Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Hace tres días que estoy en Portugal y que vengo recorriendo las empinadas calles de Lisboa y Oporto, cumpliendo cada uno de los infaltables rituales que corresponden a los miles de turistas que llegan cada año a esa hermosa zona de Europa.
Hace tres días que estoy en Portugal y que vengo recorriendo las empinadas calles de Lisboa y Oporto, cumpliendo cada uno de los infaltables rituales que corresponden a los miles de turistas que llegan cada año a esa hermosa zona de Europa. Viajé en el Tranvía N° 28 que recorre toda la capital, visité bellezas tales como el Monasterio de los Jerónimos y la Capilla de las Almas, probé el increíble pastelito de Belén y hasta concurrí, en Alfama, al más tradicional club de fado para sacudir mis sentidos disfrutando al mismo tiempo de ese conmovedor género musical y de una exquisita corvina que llegó acompañada por una cazuela de papas y otras verduras cuyo aroma me cautivó antes de probarla. En pocas horas seguiré al norte para arribar a Barcelós, Braga, y encontrarme con una varelense que reside allí desde hace 21 años: Viviana Mees. Finalmente, voy rumbo a Aguiar, su pequeño pueblo, a través de un metro-tren que viajará bajo tierra y por la superficie, atravesará grandes extensiones de campo y hasta pasará cerca de un acueducto romano. Una voz anuncia que llegué a destino y bajo en Vila Do Conde. Allí me espera Nelson, uno de sus hijos, quien, luego de hacerme recorrer una maravillosa costanera que va de Vila Do Conde a Póvoa de Varzim y el Monasterio de Santa Clara, donde hace decenas de años estalló un conflicto por el agua que las monjas del lugar no querían compartir con la gente del pueblo, me llevará en auto a buscar a su madre. Nelson, a quien no conocía, es amable y me va dando mucha información y me recuerda en algunos gestos a su tío Ian.
Después de varios kilómetros, llegamos a destino. Viviana no tarda en salir de su casa, acompañada por su perrito Freddy, bautizado así por el inolvidable creador de Queen, y pocos minutos después, me sorprende con dos noticias de características totalmente opuestas. Una de ellas: hace menos de una semana que Jesús, su esposo, falleció luego de transitar una extensa enfermedad. La otra: su hijo Nelson va a hacerla abuela. Nada menos que la vida misma, manifestando dolor y felicidad en un mismo instante.
En Aguiar, Viviana tuvo varios trabajos. El último, repartir pan, casa por casa. En algunos casos, depositando la bolsa con su producto en unas canastas-buzones especialmente instaladas a tal fin. La recorrida se iniciaba cada mañana muy temprano e incluía a una gran cantidad de clientes, que nos va marcando a medida que vamos saliendo del pueblo rumbo al imponente castillo de Guimaraes, donde después de una guerra entre una Reina y su hijo, “nació” Portugal.
“En este lugar viven entre 300 y 400 personas y todos nos conocemos. Cuando me voy dejo la llave colgando en la puerta para mi hijo, y también dejo el coche abierto en la calle. Es totalmente seguro”, dice Viviana.
Ya recibida de maestra jardinera en el “Sagrado Corazón”, Viviana conoció a Jesús Caridade Fernandes en el grupo juvenil de la Iglesia San Juan Bautista, cuando el Padre Juan Santolín estaba a cargo del templo. “Él era portugués y hacía cinco años que estaba en Argentina con su hermano José. Tocaba de oído la guitarra, el acordeón y el órgano en la misa. Nos pusimos de novios y en diciembre de 1985 nos casamos por Civil en Florencio Varela y en enero de 1986, por Iglesia en Portugal. Tuvimos cuatro hijos: Guillermo, Nelson, Jonathan y Ayelén.”.
En el viaje desde Buenos Aires le tocó sufrir un inesperado percance: le perdieron un baúl con todos los recuerdos de familia, y también, el vestido de novia que iba a utilizar en la ceremonia religiosa, que jamás pudo recuperar.
Luego de la boda, Viviana y Jesús volvieron a Argentina, donde hicieron de todo: desde administrar un restaurante y pensión en Isidro Casanova hasta producir y conducir un programa radial dedicado a la comunidad portuguesa. “También fuimos caseros de una quinta de deportes de unos fabricantes de ladrillos en Pontevedra. Era un lugar de 400 metros cuadrados, con canchas de fútbol, pileta olímpica y salón de fiestas”, recuerda. “Vivimos en Isidro Casanova, en Pontevedra, Merlo, y cuando ya habían nacido mis cuatro hijos, decidimos irnos a Portugal. Era el 9 de septiembre de 2001. El principal motivo fue la inseguridad, y nos fuimos allá, a empezar de cero.
Cuando llegué mi hija más chiquita tenía ocho años y Guillermo, el más grande, catorce. Acá la escuela es del Estado pero hay una parte que hay que pagar, igual que la Universidad. Vos no podés estudiar lo que quieras, te tenés que candidatear a dos o tres carreras y se hace un sorteo”, agrega.
-¿Cuál fue tu primera actividad laboral en Portugal?
-Fui niñera de un sobrino, después como no pude revalidar el título de maestra me ofrecieron trabajar como auxiliar de maestra jardinera, y mi marido abrió una empresa de venta de aspiradoras. No eran aspiradores comunes, limpian carpetas, techos, hasta tienen una pieza que hace masajes. La marca es Kirby. Estuvimos con esa empresa unos cuatro años, y como mi marido se enfermó tuvimos que dejarla. Entré a trabajar en un servicio de casamientos, para una empresa que armaba la fiesta y yo estaba en la parte de la cocina, y en un centro social parroquial que atendía a gente de edad. En 2007 pasé a distribuir pan en una camioneta, puerta por puerta. Fui empleada hasta que en 2012 empezamos a hacer ese trabajo de forma independiente. El reparto era día y noche, desde las dos de la mañana, cuando retirábamos el pan hasta las siete, clasificando los panes en bolsitas según los pedidos.
-¿Por qué no ejerciste como maestra jardinera?
-Porque me revalidaron todas las materias, pero tenía que hacer un año de Portugués, en la Universidad, y pagando 1000 euros. Yo tenía los chicos chiquitos, pagaba parte de la escuela, hubiera tenido que viajar, ir y venir todos los días, y me asustó el tema de rendir portugués a nivel universitario. Yo no tenía ninguna base…
-¿Qué diferencias existen en cuanto al modo de vida?
-Acá la vida es diferente. La palabra amistad como existe allá, no hay. Hay compañeros de colegio, de trabajo, que se tratan, pero eso de ir a la casa de alguien a comer no se usa mucho. Esa amistad nuestra es muy Argentina. No la vi en ningún lado. Hay gente divina, pero es distinto. La gente de nuestra generación no está´ acostumbrada a ir a visitar a alguien a la casa. La juventud sí empezó a hacerlo. Uno en Argentina está acostumbrado a lo social, a los grupos de madres de la escuela,… Eso me costó mucho, todos te conocen pero no está esa unión. Uno se adapta por los chicos. Ellos se adaptan rápido y te obligan a adaptarte. Pero los fines de semana se reúne la familia, hay fiestas religiosas, misas y procesiones…
La decisión de instalarse en Europa fue muy rápida. “Me fui tan rápido que no me pude despedir, por ejemplo de mis vecinos, como Mechi Ramírez, o Emilia, la señora del kiosco… La familia de Adriana, Claudia y Silvana Richi, Claudia Marazzato… Gente del grupo juvenil, como Magdalena, Rafael y Cecilia Trebino, Graciela Trivilino, Jorge y Daniel Fava, Nancy Sánchez, Milner Gimenez, Miguel Zicarelli, Eloisa “Cuca“ Carenich, Alicia Hurtado que es madrina de mi hijo Guillermo, Sara Luna, Pomar Reeberg, Leo Mattia, José Luis Gómez, Paco Narvaez, Mimi Suárez, Walter Sarberry, Aníbal Robledo, Carlos De los Santos, Falvia Alcaraz, Anínal, Nélida y Edith Robledo, Rita García, Miguelito que era el sacristán. En ese grupo aparecieron dos portugueses: mi marido Jesús y su hermano José…”, hace memoria. “Estuve sin contacto con Varela, salvo por la familia. Hasta que hace poco me agregaron al grupo de WhatsApp de la Primaria, y me fui reencontrando con mis compañeros. Gracielita Buscarons, Rulo Matheu, Graciela Nespeca…”, cuenta.
En diciembre de 2022 Viviana volvió a Argentina de visita, para asistir al cumpleaños número 60 de sus hermanos Ian y Wilfredo, con quienes se había reencontrado unos años atrás en un viaje a Bélgica del que también participó su hermana Mieke. Y también retornó a Florencio Varela, la ciudad donde pasó su infancia y juventud. “Lo primero que quería era reencontrarme con la familia y amigos. Y después, quería ver los cambios… Quería ver cómo se vivía. Y nos fuimos a recorrer todos los lugares en los que estuvimos y los dejamos, como Pontevedra, a ver la quinta donde vivimos, y que si bien la usa un equipo de fútbol, está toda abandonada. Fuimos a Casanova, donde el restaurante no existe más. Y a mi casa en Varela… Fue muy fuerte entrar de nuevo. Cada cosa que veía me traía un recuerdo. Fui tres veces, las dos primeras no me había animado a entrar. Ahí ahora está el lugar de trabajo de Wilfredo. También quise ir al cementerio, donde están mis padres. Y a recorrer Varela… Primero fui a Quilmes y me llevé una desilusión enorme. Pero Varela me pareció hermosa. Creció. La Peatonal, la gente que hay… Me gustó mucho. También recorrimos Capital, el obelisco, el Cabildo.., el Luna Park… Y fuimos a la Basílica de Luján”, enumera.
Cuando tenía 15 años, Viviana tuvo que atravesar su primer gran dolor: la muerte de su padre. “Fue muy de repente. Él trabajaba en Agfa y se descompuso en la fábrica. Lo internaron y se murió al día siguiente, un día de primavera. Tenía 64 años. Fue un golpe muy grande, una columna que se me cayó. Él era muy especial. Un día tuvimos que ir con mis compañeros de escuela a Capital, a recorrer embajadas para una tarea, y nos explicó el recorrido. A la vuelta nos preguntaba por qué estaciones habíamos pasado, nos enseñaba desde que éranos muy chicos. Y mi mamá murió cuando yo tenía 22 años, ella estaba enferma y ya lo venía procesando”.
-¿Cuáles son tus recuerdos del Varela de tu niñez?
-Me acuerdo del Jardín de Infantes en el Sagrado Corazón, que Gracielita le puso a una muñeca de nombre Viviana, y yo se la revoleé de las trenzas hasta que quedó el pelo por un lado y el cuerpo por el otro. Que yo lloraba mucho y la Hermana llamaba a mis hermanos para que vinieran a consolarme. Gracielita es una amiga de toda la vida. También a la señora Elsa Gentinetta. Es la maestra que más recuerdo. Era muy protectora con nosotros. A la Escuela nos llevaba mi papá, y después íbamos caminando, con los guardapolvos blancos, con mis hermanos, con Gracielita Buscarons, con Claudia Marazatto. Mi papá nos decía: “cuando vayan a cruzar, tienen que estar todos en fila, ninguno tiene que adelantarse…”.
-La secundaria también fue en el Sagrado Corazón…
-Claro. Estaba con Marcela Lecina, Evangelina García, Graciela Nespeca, Emilce Villanueva, Cecilia Prieto, Daniela Matoso, Ana García, Patricia Nutti, con quien hice danzas con ella y fui alumna de piano de su hermano, Nancy Gatti, Graciela Maghini, Marcela Colombo, Norma Martínez, Susana Fernández, Susana Quevedo…
-¿Te acordás de algún profesor en particular?
-Sí. Del profesor de Historia, Luis Guelpa. Era amoroso. Y había una profesora de Matemáticas que escribía con una mano y borraba con la otra… Era muy difícil seguirla. Yo lo hacía a mi manera y llegaba al mismo resultado. Una profesora de Inglés, que después la tuvimos en Filosofía… Que con ella casi todos nos llevábamos la materia. También me acuerdo de la profesora de Historia Vilma López, que tenía su forma de ser… De Pacheco, en Formación Cíivica… Y Alicia Villar, una de las mejores. La manera que tenía de explicar, la paciencia que tenía, para mí fue espectacular. La etapa de la Secundaria fue hermosa.
“De mi infancia y juventud tengo recuerdos muy lindos. Mis vacaciones en familia, los bailes cuando íbamos al club Nago, mi papá o mi hermana nos llevaban y nos buscaban… Siempre estaban mis hermanos con sus amigos. También íbamos con Marcela Colombo y Patricia Rechinas a Barracudas, al Cruce Varela, donde nos iba a buscar mi primo Ivo Baeck. Siempre fui muy cuidada y protegida por mis hermanos y mis sobrinos”, amplía.
En nuestra recorrida por Braga, Viviana y Nelson me llevan también a un parque cruzado por un río donde el ahora futuro papá pasaba largas tardes de juego cuando era un niño, y más tarde, a conocer el imponente santuario de Bom Jesús Do Monte, emplazado en un altísimo mirador repleto de coloridos jardines, fuentes y grutas, al que se accede a través de un vagón que sube y baja todo el tiempo, impulsado por un original sistema hidráulico. Allí, a pocos metros, se encuentra la casa en la que vivió una de las pastorcitas que fueron testigos de la aparición de la Virgen de Fátima. Toneladas de historia nos conmueven a cada paso.
Los cuatro hijos de Viviana eligieron caminos diferentes para sus vidas. Nuestro guía, Nelson, estudió computación y trabaja para una empresa en el área de seguridad. Guillermo es profesor de danzas, productor de videos y Disc Jóckey. Jonathan está en China, como entrenador de fútbol y profesor de Educación Física, y Ayelén, que estudió Farmacia, se volcó a la Medicina Natural y trabaja con una doctora en Isla Madeira.
-¿Te sentís asentada en Portugal?
-Asentada sí. Pero me sigo sintiendo extranjera. Me llevo bien con todos, me recibieron todos muy bien, pero yo no me siento integrada del todo. No me siento como para decir “Quiero hacer esto” o “quiero formar parte de esto”.
-¿Volverías a Argentina?
-Me quedaría acá por mis hijos. Pero me gustaría vivir seis meses en Argentina y seis meses en Portugal. Eso para mí sería el sueño de mi vida.
Dejo a Viviana y a Nelson y me alisto para continuar mi viaje rumbo a Madrid, donde me reencontraré con mis amigos Selva y José, y con Montse y José que llegarán desde Valencia para compartir unos días en la capital de España y a los que ya casi logré convencer para que vengan en 2024 -por fin- a conocer Argentina.
Poco tiempo después, el 28 de agosto, y con 3,128 kilos, nacería Benjamín, el primer nieto de Viviana, hijo de Nelson y Catarina, un hermoso motivo para que la flamante abuela llene su vida de renovada felicidad y esperanza. Y otro signo inequívoco de que la vida siempre sigue su marcha.