Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
María Norma Vasconcelos de Campanella luce sus espléndidos 80 años con envidiable vitalidad. Nacida en Laprida, provincia de Buenos Aires, el 18 de enero de 1935, esta querida vecina vive en la misma casa de la calle Rivadavia de nuestra ciudad a la que llegó desde Avellaneda, en 1960, junto a su marido, el recordado Mario Hugo Campanella, y su entonces pequeño hijo Mario Daniel. Luego, tendrían otra hija, Karina, y años más tarde, nacerían sus adorados nietos: Daniela, Mariángeles, Violeta, Delfina y Tobías. «Aunque dicen que Daniela es la favorita porque fue la primera, para mí son los cinco iguales. El chiquito tiene varios gestos de mi marido, y es muy cariñoso.». También nos cuenta una anécdota con su nieta Violeta: «Me preguntó si podía traer un telar a mi casa… Le dije que no me molestaba, que si trabajaba acá me iba a acompañar. ¡Cuando lo ví… Pensé que era más chico…! Pero no importa. Yo estoy muy contenta». Su felicidad se extiende a su relación con su yerno y su nuera, a los que dice querer mucho. «Me llama más mi nuera que mi hijo», cuenta. Y agrega que todos los domingos se junta con hijos y nietos a almorzar. «Si alguna amiga me invita a salir en domingo, me cuesta, porque estoy acostumbrada a la comida familiar».
-¿Qué recuerda de su infancia?
-Teníamos una casa grande, con unos perales hermosos, con gallinero, y adentro del gallinero yo tenía una hamaca. Hasta les ponía nombre a mis gallinas. Jugábamos mucho en la calle. A la mancha, a las escondidas. Éramos muchos chicos… Mi papá era bancario, y cuando yo tenía nueve años lo trasladaron a Bragado, así que nos mudamos a esa ciudad. Dos años después lo enviaron a Lanús, y después a Avellaneda. Ahí estuve hasta mis 25 años…
-Fue dejando muchos amigos por el camino…
-Sí, y los extrañé a todos. Yo soy muy amiguera. En Avellaneda vivíamos en el edificio del Banco, sobre Avenida Mitre, y ahí no había chicas. Como yo seguía yendo al colegio a Lanús, seguía con mis amigas. Después hice dos años de secundaria y abandoné. Hoy estoy arrepentida, porque podría haber sido maestra, pero bueno, ya está. Aprendí costura, a tejer, y esas cosas que me gustaban.
-Volviendo a la niñez, cuéntenos sobre su madre.
-Mi mamá era buenísima, una vieja de oro, vivió hasta los 93. Hacía las cosas de la casa, era de amasar ravioles, ñoquis, todo tipo de pastas. Y hacía dulce de leche. En esa época no se compraba nada, se comía todo casero… Los pollos eran caseros.
-¿Tuvo algún juguete favorito?
- Un malcriado hermoso, que me había traído una tía de La Plata.
-¿Qué era un «malcriado»?
-Era un muñeco grandote que si lo golpeabas se te rompía, porque no era irrompible. Lo tuve hasta que Karina tenía cinco años, cuando jugando con el hermano lo golpeó y le rompió la piernita. Lloraba… y yo ni te cuento. Y también una muñeca a la que le decíamos «la Patalarga», que era de trapo. Pero ese muñeco fue mi adoración.
-Pasemos a su juventud.
-Mi juventud la pasé en Avellaneda. Mis primas de la Plata venían sábado por medio a bailar, y los otros sábados yo iba para allá.
-¿A qué edad fue a bailar por primera vez?
-A los 16, en La Plata, con mis primas y mi tía. Y cuando íbamos a bailar en Avellaneda, nos acompañaba mi mamá. Al Club Independiente o a los Carnavales que se hacían en la cancha de Racing.
-¿Se disfrazaban?
-Claro, con unos trajes hermosos.
-¿Conserva amistades de esos años?
-Sí. Mi amiga Beba, María Esther, de Lanús, que ahora está en Mar del Plata. Pero seguimos en contacto.
-¿Qué más hacía en esos tiempos?
-Con mi mamá tejíamos y escuchábamos las novelas por las noches, por radio. A Alberto Migré, en Radio Libertad, con Alejandro Romay… Actores como Eduardo Rudy, Oscar Casco, Celia Juárez, el español López Lagar, que hizo «Cumbres Borrascosas»… Como no había televisión, vos te imaginabas lo que escuchabas, y era más lindo. Eran novelas sanas.
¿Cómo conocían a los actores?
-Por la revista Radiolandia. Además los veíamos en persona, cuando las compañías de Juan Carlos Chiappe o Héctor Bates, por ejemplo, se presentaban en el Teatro Colonial, de Avellaneda. Eso sí, íbamos con mi mamá. A todos lados se iba con la madre.
-¿Y cuándo se puso de novia?
-A los 17 años. Conocí a mi marido porque era amigo de mis hermanos e iba a mi casa. A mí me gustaba, él era un lindo rubio, de ojos verdes. Yo tenía 16 años, y él venía a aprender a bailar con mis hermanos, y bailaba conmigo. Una vez vino mi cuñada a casa y me dijo que yo le gustaba. Le dije que a mí también… El después me dijo «si yo te hablaba y vos me rechazabas, no podía ir más a tu casa».
-Y sí, hay que tantear antes de lanzarse…
-Fue un noviazgo muy lindo. Era un hombre muy activo, como es mi hijo. No podía estar sin hacer algo… Hace nueve años que se me fue … Fue toda una vida con él, desde los 17 hasta los 71.
-¿Tuvo que pedir su mano?
-Tuvo que hablar con mi papá,. Hacía un mes que nos veíamos…
-¿Donde se veían?
-Cuando yo salía a hacer los mandados…
-¿Y cómo fue el día que entró por primera vez a su casa?
-¡Qué nervios me llevé ese día! ¡No tenés idea! Yo me fui y él habló con mi papá a solas. Pero mi papá ya sabía, porque mi mamá le había dicho… El era tan bueno… Nunca nos retó.
-Y vino el casamiento…
-Cuando nos casamos, vivimos con mis padres. Yo le dije, «si te casás, te casás con los viejos también». Y así fue. Vivimos ahí desde 1956 hasta 1960, cuando nos vinimos a Florencio Varela, donde vivía mi hermano mayor, Emilio.
Era hermoso Florencio Varela. Su plaza, la avenida toda llena de flores… Esta ciudad nos enamoró. Llegamos a esta casa, que era más chica, con una habitación y una cocinita. Me dicen si no quiero ir a vivir a otro lado, pero yo de acá no me voy, a mí me gusta mi barrio.
-¿Quiénes fueron los primeros vecinos que conoció?
-Mi vecina, Norma Egoburo de Zerbi, los Merigho, que vivían enfrente, los Zanollo, Teresa Domingo, que murió hace seis meses. Y mirá lo que es la vida: mi marido hizo los nichos en el cementerio enfrente de donde está ella, así que vamos a ser vecinos ahí también…. A los cuatro o cinco años vino Ducó, que era el gerente del Banco Provincia, los Gregori… Cuando recién llegamos, mi hijo se escapaba y se iba a esa casa, donde le hacían los postrecitos. No sabés lo que era mi hijo de chiquito, se iba, se escondía… Claro, en Avellaneda vivía en el Banco Nación y no podía ni salir, pero acá se iba para todos lados…
-¿Qué aprendió de sus padres?
-La bondad y la honestidad. A ser correctos, y a ser católicos practicantes. A mí desde chiquita me enseñaron a ir al cementerio. Mis nietas me retan porque voy, pero igual sigo yendo. Dicen que ahí no hay nada… Nunca vi un alma… Pero uno distingue a las personas como son.
-¿Quién fue su «Personaje inolvidable»?
-Mi abuela paterna, la única que conocí. Murió cuando yo tenía 13 años. Estaba un poco con nosotros y otro tiempo con unos parientes de La Plata. Era muy observadora, callada, muy buena, y nunca habló mal de nadie. Siempre se vestía de negro, desde que murió su marido. A ella le gustaba mucho el cine, como a mí. Y también recuerdo con mucho afecto al Padre Juan Santolín. El llegó a Varela dos años más tarde que yo. El jugaba con mi hermano a la pelota, en el terreno que estaba al lado de la Iglesia. Siempre fue medio de mal humor, pero conmigo era muy bueno. Yo lo apreciaba mucho. Y el Padre Gino. Fue alguien que a mí siempre me confortó. Hablaba y te daba tranquilidad.
-Es obvio que está muy contenta con la vida.
-Muy contenta. Ví a mis nietas… No sé si voy a ver bisnietos. ¡Ellas parece que no quieren saber nada! Vamos a ver hasta cuándo Dios me deja seguir…
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Gracias por el amor que nos da. Le agradezco todos los días, por solo levantarme. Lo que fueron mis padres, mis hijos… Lo que fue mi marido. Tuvimos un matrimonio hermoso. Mis amigas me dicen si yo no quiero estar con otra persona, para no estar sola, pero yo no… Porque yo lo amé, yo no lo quise, lo amé... Una cosa es querer y otra es amar.
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