Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Roberto Tironi nació el 15 de diciembre de 1941 en 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires. Está casado con Nélida Rosa Ferreira y tiene dos hijos: Eduardo y Claudia. También tiene cuatro nietos y dos bisnietos.
Es uno de los grandes responsables de la «resurrección» del Club Zeballos, que preside desde hace 9 años. «Es mucho tiempo, ya estoy algo cansado…», confiesa. Pero a los pocos minutos desborda de entusiasmo relatándonos todas las actividades que se despliegan en la institución en la actualidad: Danzas árabes, voley, patín, artes marciales, boxeo, funciones de circo, cine para chicos… Todo a partir del cambio que hizo que esta tradicional entidad volviera a cumplir su rol social después de un tiempo de oscuridad. Por eso, aunque hable de cansancio, resulta difícil imaginárselo fuera de este club al que le dedica tantas horas diarias.
-Háblenos de su infancia…
-Mi mamá murió cuando yo tenía 30 días. Mi papá trabajaba como albañil y en el campo. Yo hacía todo tipo de tareas… Recolectar maíz, criar chanchos…
-¿Desde que edad?
-Y… Casi desde que empecé a caminar. Mis abuelos tenían una chacra de 27 hectáreas. En la mesa, para comer, nos reuníamos todos los días 19 personas: los abuelos, los padres, los tíos, los yernos…
-¿Qué comían?
-Puchero, guiso. Y los domingos, pollo al horno. La abuela hacía pan casero, manteca, dulce de leche, dulce de higos, dulce de zapallos… De lo que había, hacía dulce.
-¿Cómo conoció a su esposa?
-Éramos vecinos. Me fui al servicio militar y cuando volví me casé, yo con 20 años y ella con 17. Nos casamos y decidimos venir para Buenos Aires , en 1968, porque en el campo no había muchas posibilidades y acá se conseguía trabajo enseguida. Vivimos allá hasta que nació mi primer hijo y después nos vinimos sin conocer nada. Llegamos a la ciudad de Buenos Aires en 1968, con mi señora, el nene que tenía tres meses, y 10 pesos prestados. Al otro día conseguí trabajo, en una sastrería de Av. Corrientes y Paso. Limpiábamos el local y le hacíamos la comida al personal.
-¿Cuánto tiempo trabajó ahí?
-Estuvimos un año y medio, hasta que un día encontré a un comisario que era de mi pueblo y me dijo por qué no entraba a la policía. Le hice caso, estuve más de 30 años en la Policía de la Provincia de Buenos Aires, y me jubilé como suboficial mayor.
-¿Cómo llegaron a Florencio Varela?
-A Florencio Varela vinimos porque desde Once salían unos colectivos que te traían para comprar terrenos acá… Y compré un lote: 124 cuadras de 10 pesos, acá a tres cuadras, en la calle Tupungato y ahora Presidente Perón. Los vendía la empresa Kanmar.
-¿Con qué se encontraron?
-Esto era todo campo. Cuando mi señora vino a verlo me dijo «me sacaste del campo y me trajiste al campo». Había muy pocos comercios. La panadería que está acá cerca, la farmacia… Los primeros vecinos que conocimos fueron los Barberena, los Porto… Era 1974.
-¿Usted formó un Cïrculo Policial?
- Nos juntamos un grupo de suboficiales y decidimos formar el Círculo. Los dueños del Banco Quilmes, a los que yo conocía por un procedimiento que había hecho ahí, nos vendieron un pedazo de tierra en Quilmes para hacer el predio del Círculo de Suboficiales de camineros. Y después se hizo el Círculo de Suboficiales de la provincia. Soy el socio número 9 y fundador, y estuve 10 años como vicepresidente primero. Más tarde formamos la Asociación de Suboficiales de las Fuerzas Armadas y de la Nación. Y después me retiré, cansado de viajar por todos lados…
-Cuéntenos como empezó su relación con el Club Zeballos…
-Aunque era socio, yo no venía al club… Era un bar, manejado por unos señores que a las doce de la noche cerraban la cocina y lo usaban para jugar a las cartas por mucha plata. Hasta que un día, Roberto Porto y tres socios más dijeron «esto no puede ser…». El club era para 20 personas. Intervinieron el club, por seis meses, y me convocaron para que sea Secretario. Picioni, que tenía una carnicería, era el nuevo Presidente. Se hicieron las Elecciones… Y bueno, llegamos. Esto era un desastre. Acá lo único que había era cucarachas.
-¿Cómo iniciaron la reconstrucción?
-Lo primero que vimos era un impuesto que había que pagar… La mandé a la pro secretaria, y volvió blanca. Dijo «nos van a rematar el club…» Hacía ocho años se había firmado un convenio con la Municipalidad por los impuestos y nunca lo habían pagado. Y nadie sabía nada. Yo al Intendente Pereyra no lo conocía, pero fui a verlo…
-¿Y qué pasó?
-Me contó que el Club Zeballos era el club de sus amores, porque cuando él vivía en el barrio hacía sus cumpleaños ahí, Me mandó a ver al encargado de Legales, el Dr. López, que cuando me atendió me pareció conocido. Y él también me conocía a mí. Claro, él era comisario inspector, jefe de caballería de Avellaneda, trabajábamos a cuatro cuadras… Me dijo que el expediente estaba en el Juzgado. Llamó y le dijeron que estaba a la firma de la jueza, para disponer el remate. López le dijo que el Intendente quería solucionar el tema… Le contestaron «que el Intendente haga lo que quiera con los impuestos, pero las costas judiciales hay que pagarlas». Y eran 4600 pesos… En ese momento, era guita. Y yo tenía que juntar la plata para el otro día… Así que le dije a mi señora «me tenés que prestar 1000 pesos. Mi primo puso 500, otro puso 200… Cuando llegó la noche, ya tenía los 4000 y pico pesos. Fui al otro día y pagamos las costas. Y se salvó el club.
-¿Cómo sigue la historia?
-Después Pereyra me mandó llamar y me preguntó si se había solucionado todo. Le contesté que no, que habíamos salvado el remate, pero que teníamos la deuda… Y me dijo «que los impuestos pasen al olvido». Y así empezamos. El club no tenía nada. Acá no había ni una moneda, ni una silla para sentarse. Hasta se habían llevado una antigua caja fuerte grande como una heladera… Y resolvimos hacer la rifa de un auto. Nos fuimos a ver a Oscar, que tenía la agencia acá cerca, y nos dijo que él ponía el vehículo. Así que empezamos a vender la rifa: primer premio un auto, segundo premio una moto, tercer premio, una computadora, cuarto premio una heladera… ¡Y no teníamos ni una moneda! Vendimos 246 números… No llegábamos a cubrir ni la moto… Y se sorteaba acá, con un escribano. El presidente, el tesorero y yo temblábamos… No cubríamos ni las ruedas del auto. Pero el único número que salió fue el de la moto. Nosotros toda la plata que juntábamos se la íbamos dando a Oscar. Así que tuvimos que ir a hablar con él. No podíamos pagarle el auto. Y nos dijo «no hay problema, acá tienen la plata», y nos la devolvió. Un señor…Después tuvimos que hacer el cielorraso. Para eso decidimos vender un terreno que nos había donado un socio. Hicimos una asamblea… Hubo una discusión. Solo siete socios votaron en contra. Los demás, a favor de la venta. Lo compraron los hermanos Mercado, que son profesores de artes marciales, y además, se dedicaban a hacer tinglados. Presentaron su presupuesto y era el mejor, así que acordamos con ellos. Pero nos faltaba el cielorraso… ¿Cómo podíamos hacerlo? Pusimos un cielorraso de media sombra, hicimos una reunión, vino la Doctora Corrales, de la Municipalidad… Lo vio y dijo «no, esto así no va, si lo llega a ver el Intendente…» Y le contesté, «sí, lo puse para que lo vea»… Finalmente, el Municipio lo pagó y pudimos hacerlo.
-¿Está contento con la vida?
-Muy contento, principalmente con la familia que tengo.
-Al faltarle su madre desde muy chiquito, ¿Quién lo crió?
-Me criaron en parte mi abuela, y en parte mis tías.
-¿Cómo era esa abuela?
-Mi abuela era maravillosa, una viejita que valía oro. Y Dios se la llevó sin que sufriera. Le llegó el cheque para cobrar la jubilación, se acostó a dormir la siesta, y quedó ahí, no alcanzó a cobrarla.
-¿Qué cosas le enseñó?
-De todo. Tanto la abuela como el abuelo… Fue una familia extraordinaria. Ya así sale uno, cuando tiene una buena familia atrás. Y también tuve una gran suerte con mi esposa, mi compañera… Ya llevamos 52 años de casados. Siempre tira la bronca y me dice «¿por qué no te llevás la cama al club?, pero cuando hay una fiesta es la primera en estar acá, al lado mío, ayudando…
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Le pediría que me dé unos años más para terminar esta obra. Adoro a mi familia y adoro al club.
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