Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Siempre fue un carnicero fuera de lo común. Campeón de tiro y entusiasta cazador, -una actividad que desarrollaba con el recordado Néstor Sbatella-, especialista en hacer facturas de cerdo, y eximio conocedor de la música clásica, sus autores e intérpretes, Jorge Julio Ghio acaba de poner fin a su más de medio siglo al frente del mostrador, para dedicarse a una vida más relajada, a su familia, y dentro de ella, muy especialmente, a sus nietos María Paula y Agustín. “El amor por la música –nos dice- me lo inculcó el Padre Santolín”. Casado con Nélida Abedín, con quien tuvo tres hijos: Jorge, Gabriela y María Laura, nos recibe con su tradicional saludo: “¿Qué tal, Gringo?” y nos invita a pasar a su casa, pegada a la clásica carnicería de la calle Las Heras, para comenzar a recorrer sus muchos recuerdos.
-¿Dónde nació, Jorge?
-En la calle Mitre al 200, el 28 de mayo de 1940, en lo de la partera Lucinda Heredia, frente a donde ahora está la Cámara de Comercio. Lucinda era la esposa de Rodríguez, el Jefe de Correo. Mi papá tenía la carnicería y mi mamá era ama de casa. Todos los Ghio fueron carniceros. En 1863, cuando mi bisabuelo vivía con el fundador del Pueblo, Juan de la Cruz Contreras, puso un Matadero y vendía carne al fondo de la calle Montes. Hará unos 25 años, todavía estaba en pie el lugar, con un techo a dos aguas, donde podía leerse “El Cardo Seco”. Mi abuelo se llamaba Juan, tuvo doce hijos y a todos les puso tres nombres. Mi viejo se llamaba Leopoldo Ubaldo José.
-Y fue boxeador, ¿verdad?
-Sí. Era zurdo y decían que era bueno. Por esa época había varios boxeadores en Varela. Como Carlitos Tassi, Orlando Villar, y Mancuso, que también era fotógrafo. Allá por el año 1925, había un ring, al lado de donde ahora está el Banco Francés, justo donde tiempo después estuvo “Montecarlo”. Ahí se hacían peleas por 20 pesos. Y se mataban a palos. Una vez, mi viejo y los amigos compraron un viejo Ford T, un Ford a bigote, por 15 pesos, y en ese auto se fueron al corso, en Berisso, pero ahí, el Ford se les plantó y no funcionó más, así que lo dejaron abandonado y nunca más lo fueron a buscar.
-¿Qué recuerda de su niñez?
-Vivíamos en el campo, detrás de donde ahora está la cancha de Defensa, en una casaquinta que le alquilábamos a los Dreyer y en la que no teníamos ni electricidad. Allá por el 46 o 47, cayó una manga de langostas y no quedó nada. Se comieron los pelones, las mandarinas, las naranjas, y hasta las hojas de los pinos. Lo único que no se comieron fueron las granadas. Y entonces decidimos venir al centro.
-¿A qué jugaban?
-Jugábamos con lo poco que teníamos, y también nos divertíamos robándole coquitos a De la Fuente, que tenía la casa en Mitre al 50.
-¿A qué escuela fue?
-Yo iba a la Escuela 11, habitualmente en sulky, y a veces en un petiso que dejaba enfrente del colegio, en la quinta de los Casares, donde hoy funciona el club Varela Junior. Había muy pocos autos y escaseaba la nafta, por eso los coches hacían cola en la calle Mitre para cargar combustible. Y solo se cargaban 20 pesos por camión. Mi primera maestra fue Soledad Paz, y era de La Plata, después tuve a Concepción Rodríguez, Raquel Briquetti, y cuando pasé a la Escuela 1, tuve a Evelia Sinistri, y la señorita De Rosa. Mis compañeros de primaria eran Miguelito Buscarons, Fernando Parenti, Néstor y Oscar González, Dora Lambardi, el Colorado Devicenzi, a quien no ví más… Me acuerdo de cuando la Chola Dessy llegaba a la escuela y del auto bajaban un montón de chicos, como si fuera una conejera.
-¿Después pasó a la secundaria?
-Empecé a ir al Colegio Nacional de Adrogué, pero no seguí. Viajaba con Oscar Barosela. El profesor Carlos Bossi también viajaba con nosotros. Ese colegio era un ejemplo de orden y disciplina, y teníamos un profesor que nos decía “acá se viene con la corbata derecha, y con gomina, nada de colitas”. Hoy me doy cuenta de que eso era lo que hacía falta. Hoy se perdió el respeto, y hasta los padres van a pelear a la escuela. Cuando abandoné, mi papá me hizo ir a trabajar con él a la carnicería.
-¿Ese fue su primer trabajo?
-Sí. En 1957, en la carnicería que mi viejo tenía en la avenida San Martín, frente a la Comisaría. Ese negocio estaba ahí desde 1911, creado por Armando Ghio, el padre de Coco, uno de los hermanos mayores de mi viejo. Después estuvieron a cargo mi tío Ernesto, que era mi padrino, y Aníbal, que era el más chico. En un momento, ahí llegamos a vender 2000 kilos de carne por día. En 1965, cuando el trabajo estaba mal, yo entré a Peugeot. Ahí estuve varios años y nunca falté. Una sola vez llegué trece minutos tarde, y me fui con la máxima categoría; A 2. Mi jefe de personal era una muy buena persona, se llamaba Adolfo Valis, y lo mataron los guerrilleros.
-¿Cómo empezó con la carnicería de Las Heras?
-Yo había comprado este lugar para poner una fábrica de pastas, pero al final pusimos la carnicería con mi viejo. Ahora llevo 56 años de mostrador. Toda una vida. Y ojo, que acá el día empieza a las cinco de la mañana y termina a las siete y media de la tarde. No es levantar la cortina y empezar a juntar plata. Es mucho trabajo.
-¿Quién fue su personaje inolvidable?
-Don Humberto Robertazzi. Muy buena gente, muy recto, con quien hablábamos mucho, y que siempre me trató de “usted”. Y también su hermano Chocho.
-¿Era de ir a bailar en su juventud?
-Nunca. Lo que hacía, todos los años, el primero de enero, era ponerme la mochila al hombro y salir a recorrer el país, hasta fin de ese mes, con los chicos del campamento de la Iglesia: Ricardo Dessy, Atilio Cascardo, Daniel Mandrioni, Nando Vertuanni, Cacho Baró, los Rodríguez. En un campamento mixto, que se hizo en Esquel, y al que fuimos con el “Trochita”, conocí a mi mujer.
-¿Quiénes son su amigos?
-Muchos. El Cholo Sala, Carlitos Molinero… Solemos juntarnos a comer. Asados, matambres… Una vez, para un fin de año, éramos 34 comiendo en el Taller. Y nos comimos 35 kilos de carne, con 36 botellas de vino. Un buen promedio…
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Le agradecería por todo lo que me dio. Sigo yendo a la Iglesia a darle gracias, porque me dio una buena familia, una mujer que de las buenas es la mejor, tres hijos muy buenos, y mis nietos. Y también le agradezco por todo lo que yo quería y no me dio, porque si no me lo dio, es porque no era bueno para mí.
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