Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Nacido en General Belgrano el 6 de septiembre de 1943, e integrante de una querida familia firmemente arraigada a Florencio Varela desde hace décadas, Hugo Lozano tuvo ocho hermanos, uno de los cuales falleció por meningitis a los tres meses de edad. Los otros, Antonio, Angel Roberto, Hilda, Sara, José Luis, Julio César y Amalia. «A ninguno nos pusieron nombres árabes. Porque mis viejos querían muchísimo a la Argentina. Papá vino de El Libano enviado por su madre, porque allá había guerra… Y nuestro país le dio todo, no quería ni oír a nadie hablar mal de Argentina», recuerda. Fundador, socio número 4 y ex titular de la Asociación de Comerciantes Amigos del Cruce Varela, está casado con María Marta Fagaburu, con quien tuvo tres hijas: Mariela, María Laura y Romina. Se encuentra superando un problema de salud y disfrutando a sus siete nietos, mientras despunta el vicio por la escritura y ejerce su rol de Presidente de la Sociedad Civil «Mi Pueblo». «Ahora estoy jubilado, tranquilo, escribiendo y haciendo vida social», nos cuenta, feliz.
-Ustedes eran nueve hermanos. ¿Era normal en esa época que los matrimonios tuvieran tantos hijos?
-Era normal, y más en el campo. Tener de seis a diez hijos era muy común.
-Cuéntenos sobre su padre…
-Papá se llamaba Antonio Salomón Lozano, pero en árabe su nombre era Sleimen, como lo llamaba mi mamá. Mi tío se llamaba Charbel, que era el nombre de un santo libanés, de la religión maronita. Lozano tampoco era el apellido original, el real era Msam.
Papá vino de El Lïbano con 17 años, trabajó como mercachifle, vendíendo frutas y verduras por la calle con un canasto de cada lado. Se mudó de Buenos Aires a Chascomús, después a O´Higgins, después a General Belgrano… Y ahí llegó a tener un almacén de ramos generales, donde paraban estancieros, gente del campo… Fue una buena época… No nos faltaba nada. Había once bocas para alimentar… Papá, mamá, mi tío que también había venido de El Líbano, y los ocho hermanos… En esa época solo trabajaban dos o tres, los mayores. Fueron tiempos difíciles, pero buenos. Y la unión entre mi papá y mi tío era increíble.
-¿Y su madre?
-Se llamaba Serafina Haye y era de Buenos Aires. Con papá se conocieron y casaron en Chascomús. Y después se fueron a General Belgrano. Yo iba a clases en el campo, enParaje La Verde, la Escuela Número 13, en cuya construcción tuvo mucho que ver mi mamá, que hizo todos los trámites, consiguió que le donaran los terrenos en donde se levantó la escuela. Cuando el colegio cumplió 50 años, se hizo una fiesta enorme, con medio pueblo presente, y el Intendente le entregó a ella un reconocimiento. Mamá era muy emprendedora.
-¿Qué le enseñaron sus padres?
-La rectitud, la honestidad.
-¿Cuál fue su primer trabajo?
-En Casa Galli, como cadete. Yo tenía 12 años. Era un negocio grande, que vendía de todo, blanco, lencería. Y después entré a Grandes Tiendas La Capital, a los 13 años. Yo tenía la llave de la tienda que ocupaba media manzana. Los domingos se hacía la «vuelta al perro», y cuando terminaba yo entraba a apagar las luces, bajar las cortinas y cerrarla. No era pecado el trabajo infantil. Nos enseñó tanto… Yo trabajaba ahí, Julio lo hacía en un almacén que se llamaba El Arca de Noé, y José Luis en La Armonía, otro almacén. Todos estábamos bien ubicados y conceptuados. En ese tiempo General Belgrano tenía menos de 10.000 habitantes. Nuestro apellido era una carta de presentación.
-¿Jugaba al fútbol de chico?
-A mí no me gustaba jugar al fútbol. Y cuando tenía once años tuve una operación, lo que también influyó. Mis otros hermanos eran fanáticos. José Luis, Julio, Roberto…
-¿Quién fue el mejor?
-Julio fue el mejor. Jugó en Arsenal de Lavallol y en otros clubes, pero no le gustaba la disciplina del deporte. Igualmente fue un gran full-back.
-¿Cuándo vino a Florencio Varela?
-En 1961. Acá ya estaba Roberto, que estudiaba medicina en La Plata, y vivía con nuestro primo, Arué. Vinimos a vivir a una casa alquilada, en Urquiza 259. Al lado del campo, esto era un palacio. Allá vivíamos en un rancho de paja y adobe, con piso de tierra, el boliche al frente y las habitaciones atrás… Acá encontramos el piso de mosaico, la lluvia en el baño, era una alegría… Especialmente para las mujeres.
-¿Quiénes fueron los primeros vecinos que conoció?
-Los Gibelli, Elena y Shito. Con ellos nos quedábamos hasta tarde, tomando mate en la vereda. Y también los Godoy, los Magdaleno, la gente del barrio…
-¿Y su primer trabajo en nuestra ciudad?
-Con mi hermano Antonio, en un taller de muebles americanos que era de Jacobo y Pedro Scherman, cerca de donde estaba la Parada Mora. Ahí masillábamos, lijábamos y pintábamos. Hacíamos ocho aparadores por día.
-Tuvo muchas ocupaciones, ¿verdad?
-Yo nunca fui constante en el trabajo, siempre quería superarme y conseguir algo mejor. Por eso tuve muchos trabajos. Fui pintor de brocha gorda, vendí libros, entré a la fábrica de anteojos Ray Ban Bausch y Lomb, trabajé en la empresa de colectivos Expreso Buenos Aires... Yo guardaba la recaudación de viernes, sábado y domingo en una caja dentro de la oficina, en Garay y Santiago del Estero, donde vendíamos los boletos, y nunca tuvimos un problema. Después trabajé en la fábrica MTM, hasta que me hice amigo de Jorge Scarone, que era fotógrafo, y me dijo por qué no me buscaba un local en el Cruce para dedicarme a esa actividad… Y lo puse. Hablé con el dueño de la Galería del Sur, Primito Iaretti, que me alquiló un local, y Scarone me prestó rollos, portarretratos, de todo, para empezar… Era un lugar genial para un negocio. Vendía, y me iba a Quilmes a reponer la mercadería, hasta tres veces por día, El negocio fue creciendo. Estuve desde 1971 hasta 1985 con la casa de fotos, y en 1983 me hice cargo de una tienda en la galería… Que duró hasta que llegó Carlitos.
-¿Menem?
-Menem. Con la recesión con deflación era imposible mantenerse. Yo compraba una camisa en 17 pesos para venderla a 25, venían los chinos, y yo tenía que venderla a 10…
-¿Cómo conoció a su señora?
-Nos conocimos en un parque de diversiones en el Cruce. Empecé a charlar y hubo empatía de entrada. Estuvimos siete años de novios y nos casamos.
-¿Y como empezó a escribir?
-Siempre me gustó escribir, y de novio escribía alguna que otra poesía. Pero lo que me incentivó más fue el Círculo Literario. Empecé a ir, llevado por Roberto, en la época en que estaba Julio Faraoni como presidente. Al oír lo que escriben los otros, uno va aprendiendo y mejorando, y va tomando más ganas de escribir. También estoy en la SADE filial F. Varela, con María Encarnación Nicolás, y en el Tarumá, con Antonio Sequeira… Toda gente buenísima, y lugares donde es muy grato compartir el tiempo.
-¿Quién fue su «personaje inolvidable»?
-Sacando la familia, porque sino tendría que decir que fue mi viejo, alguien de quien aprendí mucho fue el gerente de la tienda La Capital, Carlos Vincenti, que venía de Tandil, y que me enseñó a decorar, a armar las vidrieras… Me daba mucha confianza.
-¿Está contento con su vida?
-Muy feliz. Y creo que esta es la etapa más feliz de todas. Juego en el suelo con mis nietas, viajo, como cuando fui al congreso de la SADE en Córdoba, tengo una señora que es una maravilla…
-Eligen bien a sus esposas, los Lozano…
-Sí. Son extraordinarias, son hermanas entre ellas, y hermanas nuestras.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Gracias por la vida. La canción más emblemática, la que más me gusta, es justamente esa, «Gracias a la Vida». ¿Qué más puedo pedir?
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