CRÓNICAS VARELENSES

Una casa para siempre



Edición Impresa » 01/09/2024

Es curioso como la ciudad parece tranquila, desértica, desolada a veces. Una ciudad
que esconde a sus casas.

Es curioso como la ciudad parece tranquila, desértica, desolada a veces. Una ciudad
que esconde a sus casas. Como de seguro era la inmensa selva en la cual
encontraron a los últimos japones que todavía creían que la segunda guerra mundial
no había terminado. Alguien los encontró, los subió a una balsa y los llevó de nuevo a
casa. A veces está bueno que pase eso, que alguien te lleve a casa, como la canción
de Cerati donde hace una especie de reverencia/referencia al primer Spinetta del disco
Artaud. Pero a veces también está bueno navegar por aguas tempestuosas. Arenas
movedizas. Y entonces invité a la ciudad a mis amigos Darío y Yamila para que la
conocieran, en realidad, para llevarlos a conocer a otro amigo querido. Llovía. Shirley
nos pasó a buscar en el auto de mi abuelo. Condujo hacia el fondo de la Hudson; la
calle estaba trabada y fría. Es increíble como la ciudad puede mostrar distintos
paisajes en tan poco espacio de tiempo. Distintas especies de tierra incluso. Llanura,
meseta, montaña. Calle, avenida, ruta. En frente de la tosquera estábamos internados
como en el sanatorio de la montaña mágica. Allí habíamos quedado con este amigo
para encontrarnos. Un amigo que hacía mucho no veía. De repente apareció con su
figura fornida de Jack Kerouac. Apodado por nosotros cariñosamente como el
subcomandante Marcos. Mejor conocido para el mundo como Ezequiel Pallers. Si lo
googlean aparecerá una noticia tenebrosa, escabrosa, pero no es él, lo juro. Él es un
escritor. Sus textos están perdidos en blogs, en la desparecida Taringa, y son de lo
mejor que ha escrito nuestra mal llamada generación. En fin, Pallers, ajeno a todas
estas cuestiones literarias, nos recibió de manera cordial, amena, agradable con mate
y galletitas. Mis amigos Darío y Yamila prefieren el café, pero igual tomaron. Fue
pasando la tarde hasta que oscureció. En ese momento escuchábamos a Pallers
contarnos la historia del traductor argentino del Finnegans Wake, del Ulises, de James
Joyce. De quién, le preguntamos. El traductor de James Joyce, don Marcelo Zabaloy.
Nos contó que tradujo a Joyce con mucho amor, mucha garra, con su vida en familia,
con su trabajo a cuestas. Mudándose de casa en casa hasta encontrar aposento en su
querida Bahía Blanca. Pallers nos contó esto y se le caía una lágrima. Acaba de
publicar Rapsodia, Marcelo Zabaloy, y es una obra maestra. Es una defensa de
Cortázar. Un juego constante. Literatura pura y dura, no basura. Amigos, amigos,
amigos. La noche se cerraba ante nosotros. Una vez mis papás se sorprendieron ante
mi negativa para ir a ver a Defensa a Bahía Blanca, cuando los equipos de ahí todavía
existían y los visitantes todavía podían ir a las canchas. Yo sabía que iba a hacer frío y
estaba con un resfriado de madre padre, valga la redundancia. Un resfriado que mi
locura por los libros intensificaría con la alergia. Me contó un pajarito que no querés ir,
me decían mis papás. A Bahía hay que ir. La cuestión fue que fuimos. Defensa ganó.
No me acuerdo nada. Volví peor de lo que había ido. Al otro día del partido, en Bahía
Blanca nevó. Todavía nos faltaba volver.


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