ENTREVISTA

Pochi Martínez, de “la Molinera”



Entrevistas » 01/09/2013

Zulma Rosa “Pochi” Martínez nació el 17 de abril de 1945 en la calle Monteagudo 189, donde hoy funciona una Mueblería, en una vivienda que era la continuación de la Tienda Los Angeles. En ese lugar, su padre, don Sixto Martínez, conducía “La Molinera”, uno de los más emblemáticos comercios varelenses.

 

Retirada después de más de cuatro décadas en el conocido negocio, “Pochi”, que también dio clases de arte decorativo en el colegio “William  Morris”,  pudo llevar otro nombre: “Yo me iba a llamar Malisa por Malisa Zini, que era una actriz de los 40 con la cual mi papá estaba embobado. Pero en esa época no te permitían poner los nombres que querían, así que fui Zulma, y Rosa por mi abuelita”, confiesa, y asume su apodo: “yo soy Pochi, La Molinera. No me queda otra. Y encantada…”. Recuerda con mucho cariño al Centro Cultural Sarmiento y a su bibliotecaria Rosita Dreyer, y, de su paso por el «Comercial», a Carlos Bossi, aunque terminó el secundario en la Técnica Ana Noble de Monterroso, de La Plata. También,  quiere dejar su agradecimiento a todos los empleados que pasaron por su negocio.

 

Con ella dialogamos, té de menta y masitas y chocolates con almendras de por medio, en una fría tarde de agosto.

 

 

 

-Cuando nació, su papá ya tenía “La Molinera”…
 

 

-Sí. El había comprado el fondo de comercio a una gente de Lomas que ya estaba ahí e inauguró “La Molinera” en 1936. Era una fábrica de pastas y helados, y después le agregó productos de almacén, fiambrería, esas cosas. Empezó en lo de Schiantarelli, como peón de cocina… De muy jovencito, a los catorce o quince años, iba a buscar la mercadería que traían los trenes de carga. El vino, los toneles de aceituna, la fruta seca, el aceite de oliva…
 

 

-¿Qué nos puede contar de su infancia?
 

 

-Mis hermanos eran Josecito y Clelia. Mi infancia fue divina. Me la pasaba en el jardín, en el gallinero, con árboles, con una piletita que había hecho papá para pececitos y berro… Estaba lleno de gallinas, patos, pollos, gaviotas, teros y hasta cuervitos. Y muchos gatos. Ese era mi mundo, lleno de animalitos. Escuchaba música desde los parlantes de Roa Publicidad, que habían puesto Diéguez y Girola. Pasaban tangos, música clásica, y empezaban todos los días a la tarde con un vals… Fui muy feliz en esa infancia. A los 10 años nos mudamos a esta casa. Y “La Molinera” cambió de rubro, pasando a vender cotillón.
 

 

-¿Cuáles eran los otros comercios de Monteagudo?
 

 

-En mi cuadra estaba lleno de tiendas y bazares de árabes, los Gutani, los Lera, los Baraz, los Morenito… Los Dau. Y unos cuantos más. Y estaba el bar lácteo, la Lechería de Pastor Nieva. Ahí te daban unos vasos de leche enormes, con vainillas. ¡No sabés lo que eran los submarinos de la Lechería! Nunca vi algo así en ningún otro lado. Y además, ahí servían unos de los helados más ricos de Florencio Varela, junto con los de “La Estrella”, que era de Planas, y estaba en Monteagudo y Boccuzzi. Esta confitería hacía unas facturitas en miniatura que eran riquísimas. A la Lechería iban todos… María Rosa Faraoni, Bidú Scrocchi, la Gorda Villa Abrille, el Vasco Bassagasteguy, Pocho López… Y estaba la pizzería de Charlón, que hacía unas pizzas deliciosas. A los  cinco años, Baraz, nos llevó a todos los chicos a su casaquinta en su auto, grande, negro, que le decíamos “el colectivo de Baraz”, nos hizo keppe y desde ahí esa comida me encantó.
 

 

-¿Quiénes eran los compañeros de juegos infantiles?
 

 

-Los chicos del barrio… Una tropa de atorrantes increíble… Lita y Pichi Reggiardo, Peti López, Martita González, Irma Memmo, Chary, las chicas de Perico, las Bernardi...La fiesta era mirar lo que sacaba Tito Tomaghello para los Reyes. Ahí estaban los sulkyciclos, que eran unos autitos a pedales… y las muñecas. Tomaghello ponía todos estos juguetes en fila, y los Reyes venían de ahí.
 

 

-¿A qué jugaban?
 

 

-A las rondas, a las  estatuas, que era tirarse desde los mármoles de las vidrieras y caer como fuera… Los varones jugaban a los vaqueros, como Huguito Morbelli e Ivancito Cascardi, que aparecían en la esquina con revólveres de juguetes, o Toscanini, y los Dogil… Y con Lita, ¡si nos habremos cascoteado por el fondo…! También estaban mi hermana, que me llevaba seis años, era amiga de Lucy Giménez, hermana de Jorge, que fue mi marido, Sarita Gutani, Haydeé Lera, Pichi, Manuela, Marta y Ernesto Nieva… Los hijos de Aída, la peluquera, que eran más grandes y jugaban con su grupo. Estos pibes grandes eran unos sátrapas pero cuando tenían que cuidar a sus hermanas o amigas en un baile, eran los primeros.
 

 

-Florencio Varela era muy distinto…
 

 

-Claro. Ibamos a caminar a cualquier hora. En las noches de verano, las nenas salíamos y era imposible pensar que te pudiera pasar algo, porque en las puertas de todas las casas estaba sentada la gente conocida. Recuerdo a Doña Victorina, la abuelita de Marita Mandirola, que charlaba con todo el mundo. Salía a barrer, se paraba con la escoba y hablaba… con un timbre de voz agudo.
 

 

-¿Esperaban ansiosamente los carnavales?
 

 

-Sí. Había desfiles de carrozas, y a las doce, agarrate, porque los vecinos se subían a los techos y empezaban los baldazos de agua. El que se quedaba era porque le gustaba. Una vez se subió el papá de Lita, don Juan, que era un señor muy serio y que era impensado que pudiera subirse a tirar agua. Pero una vez lo hizo…
 

 

-¿Y las navidades?
 

 

-En Navidad salíamos al balcón con mi papá y mi mamá después de las doce y brindábamos con don José Dogil y doña Nieves, que salían a su balcón. Y si estaba, también con don Paco Amarante, que era marino mercante, o con doña Elena. Salían también los Chimento, Don Carlos, gente pionera de este pueblo… Brindaban, y cada uno a su casa.
 

 

-¿A qué escuela fue?
 

 

-A la Escuela 1. Tuve como maestras a Amandita y Zulema Devincenzi, Victoria Mondejar…  Aunque creo que no estaba preparada para ir al colegio hasta los 8 años, cuando me liberé un poco de tanta infancia, de mi “fondo”, que era mi sueño… Ahí jugaba sola, a vender, imitando a mi papá, ponía cajoncitos, los llenaba de frasquitos. Era un mundo de fantasía… Yo vivía y disfrutaba de eso y de la música, o jugando a través del alambre con Lita y Pichi. Mis compañeros de escuela eran Machito Casares, Tomasito Cabello, Edgardo Márquez, Teresita Ghio, María del Carmen Viso, las japonesitas Nakasone y Yamasato...
 

 

-¿Fue mucho a bailar en su juventud?
 

 

-En general mis padres no me daban mucho permiso para ir a bailar. Eran pocas las veces que me autorizaban. Y eran una mole de cemento armado. Cuando uno decía no, el otro también decía no… Pero muchos bailes se hacían en casas particulares. En lo de las chicas de Peiti, o en lo del Pato Castelaro, donde iban los más grandes. Y en lo de Celia Risso…
 

 

-¿Había algún lugar muy convocante?
 

 

- Montecarlo, que era de Facturita Vignola y Luisito Márquez, que también hicieron una peña en el sótano de la casa vieja del Club Varela Junior. Ahí venía Hugo De Bruna y enseñaba baile.  No había nadie de afuera, éramos todos conocidos. Iban Negrita Palucito y Julito Mom… Bidú Scrocchi, Nene Merigho, Richard Figueredo…
 

 

-¿Se casó?
 

 

-Me casé, después de ocho años de novios, con Jorge Giménez. Estuve 17 años casada…Muy bien. Como todo se termina, esto también se terminó. Pero ahora tomamos un café, charlamos y nos reímos de cosas que antes no nos reíamos, como pasa con todos los separados del mundo.
 

 

-¿Quién es su “personaje inolvidable”?
 

 

-El capo máximo, mi papá. Un tipazo, de esos tipos que se han hecho solos, desde la más tierna infancia. Cuando tenía 6 añitos, vino de primer grado inferior y le dijo a su mamá que iba a proponerle a la maestra hacerle unos mandados para que le diera unas moneditas. El tipo tenía la idea comercial ya… Vino con el chip puesto. Era muy buen pagador, no podía estar debiéndole ni cinco pesos a nadie. Y nos enseñó cómo había que tratar a los inmigrantes que venían a F. Varela. Por ejemplo, me decía que a los japoneses, que no hablaban nada de castellano, había que mirarlos a los ojos, saludarlos con una reverencia, y no cargosearlos, hacerles una seña para que pasaran y miraran. Ellos solos iban a señalar lo que querían comprar. Con los portugueses y los tanos, era igual que con nosotros, pero los orientales eran distintos. Papá murió con 100 años, y las charlas que tuve con él fueron maravillosas, fructíferas… Historias de voluntad, de perseverancia… Mi vieja también me dejó muy marcada, siempre buscó que me gustaran las cosas de la casa.
 

 

-¿Quiénes son sus amigos?
 

 

-Ivana Salvucci, que era amigota de Elenita Amarante, que era amiga mía desde muy chiquita, y que se cruzaba acá después de almorzar, para las sobremesas con papá y mamá… Hugo Adamo y su mujer Mary, Susana Molinero, el Negro Blanco, Ricardito Calegari y su mujer María Rosa, Mary y Pacha Demattei, Cuqui Muñiz, Rosita Diéguez, con quien le cantábamos la Marsellesa a mi mamá...
 

 

-¿Está feliz con la vida?
 

 

-Muy contenta. He sido favorecida por la vida. No me puedo quejar absolutamente de nada porque sería una desagradecida. Tuve padres que cuando uno llegaba había ruido a besos… Con eso tenés toda la vida paga. Eran dos locos… Jugaban, con esas miradas cómplices y pícaras que entendí cuando fui adulta. Mi hermana me dejó el mejor legado, tengo mis sobrinos y sobrinas nietas... Y tuve la clientela más divina que te puedas imaginar…
 

 

-¿Cree en Dios?
 

-Sí… Soy creyente a mi manera, porque creo, como creía mi papá, que Dios somos nosotros mismos. Está todo adentro nuestro. Pero yo tengo que agradecer haber tenido a mis padres como guía, protección, respaldo, consejo y ejemplo. Hermanos como los que tuve, divinos,  y amigos a los que amo, y con algunos de los cuales nos acompañamos hace más de 50 años. He amado y he sido muy amada. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?


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