Alberto está desnudo



Editorial » 01/12/2021

La desconexión de Alberto Fernández con la realidad es tan grande que después de la paliza electoral que su partido sufrió en casi todo el país, llamó a sus militantes a «festejar el triunfo».

La desconexión de Alberto Fernández con la realidad es tan grande que después de la paliza electoral que su partido sufrió en casi todo el país, llamó a sus militantes a «festejar el triunfo». Y allá fueron, los de siempre, acarreados por micros desde diversas ciudades. Muchos de ellos, bajo amenaza de perder sus planes si no asistían a la «espontánea manifestación». Se montó así una falsa celebración -pagada por todos- para que el presidente elegido a dedo pidiera a su partido que en 2023 se acaben las elecciones a dedo.
¿Qué era lo que se festejaba? ¿El constante aumento de la pobreza? ¿Los miles de jóvenes que se escapan del país buscando un futuro mejor? ¿La inflación imparable? ¿Las muertes por la inseguridad?
El peronismo perdió, por primera vez desde el retorno de la Democracia, en 1983, el control del Senado, lo que paraliza sus intentos de reformar la Justicia. La derrota tuvo cifras contundentes: más de 8 puntos de diferencia, más de 5 millones de votos perdidos desde 2019, el tercer puesto en Santa Cruz, «lugar en el Mundo» del kirchnerismo y la caída en la otrora inexpugnable provincia de Buenos Aires. Ningún relato, por épico que sea, puede contra la contundencia de las matemáticas.
«Nadie nos ha vencido», dijo el Presidente, en el acto de Plaza de Mayo. Y luego, sorprendió con una frase digna de esos papelitos que se encuentran adentro de las «galletitas de la fortuna»: «El triunfo nos es vencer, sino nunca darse por vencido». ¿En qué quedamos?
Pero se equivoca. Perdieron. Por vacunarse abusando de su posición de poder cuando había millones de argentinos que no podían hacerlo, por hacer fiestitas cuando todos estábamos encerrados, por cerrar las escuelas, por apoyar a las dictaduras, por su incapacidad para gobernar.
Un viejo cuento infantil narra la historia de un sastre estafador, que le vendió a su rey un «traje invisible», con el que salió a pasearse sin ropas ante los aplausos de sus súbditos, que temían por sus represalias y hacían silencio, hasta que un chiquito que nada sabía de correcciones políticas paralizó a la multitud diciendo:

-El Rey está desnudo.

Qué bueno sería que alguien hiciera algo parecido con Alberto.


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