roberto Dogil. Hicimos la tercera cancha del club, en 1971, y el primer campeonato de single, que le gané en la final y de casualidad a Chiche Baigorri. Era una bestia, tenía una fuerza increíble… Y un carácter muy especial que le duraba hasta que tocaba el piso de la cancha… En el club estaba Jorge Dreyer como Presidente, Horacio Guarasci como Secretario, Juan Tellechea… El primero que me ganó en una final fue Rolo Calcaterra… Y el que una vez me destrozó fue Roberto Kunawicz. También jugaban Rafael Mena, Rodríguez, Carlitos y Billy Mandirola. A Billy le gustaba más la paleta, ya sabemos por qué. (se ríe)
El tenis siempre fue su pasión, y le dio muchas alegrías –y campeonatos-. Fue un gran jugador, y tuvo grandes éxitos, como lograr un ascenso en Veteranos con el Club Bernal junto a Raúl Cirielli, Silvestre y Mario Blanco. Entre otras de sus actividades, Guillermo y Patricia forman parte de un grupo de Teatro Leído, junto a Susana Ruiz Díaz, Estela Girola, Silvana Lozano, Nuri Belmonte y Lilia Goyena. Hasta que se mudó a Chascomús, también lo integraba Evangelina Negri.
-¿De quién aprendió algo en la vida?
- De mi viejo aprendí la rectitud y el compromiso con la gente. Y de Patricia, la dignidad del trabajo y lo férrea que siempre fue, de no doblarse nunca sea quien sea el que tuviera enfrente. Ella es un igual, fue un sostén para mi, siempre quisimos las mismas cosas…Y el respeto por la familia, con todos los errores que pudimos cometer.
-¿Es creyente?
-Soy creyente pero no fanático. Creo en Dios y me acerco a Dios. Patricia es mucho más creyente que yo. Me resulta muy difícil dejar de creer en Dios, pero me resulta un misterio creer muchas cosas.
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