CRÓNICAS VARELENSES

La otra ciudad



Edición Impresa » 03/12/2024

En los fondos de Burzaco se encontraban dos amigos llamados Dario Vicente y Yamila Luján. Ella era bajita, un poco rechonchita y hasta simpática, mientras que él era alto, flaco y muy serio.

Por Federico Quinteiros

 

En los fondos de Burzaco se encontraban dos amigos llamados Dario Vicente y Yamila Luján. Ella era bajita, un poco rechonchita y hasta simpática, mientras que él era alto, flaco y muy serio. Los invité para que pasáramos una tarde de masitas y partido. Creo que jugaban alguna copa de Europa. Ah, mis amigos. Sus aventuras consistían en recorrer librerías por toda la ciudad, la otra ciudad. Siempre estaban en busca de nuevas “joyitas”, como ellos solían llamar a los libros interesantes y de precios sorprendentes. Se habían acostumbrado a visitar diversos cafés, a veces incluso tomaban tecitos calientes, que siempre caen bien. Ambos tenían un grupo literario con un tercer amigo al que dejaron de hablar. Este amigo había estado ausente de las reuniones literarias de la sociedad del pastel de papa, sin duda la vida "bohemia" de sus amigos le resultaba difícil de llevar. Duchamp, Picabia, Nicolás Cage, artistas condenados a imitar.
Realmente, el grupo literario existía más en la imaginación de este amigo. Dario no aceptaba fácilmente la existencia de dicho grupo, pero un día admitió sutilmente su existencia a Yamila. ¿Nos vamos de los grupos como de una casa? A veces adoptamos posturas que la ficción nos exige. ¿Podemos ser amigos de los propietarios, de los inmobiliarios donde vivimos? Si pagamos, sí. El colectivo se adentró en el barrio, como dicen acá. Yo iba sentado en el último asiento de la parte trasera. Unas cortinas azules atadas se desplegaban en cada ventana. Entraba un viento fresco después de una semana de calor. Volvimos a la carretera. Bajé en casa. Tenía que entregar las llaves a la inmobiliaria y a la propietaria. Le dije a Shirley que se quedara tranquila. Antes de que cerraran la puerta de atrás, les pedí si podía regar una plantita de lechuga que había crecido y dado flores. Luego de hacerle pensé: acá vivimos. Y de acá nos fuimos.
Al final mi abuela Amanda Haydee murió. Trataré de dedicarle una columna como la gente para diciembre. Ahora que entró en el mundo de Anubis.


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