Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Emilio Faura Ruperez está a cargo del kiosco y librería de la calle Chacabuco 160, frente a la Municipalidad de Florencio Varela, desde hace dos décadas. Antes, el negocio era manejado por su madre, Josefina, quien falleció hace un par de años.
Nacido en Barcelona el 28 de septiembre de 1947, Emilio llegó al país con sus padres cuando tenía poco más de un año de edad, en el barco «Río Santa Cruz», que por una amenazante tormenta debió detenerse en Montevideo tres días antes de continuar viaje hacia estas tierras. Es padre de Esteban e Ignacio, y abuelo de Renata y Alejo. Recuerda un encuentro con el Dr. René Favaloro, quien quería comprar un tractor para su campo y al que le tocó visitar como corredor, y lo destaca como uno de los personajes inolvidables de su vida. Este querido catalán que es nuestro vecino desde que tenía 12 años nos recibió una calurosa tarde de enero para contarnos algo de lo que le tocó vivir.
-¿A qué se dedicaban sus padres en España?
-Mi mamá era costurera de alta costura, hacía vestidos de novias y todo eso, y mi papá trabajaba en una fábrica de baterías. Hizo el servicio militar dos años, y a los seis meses lo llamaron a la Guerra Civil. Así que estuvo tres años más. Combatió en la República, contra Franco.
-¿Qué le contó de la guerra?
-Me mostraba muchas fotos. Terminó como teniente de artillería. Mamá estuvo en la ropería del Hospital Central de Barcelona, hasta que terminó la guerra. Llegaban los muertos y heridos y los tiraban ahí, y había que subirlos seis pisos porque no había luz, porque fue el último lugar en caer.
-¿Por qué viajaron a Argentina?
-Decidieron venir porque se venía una gran guerra , que fue la de Corea, buscando paz y progreso. Llegamos a lo de unos tíos que vivían en Avellaneda. El marido de mi tía trabajaba en la CADE, y mi papá intentó entrar ahí, pero, por una ley, de cada diez vacantes, nueve tenían que ser para argentinos. Entonces fue a la Italo, en San José 180 de Buenos Aires, y ahí empezó, cambiando lamparitas en el Puerto. Después pasó a trabajar en las oficinas de la empresa.
-¿Dónde hizo la Primaria?
-Como nos mudamos a Berazategui, empecé la Primaria ahí y la terminé en el Colegio Nazareth de Quilmes.
-Y después se vinieron a nuestra ciudad…
-En 1954 mi papá compró estos lotes a Gumersindo González, que trabajaba en la panadería San Juan. Llegamos a Florencio Varela el 28 de diciembre de 1960, cuando se estaban edificando estos locales y la casa. F. Varela nos gustaba… Era limpio, un jardín. Una de las familias que conocimos fue la de Enrique Fernández, que también vivía en Berazategui y se mudó para acá, donde ahora está el taller de Bogliolo, en la calle Castelli, y ahí también vivían los González. Cuando llegué justo arrancaba el Instituto Santa Lucía y en marzo entré a la secundaria, cuando el colegio funcionaba en la Iglesia de Villa Vatteone.
-La famosa Primera Promoción... ¿Quiénes eran sus compañeros?
-Horacio Arasaki, Calvi, Claudio Zurita, el Gordo Bidart, Lucho Casares, Antonio Sequeira, Enrique Higa…
-¿Quiénes fueron sus primeros amigos en Florencio Varela?
-Carlos España, que también lo conocía de Berazategui, Juan Carlos Wolfart, el electricista. Con ellos salíamos, íbamos a bailar… Al Varela Junior, al Cruce, a La Capilla, a la Villa San Luis, a «Los que se Divierten»… Pero a las doce había que estar de vuelta en casa. Hasta los dieciocho, que te daban la llave…
-¿Qué recuerda del Santa Lucía?
-Recuerdo a Tino Rodríguez, un tipo muy derecho, con cosas que sólo podía hacer él… Todas las mañanas se ponía debajo de una campana, al lado de una gota de cemento que chorreaba de la losa. Tocaba la campana y entrábamos. Un día Beto Bidart escondió la soga de la campana y Tino quería tocarla… y no llegaba. Así que gritó: «¡Señoooores! ¡A clases!... Menos los de tercero». El sabía que el culpable estaba ahí. Preguntó quien había sido, el Gordo confesó… Y lo tuvo toda la tarde al sol, avisando cada vez que la gota llegaba al suelo. También recuerdo al profesor Siarretta, otro gran tipo, a Alicia Villar, Malena Dreyer. Fue una linda época.
-¿Dónde jugaban al fútbol?
-Jugábamos en una canchita que estaba frente al Nahuel, siempre contra el Comercial. Para ellos jugaba Luis Genoud.
-¿Y como jugaba?
-Más o menos, como todos nosotros...
-¿Dónde trabajó?
-Estudié Farmacia pero abandoné, y mi primer trabajo bueno fue en Agrovarela, con Héctor Borsani y su hijo, Nucho. Cuando cerró, fui a trabajar a Lanús, a una empresa que fabricaba indumentaria de seguridad laboral y fui corredor de productos de ferretería.
-¿Cuándo abrieron el kiosco?
-En diciembre de 1963. Y yo hice la primera venta, a un alemán de traje y sombrero, que iba con la familia para el Santuario de Schöensttat. Le vendí un atado de Imparciales largos y caramelos para las chicas.
-En tantos años acá habrá visto pasar a toda la gente de la Municipalidad…
-Sí. A todos. Desde 1963 para acá.
-¿Vinieron a comprarle los intendentes?
-Sí. Pereyra, por ejemplo, cuando era empleado, venía con una carterita colgada y compraba un Beldent y un Marlboro de 10, todos los días, y entraba a la Municipalidad.
-¿Sigue viniendo?
-No, manda a la gente. Sigue comprando chicles, pero ya no fuma.
-¿Tiene algo para contar sobre el Intendente Fonrouge?
-Cuando ganó, con el voto en blanco del peronismo, salió segundo y le tocaba a él, quiso asumir el cargo y en la Municipalidad estaba lleno de gente con escopetas, que no lo dejaron pasar. Fue a la Comisaría, a buscar un escribano, y pudo entrar. Eso lo ví yo… Era un caudillo. Atendía a toda la gente que iba a verlo a su casa aunque fueran las tres de la mañana. Hacía campaña con un carro, con un caballo. Y también compraba en el negocio. Una vez me agarró entrando a contramano, porque la calle estaba cortada, y me llamó para decirme que no lo hiciera más…
-¿Hubo algún otro Intendente sobre el que quiera decir algo?
-Hamilton. Según los empleados, fue el mejor de todos. Nunca vino a comprar, pero mandaba a la gente de Ceremonial.
-Cuéntenos alguna anécdota del barrio…
-Una vez unos tipos venían de algún baile, por la noche, gritando y pateando tachos de basura, y el Vasco «Juancho» Harguindeguy, que tenía tambo y se levantaba temprano, los escuchó y salió con una escopeta disparando tiros al aire… Los tipos se fueron corriendo…
-¿Qué aprendió de sus padres?
-Todo. Cuando empecé Primero Inferior ya sabía leer y escribir. Y también me enseñaron caligrafía.
-¿Está contento con la vida?
-Sí, creo que algo hice.
-¿Y qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Que me haga nacer de nuevo, para repetir todo lo que viví. Así que me gustó… Querría un «bis».
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