Por Nahir Haber
El sábado 23 de abril cierra Elsieland. Puedo describir lo que siento desde muchos lugares pero la manera más correcta es desde la indignación. Me enteré por una noticia en un diario que mostraba el edificio viejo, apelando a la nostalgia y a la sensibilidad. Pude hablar con una señora en el tren, María. Ella que me contó que se conocieron ahí con su marido, porque así «eran las relaciones de antes, la gente duraba» decía, «ahora los pibes se drogan y fuman paco porque escuchan esa música que te aturde» y mi parte favorita «la juventud está perdida». Esa conversación me hizo acordar a cuando yo formaba parte de la «JUVENTUD PERDIDA» que creció y maduró su camino en esa pista hermosa lustrada en chicles, alcohol, colillas y barro.
En esa época en mi casa, ya odiaban a Tinelli pero lo veíamos igual, esperando que en algún momento diga «me acuerdo cuando íbamos a zona sur a bailar a Elsieland en Quilmes» entonces ahí todos nos sentíamos cooptados por el mensaje encriptado de que todos podíamos ser un poco el y él era todos nosotros. Veíamos su programa porque Marcelo se acordaba de nosotros, del boliche.
Elsieland no era sólo un boliche, era el lugar dónde se conocieron los papás de algún novio, era dónde alguna amiga se dio por primera vez su primer «chape», no su primer beso, el chape es con lengua y con actitud desaforada. Fue el primer lugar donde descubrir a qué lugar querer pertenecer; los más arriesgados estaban en el centro, bailando «marcha» poseídos por el diablo, en la periferia algunos dando la primera pitada a los primeros puchos y otros probábamos los primeros y ahora intomables, “Gancia batidos” pero aquellos más osados de los que todos hablaban, estaban dentro de la “jaula”.
Cómo van a elegir la foto del edificio viejo para la despedida, si hay tantas otras mejores, como la del chape de mi amiga con el Kun Agüero o la del potro Rodrigo cantando hasta quedarse afónico o bien la de la pista de arriba con la conquista ganada transcribiendo un teléfono en jeroglífico o la cuenta de MSN a una servilleta siempre mojada.
Quién puede hablar de inflación, ni el mejor análisis de mercado supera un “freepass” a un peso y los viernes a partir de las 5pm recorriendo los locales del centro varelense para conseguirlo.
En Elsieland aprendimos todo lo que está bien y lo que está mal. Entendimos que lo efervescente de las relaciones, dura igual que el pelo mojado por esa espuma espantosa de las fiestas, al igual que algunas decepciones permanece mucho más tiempo que el humo del cigarrillo en el pelo después de dos duchas el domingo. A quién le vas a contar cómo te levantaste a la imposible, si no conocieron la parte de atrás de la escalera dónde esperaste el momento justo para hablarle.
Elsieland existía cuando «stalkear» era «fichar», cuando los «emoticones» eran los gestos de un extremo al otro de la pista, cuando «googlear» era hablar con el amigo del primo del compañero de banco, cuando subir una foto a Instagram era posar un rato en la barra, cuando una «selfie» era una autofoto, cuando la astucia era robar remises a la salida y el vivo era el que se acordaba de todo, el que contaba la noche el lunes con resaca en la escuela.
Yo le dije a María que se equivocaba, que la «juventud perdida» bailaba en la tarima, consumía chupetines “picodulce”, usaba esmalte flúor y pulóver en los hombros con mocasines. Le dije que me disculpara pero que la dignidad se perdía en esas horas de espera en la cola chupando frío, que cada cola completada, cultivaba la cepa de la gripe para no enfermarnos ese año.
María perdió su juventud si olvidó que su marido fue el primero que le vio el culo subiendo la escalera a las pistas del «cielo», si olvidó que ella también fue la “juventud perdida” de una generación anterior.