Por Dr. Facundo Mónaco
La relación entre la exposición a radiaciones solares y la aparición de cáncer de piel no es novedad. Sin embargo, la incidencia a nivel mundial de cáncer de piel viene en aumento. El incremento se atribuye a la mayor exposición solar y el empleo de mecanismos artificiales de bronceado al que recurren muchas personas.
Entonces, ¿el sol es malo? Las radiaciones solares (aunque sería válido plantearlas como un arma más del universo intentando matarnos) tienen importantes efectos beneficiosos como la síntesis de compuestos que forman la vitamina D, la regulación del ritmo circadiano y nos brindan felicidad (incluso podemos enfermarnos si escapamos de ellas durante mucho tiempo). La capacidad de hacernos sentir felices se relaciona con la liberación de unos péptidos que funcionan como neurotransmisores: las endorfinas. Esto último explicaría por qué algunas personas pueden llegar a ser adictas a broncearse. Pero, no todo es unicornios y alegría. Las endorfinas también tienen otras funciones: indicar que se está produciendo daño y actuar como calmantes.
Sabemos que cuando la radiación UV impacta en el ADN celular ocurre daño del mismo. ¿Cuál puede ser el resultado de esto? La aparición, entre otras posibilidades, de un melanoma. El melanoma es uno de los cánceres con mayor mortalidad relativa debida a su elevada tendencia a diseminarse por el organismo de forma precoz y, además, afecta a la población relativamente joven. Esto lo convierte en uno de los tumores malignos más importantes que debemos prevenir. Como si no alcanzara con lo anterior, también está demostrado su efecto inmunosupresor y también es conocida su relación con el envejecimiento de la piel y diferentes enfermedades oculares.
Siempre que hay exposición a la radiación UV, hay daño. Y no es que la exposición solar es buena hasta cierto punto y más allá de ese punto empieza a ocurrir daño. Siempre hay daño. Promover conductas equilibradas entre la exposición excesiva y la deficitaria parece ser la clave.
¿Qué podemos hacer? Bueno, agarrar algunas herramientas que tenemos a mano. El índice UV (IUV) es un número que indica de forma simple la radiación ultravioleta a la que estamos expuestos. Esto es súper importante porque nos sirve de referencia para optar por las medidas de fotoprotección más convenientes. ¿Lo mejor? Podemos chequear el IUV desde la aplicación del clima que tenemos en nuestro celular. Cuanto más elevado es el IUV, mayor es el riesgo de desarrollar lesiones cutáneas u oculares y el tiempo que tardan en producirse es menor. Debemos evitar la exposición solar directa de forma excesiva, evitando la exposición prolongada en las horas del día en las que la cantidad de radiación es mayor, buscando la sombra siempre que sea posible y usando ropa y complementos que cubran la piel. En relación con los protectores solares, los dermatólogos recomiendan un FPS 50+ y debemos recordar que debe volver a aplicarse luego de 2 a 3 horas desde la primera aplicación. Además, los protectores solares deben ser resistentes al agua y cubrir el espectro UVA y UVB.
Para finalizar, tenemos que recordar la importancia de prestarle atención a los lunares y ante cualquier alteración nos parezca sospechosa no tenemos que demorar en consultar al médico. Una forma práctica y sencilla de controlar nuestros lunares es a través del método ABCDE:
A: Asimetría. Los lunares malignos generalmente son asimétricos.
B: Bordes. Los lunares malignos generalmente tienen bordes anfractuosos y mal delimitados.
C: Color. Los lunares malignos generalmente tienen distintas tonalidades.
D: Diámetro. Los lunares malignos generalmente suelen ser mayores de 6 mm.
E: Evolución. Los lunares malignos tienden a modificar su aspecto con el paso del tiempo y pueden presentar picazón, sangrado o supuración.