Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Aunque en Argentina nunca se puede dar nada por seguro, y menos aún en materia política, los resultados que fueron registrándose en las primeras pruebas electorales parecen conducir a una polarización entre el PRO y el Frente para la Victoria para agosto de este año.
Aunque los voceros K y sus multimedios traten de dar vuelta la realidad y mostrarse triunfantes, lo cierto es que el kirchnerismo acumuló tres duras derrotas consecutivas que marcan su retroceso: las PASO de Santa Fe, las generales de Neuquén y –por paliza- las PASO de la ciudad de Buenos Aires.
La difusión de datos falsos, las bravuconadas y los «análisis» de los conocidos seudoperiodistas a sueldo esta vez quedaron reducidos a escombros ante la contundencia de las urnas. Pero claro, el Relato y sus relatores siempre se las ingeniarán para quedar bien parados. Alguien debería grabar para siempre los comentarios aparecidos en los canales oficialistas después de las debacles electorales, intentando relativizar los fracasos con todo tipo de manipulaciones semánticas y matemáticas y pasarlos dentro de algunos años en las facultades de periodismo como ejemplo de perversión comunicacional.
La inflación no existe, la inseguridad tampoco, no hay cepo al dólar, no hay pobreza, no hay corrupción. El kirchnerismo se caracterizó desde siempre por ser una máquina de negar lo que todos pueden ver.
A esto se suman las grotescas maniobras para apartar jueces de las causas que involucran a funcionarios y nombrar magistrados afines en lugares claves que les garanticen una futura impunidad. Todo vale para mantenerse en el poder y seguir viviendo –años, décadas- de la función pública, enriqueciéndose escandalosamente y predicando su supuesto «progresismo» desde sus lugares de privilegio.
Transitando sus últimos meses en el Gobierno, el kirchnerismo nos deja un país ficticio, con índices dibujados y estadísticas digitadas, que el próximo Presidente se verá obligado a sincerar.
Es tanta la hipocresía que se pretende que se aplauda la llegada de «modernos» trenes que en el resto del planeta son material de descarte. Mientras en Europa se viaja en tren bala a más de 200 kilómetros por hora, en Argentina se festeja que haya formaciones que nos llevan al interior en el doble del tiempo en que lo hacían hace 40 años.
Y hablando del mundo, ya sabemos con quienes nos ha alineado este Gobierno: con Venezuela, Cuba, Irán, China y Rusia, todos probos ejemplos de democracia, pluralidad, libertad de expresión y respeto de las garantías personales...
Esto es el modelo. Pregonar la revolución desde un loft de Puerto Madero. Ganar adhesiones a través de las amenazas, el miedo y la billetera. Descabezar todos los organismos de control. Dar pan y circo. O mejor, planes y fútbol. Apelar a los golpes bajos y a la épica para disimular los auténticos intereses. Falsear la historia, para transformar en héroes a los asesinos de ayer, y en mártires a los posibles presos de mañana. Trazar la línea virtual que coloca de un lado a la tropa propia y del otro, a los que piensan distinto, a los «fachos», la «derecha», los «neoliberales», los «buitres», las «corpos» y la «opo».
¿Habrá un cambio en marcha?
Por ahora, cualquier semejanza con la auténtica Democracia, es mera coincidencia.