Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Angelo Battista nació el 2 de enero de 1942 en Mola di Bari, Italia. A los once años llegó a Florencio Varela, donde pasó toda su vida y se hizo conocido por sus virtudes como cantante. Tenor desde siempre, es capaz de transitar con su voz todo tipo de melodías pero sin dudas su sentimiento se proyecta contundentemente cuando le toca entonar esas canzonetas que lo remontan a sus orígenes.
Entre muchas otras interpretaciones, presentó «Las Bodas de Fígaro» en el Anfiteatro del Paseo del Bosque, en la ciudad de La Plata, el Teatro Roma y el Centro Cultural Caruso de Avellaneda, y el Teatro Maipú de Banfield, y actuó en el Teatro El Ateneo, de Buenos Aires. Con Antonia Belmonte tuvo cinco hijos: Lorena, Carina, Rodolfo, Gerardo y Florencia, y tiene tres nietos «y otro en camino», como nos anuncia, feliz. Con él charlamos en una mañana de flamante primavera en la oficina de Mi Ciudad.
-Empecemos con aquella niñez en Italia…
-Éramos cuatro hermanos, pero la más chiquita se murió a los siete años. Yo tenía nueve… Es algo que no quiero ni recordar El pueblo era chiquito. Vivíamos cerca de un castillo enorme, con una pared de piedra fuertísima, a la que las bombas apenas la astillaban. El padre de mi mamá tenía campo, y mi padre la conoció trabajando, porque era campesino. A las tres de la mañana se juntaban en una plaza del pueblo todos los terratenientes con los que buscaban trabajo, día a día. Se los contrataba por la jornada, según la especialidad que tenían. Cuando conseguía trabajo, comíamos, y cuando no conseguía, no comíamos.
-¿A qué jugaba?
-Jugábamos un juego que era tirar un palo adentro de un círculo, y había que embocarlo. Si no lo embocabas, todos los chicos te pegaban con un pañuelo con un nudo en la punta hasta que no lo embocabas. Otro juego era que te pegaran en la cabeza de atrás y tenías que adivinar quién había sido. Pero la pasábamos lindo.
-¿Cuándo vino a nuestra ciudad?
-Mi padre vino a Argentina, a «hacer la América» en 1948. Nosotros, en 1953. Yo miraba el mar y le decía a mi mamá… ¿Dónde será la América, allá, al final del mar?»… Viajamos en el barco de carga «Salta», y tardamos más de 20 días. Yo iba al camarote abajo, y veía solo mar y cielo… Pensaba ¿adonde vamos? El barco subía y bajaba, parecía que se iba a hundir en las olas, y volvía a subir…
-¿Cuál fue la primera impresión en la nueva tierra?
-Cuando llegamos vi bolsas de cal y cemento en la calle… Que nadie robaba. Y en nuestra casa, había una estantería con dos fuentes llenas de carne… Algo que solo se veía en una carnicería. No lo podía creer… Allá comíamos carne dos veces por año… Porque era todo verduras y legumbres. Este país era una bendición de Dios. Tuvimos que trabajar pero siempre estuvimos bien, fue lo más maravilloso que nos pudo pasar. Mi papá hizo la casa en cinco años, y nos trajo a todos. Empezó vendiendo camelias con un primo en el Mercado de Flores, hasta que se hizo socio y empezó a progresar. Compró un lote en el barrio Santa rosa y empezó ladrillo por ladrillo con sus manos, a levantar la casa, pagándole de a poco los materiales al Corralón de López, cumpliendo siempre.
-¿Cuál fue su primer trabajo?
-A los doce años acompañaba a trabajar a mi papá. El cultivaba palmeras enanas, y yo lo ayudaba para que tuviera un poco menos de trabajo. Ibamos a Lomas, Banfield, Remedios de Escalada… Hicimos plantaciones. Ibamos al Mercado de las Flores, que estaba en Almagro, a ocho cuadras del Mercado de Abasto. Y además trabajé en una fábrica de gasificadores para garrafas en Villa Vatteone. Pero solo estuve unos 10 días, porque el dueño nos exigía mucho… Yo recién llegaba y venía a decirnos qué quería «más producción». Y preferí quedarme con lo mío, que nadie me mande. Así que seguí con lo de las palmeras. Soy productor todavía. Y tengo palmeras de sesenta años. Se plantan en jardines, en todas partes. Me encantan las plantas y los cactus… Tengo infinidad de variedades, pero no los vendo. Las palmeras sí las vendo.
-No son las mismas palmeras de la Avenida Eva Perón, no?
-No, esas crecen hacia arriba… Las mías son cyca revoluta, las que están en la Avenida Eva Perón son las pindó.
-¿A qué escuela fue?
-Fui a la escuela nocturna que funcionaba en el edificio de la escuela 1. Tuve de maestros a Angel Basta, A Andreu… Hice hasta sexto grado.
-¿Quién fue su primer amigo en Florencio Varela?
-Un amigo desde chiquito fue Valdis Ozols, que era letón y vivía cerca de casa. Con él íbamos a todos lados… Los padres eran muy buena gente. Con él también cantábamos a dúo. Ahora está en un geriátrico, en San Martín, y cada tanto voy a visitarlo, y a cantar con mi guitarra para él y para los viejitos que están ahí.
-También habrá sido su compañero de bailes…
-Claro. Ibamos a bailar a La Patriótica, a los Polvorines, a todos lados…
-¿Cómo era aquel Florencio Varela?
-Muy distinto. A la vuelta de Sallarés estaba la granja El Gallo Rojo, que hacía pollos al spiedo. En el barrio no había nada más.
-¿Cómo empezó con el canto?
- Empecé estudiando a los 15 años en el Conservatorio Beethoven, de Perla Olivares. Hicimos una opereta un año más tarde, con trajes alquilados al Teatro Colón… que salió muy bien. Actuamos en el Teatro Ateneo, de Buenos Aires, con una multitud… Nunca había cantado frente a tanta gente, cuando salí al escenario las piernas me temblaban… También me enseñó el profesor Horacio Aielo en Wilde, y otros. También canté en la orquesta de Lomas de Zamora Río Kent, que hacía jazz. Con este grupo cantamos en La Patriótica. En 1960, canté en la Iglesia del Perpetuo Socorro. En un momento estuve cerca de entrar en el Colón, pero conocí a la que fue mi mujer, un amor a primera vista, y dejé todo. Estuvimos de novios nueve meses y nos casamos. La conocí en Mi Club, en Banfield, y me la presentó un amigo. La primera noche le regalé un clavel a ella y a cada una de sus amigas. Mi suegro era Don Emilio, y lo conocí a la semana de conocerla a ella. El ponía inyecciones y les decía a los chicos que las ponía sin aguja… tenía una mano increíble, era maravilloso. Cuando hice Las Bodas de Fígaro me dijo el actor principal que yo perfectamente podía haber hecho su papel, pero le dije que no, que yo las canciones que cantaba las conocía desde chico. No es lo mismo eso que memorizar toda una ópera y saber cuando tenés que entrar, quien viene antes y quien después… cuando entra la soprano ,v cuando la contralto… El canto siempre me gustó, y lo brindo con amor. Es algo que se siente, me llega, que me sale de adentro.
-¿Qué le enseñaron sus padres?
-Papá y mamá siempre me dieron la libertad para hacer lo que quisiera. Lo único que pedían era saber adonde iba, por si pasaba algo.
-¿Está contento con la vida?
- Sí. Me siento feliz porque hago el bien y recibo bien. En 2005 pude volver a Italia, y a cerrar algo que tenia pendiente: conocer la tumba de mi hermanita. Fui para eso, era algo que tenía que completar en mi vida. Desde Roma a mi pueblo fueron seis horas de viaje. Cuando llegué, el cementerio estaba lleno de palmeras plantadas iguales a las que yo cultivé siempre. Sin saberlo ella estuvo conmigo toda la vida.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Que cuide a mi familia, y que me dé fuerzas para seguir adelante a pesar de todo lo que me pasó. Cada día le agradezco por despertarme y ver el sol una vez más.
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