ENTREVISTA

Juan Carlos Gallo



Entrevistas » 01/05/2013

Juan Carlos Gallo nació el 7 de diciembre de 1944, en Quilmes.

Desde hace más de 40 años, está al frente de la verdulería más popular de Florencio Varela, en la esquina de Vélez Sársfield y Avenida San Martín, y también es dueño de otro comercio similar en la Estación. Está casado con Irma Carreira, con quien tuvo tres hijos, Fabián, Silvana y Mariel. Tiene cuatro nietos “y uno en camino”, agrega, contento.
Siempre sonriente, desde su puesto en la caja de su negocio acostumbra lanzar bromas y dar charla a todos sus clientes.
Entre otras cosas, nos cuenta que aún hoy, sigue levantándose a las tres de la mañana para ir a buscar mercadería al Mercado Central. “Si no, ¿qué hago en mi casa? Esto es mi vida…”, remarca, y sigue: “en el Mercado todos me conocen y si quiero, me puedo traer el Mercado entero sin que nadie me diga nada. No tengo ni una manchita. Es una felicidad que me tengan tanta confianza. Creo que mis hijos pueden llevar mi apellido con orgullo”.
“Nunca me hicieron un contrato ni un recibo de alquiler. Ni Nicola antes, ni Hugo Morbelli, que es el dueño de la propiedad que ocupo, ahora… Y me aumento el alquiler solo. Quique Lando siempre me dice que ojalá hubiera seis inquilinos como yo”
Desde pequeño, aprendió el valor de ganarse la plata con su trabajo. Y a los 18 años pudo comprar su primer auto. Hablando de autos, entre sus recuerdos, menciona “la cupecita Fiat” que manejaba Félix D Élía, hijo de quien fue su primer locador en esta ciudad, el querido Nicola.
 
-Hablemos de su infancia…
 
-Mi papá trabajaba en La Bernalesa , y mamá era ama de casa. Vivíamos cerca de la fábrica. En esos tiempos estaba lleno de industrias en la zona. Estaba la Picaso , la Fabril Financiera. Había plena ocupación. Era la época de Perón. Fui a la Escuela 6 hasta quinto grado, y a los 10 años entré a trabajar como aprendiz en un taller de herrería. El sueldo se lo daba a mi mamá, como se acostumbraba antes. Terminé sexto grado en la Escuela 18, de noche.
 
-¿A qué jugaba?
 
-Jugaba mucho al fútbol, y también al basquet, en el polideportivo de La Bernalesa.
 
-¿Qué otros trabajos tuvo?
 
-A mí no me gustaban las fábricas. Yo quería ser libre, no estar encerrado. Y quería progresar. A los 13 años fui caramelero en los cines Colón, Cervantes y Rivadavia, de Quilmes, vendí en los colectivos, y a los 15 mi papá hipotecó la casa y compramos un carro con el que empecé a vender querosén. Yo ganaba en un día lo que mi papá ganaba en una quincena, así que lo saqué de la fábrica y empezó a vender querosén él también. Al carro lo tiraban tres caballos percherones, y yo no llegaba a ponerles los herrajes, por eso mi papá me ayudaba a hacerlo. En los 70, con la aparición de las garrafas, empezó a desaparecer el querosén y compré un camioncito viejo, un Chevrolet 46, y fui a hacer fletes al Mercado de Avellaneda. Ahí fue cuando puse una verdulería frente a la placita de Bernal Oeste.
 
-¿Cómo conoció a su señora?
 
-Ella trabajaba en La Bernalesa. Yo tenía 21 años y ella, 19. Un día estaba  con mi gran amigo Carlos Basso y la ví pasar. Le dije “pará… que voy a hablarle a la rubia esa”, y fui. Le dí conversación, después fuimos a un baile, nos pusimos de novios y a los cinco años, nos casamos.
 
-¿Cuándo y por qué vino a F. Varela?
 
-Hace 42 años. Yo conocía la ciudad porque venía a los hornos, y me gustaba mucho. La única verdulería era la de Risso, al lado de “Los Angelitos”, en la Estación.  Le alquilé dos piezas de una casa que había sido de los Pagani, a Nicola D ´Elía, en Av. San Martín y Aristóbulo del Valle. Puse una cortina e instalé ahí la verdulería. Pero había un problema: las piezas tenían piso de parquet alisado, y así no me iban a habilitar el negocio. “Má ponele una cascotada encima”, me dijo Nicola, y se la puse. La madera era tan buena que no se pudrió. En ese lugar estuve más de 10 años. Nicola me dio una mano muy grande cuando yo no tenía nada. Le estoy eternamente agradecido.Le pagué 14.000 pesos por el primer alquiler y me quedé sin plata. Todavía le digo “¡Pensar que le dí todo lo que tenía!” y Nicola me dice “no me hagas acordar que me pongo mal… ¿Cómo no me dijiste que era lo único que tenías?”
 
-Los comienzos habrán sido muy sacrificados…
 
-Sí. Me levantaba a las dos y media de la mañana, iba al Mercado de Avellaneda, traía la mercadería, buscaba a mi señora y nos íbamos al negocio. Al mediodía, iba a buscar más verdura y frutas al Mercado de Quilmes. Trabajábamos todo el día, y volvíamos a casa a las diez y media de la noche. Era un éxito… pero no dormía. Cuando mi señora tuvo a Fabián, faltó un par de días, pero después volvió al negocio. El nene estaba con el corralito en la verdulería, y cuando lloraba, los clientes lo levantaban.
 
-¿Qué otros negocios había?
 
-Al lado, la librería de Miguenz, lote de por medio, el kiosco del Gordo González, y la Farmacia de González. Hasta Sallarés no había nada más. Enfrente estaba la agencia de lotería de Cameriere, y la rotisería de Munafó.
 
-¿Recuerda a los primeros clientes?
 
-Osbaldo Pagani, los Caparé…
 
-Cuéntenos algunas anécdotas…
 
-Una vez, para las Fiestas, Miguenz me tiró un rompeportones arriba del toldo metálico, que me había costado muchísimo, y me hizo un agujero. Cuando lo encontré, lo corrí por todos lados… Con el tiempo nos hicimos amigos.
 
-Imagino que algunas veces le habrán devuelto una fruta o una verdura…
 
-Cada 100 o 1000 cajones, hay un zapallito degenerado…
 
-¿Zapallito degenerado?
 
-Sí. Se lo llama así, porque viene malo, amargo, incomible, y si lo usás te arruina toda la comida, tenés que tirar todo. Una vez, una vecina vino a decirme que se lo había comido y que le había dado una terrible diarrea. “La cola me hacía así…” me decía, -hace gestos con la mano-y me dijo también que había hecho una denuncia en Bromatología… Pero yo no tenía la culpa. La culpa era del zapallito degenerado, que sale de la misma planta que los buenos y no puede distinguirse sin probarlo.
 
-¿Qué era lo que más se vendía antes, y qué  ahora?
 
-Lo que más vendo es fruta. Ahora hay fruta todo el año. Antes, la mandarina duraba 20 días, la pera 15 días, y en invierno no había lechuga ni tomate. Venía de Santiago del Estero una lechuga llena de arena, asquerosa. Las naranjas y pomelos los traían de Israel, México y Cuba… Ahora, con los invernáculos y la tecnología todo cambió mucho.
 
-¿Es cierto que las jaulas de bananas venían con arañas?
 
-¡Y qué arañas! Una vez en el Mercado un muchacho tenía una más grande que una mano caminándole por el hombro… Antes las bananas se maduraban con calentadores, en los sótanos del Mercado. Hoy se maduran en las cámaras frigoríficas y salen todas parejitas. y eso que las ponen verdes, duras, que no las podés cortar ni con una sierra.
 
-¿Está contento con la vida?
 
-Muy contento, gracias a Dios. Si tuviera otra vida, la viviría como esta. Hice mucho dentro de mis posibilidades, tengo una buena familia, una buena esposa, mis hijos y mis nietos. Estoy medio “hechito”.
 
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
 
-Que no sufra mucho para morirme.


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