Por Federico Quinteiros
Mi amigo Darío Soto y Yamila Luján Villalba acaban de sacar dos librines hermosos que prestaré a quien me lo solicite. Como todavía no somos autores “mainstreams” no podemos andar dando libros a diestra y siniestra a lo loco. Cuentos pesimistas y Crónicas inciertas, mis amigos.
Mi amigo Darío Soto y Yamila Luján Villalba acaban de sacar dos librines hermosos que prestaré a quien me lo solicite. Como todavía no somos autores “mainstreams” no podemos andar dando libros a diestra y siniestra a lo loco. Cuentos pesimistas y Crónicas inciertas, mis amigos.
En un tiempo muy muy lejano, mi abuelo fue taxista y también remisero sin ninguna pretensión de rivalidad o alarde de ello. Hubiese sido Uber o Cabify o Didi si hubiese aprendido a usar el celular que un primo sin vergüenza le robó cuando vio que no lo usaba. El abuelo se hizo un poco de malasangre por eso. La familia nos acompaña toda la vida. Pero el abuelo ya no trabajaba para entonces y tampoco había celulares táctiles en esa época. El primero que tuvo un celular táctil fue Nacho el correntino, para envidia y misterio de todos los tacheros. Un día le pregunté ingenuamente si peligraban los diarios de papel. Miró su teléfono, sacó esa varilla que tiene al costado del coche y casi me pega por decir semejante guasada. Nacho es el último taxista que queda en la parada de la María Mater. Y por suerte esta noche está ahí para llevarnos con Shirley a una fiesta. Cumple años Genoveva Grisolía, la poeta de la calle Corrientes. Y quedamos en vernos. Pero no nos vamos a encontrar. Porque no hay fiesta. Esta es la fiesta, nos diría Genoveva, señalando la calle. Conocimos a Genoveva antes de que se hiciera famosa y editara su libro Grotesca y Cajas vacías. Solíamos vernos en cualquier Mak Donal para tomar café con tostados o medialunas. Comíamos una pizza en un Kentucky en el que Genoveva se robó unos cubiertos para dárnoslo a nosotros que luego perdimos en una mudanza catastrófica. Incluso le había prometido que la ayudaría a editar sus libros, que la haría conocida en el mundillo literario. Qué mundillo, me preguntaba ella, escéptica. Ahora preferimos verla por una entrevista de youtube loca de contenta por sus libros y su búsqueda implacable sin miedo del dinero. No vemos la entrevista grotesca -valga la redundancia- que le hizo Gaspi. Así que en realidad no vamos a la fiesta del cumpleaños de Genoveva sino a la calle Corrientes a ver una película. Genoveva es una persona hermosa y a la vez medio diabólica que te incomoda. Te insta a arriesgar siempre. A dar todo. Y eso a veces da miedo. Le pagamos a Nacho que nos trajo de la mano de la mejor música electrónica y le deseamos buen regreso. Guardamos nuestro miedo en la mochila que llevamos a todas partes. La película que vamos a ver se llama Cuando acecha la maldad. Está la misma chica en la taquilla. Las entradas están el doble de caras. Como llegamos justo a contrarreloj un acomodador viejito nos lleva hasta nuestras Butacas. La película arranca con todo. Un cuerpo partido a la mitad. Los vecinos de un pequeño pueblo rural descubren que un demonio está a punto de nacer entre ellos. Intentan escapar desesperadamente, pero puede que sea demasiado tarde. Nadie está a salvo y todo empieza de nuevo todo el tiempo, como toda buena película de terror. Creo que detrás de la película hay una relación invisible de los personajes con el dinero. Solo se hace patente cuando la madre del protagonista saca unos billetes para un helado. Salimos del cinema extasiados. Cenamos empanadas, compro un libro de Crónicas de un brasilero llamado Joao Do Rio ( a ver si aprendo a hacer una crónica), Shirley Las primas de Aurora Venturini y bajamos a tomar el subte. Ni bien se abre la puerta una casualidad: nos cruzamos a mi amigo Mario.
Hablar con Mario Delgadillo es toda una experiencia que me remite a un deja vü. Lo saludo. Creo que no me reconoce nunca. Está en la suya, con sus papeles, intentando vender sus poesías. Recorre toda la capital en el subte cuando no está en la calle tomando sol o en su casa escribiendo. A veces da sus poesías a la gente sin pedirle nada a cambio. Tiene un libro muy bueno y también muy raro, con un muy bonito prólogo de Maria Encarnación Nicolás, donde advierte muchas cosas como si fuera un escritor de ciencia ficción. Se acuerdan del viejo de la estación, hace mucho no lo veo, me pregunto cada vez que paso si le habrá pasado algo. En la parte final del libro de Mario -perdón el spoiler- me llamó la atención la forma de transformar sus poemas mántricos en un poderoso heavy metal descontrolado que hace querer salir para todos lados, supongo que, a él, pero también al lector. Uno desea ser amigo del escritor que lo escribió cuando termina de leerlo, llamarlo por teléfono. Se sigue haciendo eso de llamar por teléfono? Hay que separar la obra del artista, le pregunto. Me dice que eso no importa, que hay que vivir, pero no como los peces en la pecera que somos. Lo freno porque no lo entiendo. En el medio paramos a tres personas más y lo llevamos en andas hasta la combinación del subte. Combinamos. Con Shirley nos miramos. Mario empieza a hacer su recorrido. Allá nos vemos, me dice. En efecto allá nos vemos, en la ciudad más hermosa de todas, Varelalá, mi ciudad. Se vienen las fiestas y hay que llamar a todo el mundo. Saludo a mis libreros de Viceversa y El Aleph. Saludos a mis amigos del circulo literario. A don Alejandro, a quien sugiero amistosamente a partir de ahora cambiar su columna por el zorro. Ese forajido vengador de los oprimidos de California. Ese Ferdydurke de las letras Argentinas. Siempre agradecido para con ustedes. Feliz año 2024! Otra bandeja de empanadas! Música maestro!