Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Radicado desde hace décadas en Salvador de Bahía, Brasil, junto a su esposa, Marta Piñero –psicóloga y especialista en yoga con quien hace 44 años se casó vestido de gaucho-, José “Titi” Molinero conserva saudades varelenses en su mente y su corazón.
Nacido en nuestra ciudad el 28 de agosto de 1939, sigue trabajando como Ingeniero en el vecino país donde también residen sus hijos, Neri y Ernesto, y su nieto Lucas. Si bien ya no viaja a dedo, como cuando en su juventud recorrió la Argentina de punta a punta junto a su cuñado Quiru, todavía acostumbra acariciar la guitarra y entonar aquellas melodías de Atahualpa, el Cuchi y otros grandes de la década del 60, emblemática era del auge del folklore. De visita en Florencio Varela, charló con Mi Ciudad para revivir muchos de sus recuerdos.
-¿Cómo eran tus padres?
-Mi padre era español y llegó solo al país a los 15 años, que cumplió arriba del barco. Mi madre nació en Domselaar, cerca de San Vicente, y vinieron a vivir a la zona de la Estación de Florencio Varela, cerca del almacén de Armanini, que mi padre y mi tío luego compraron. En la calle Belgrano 164, al lado del chalet de Bassagastegui, estaba la casa donde yo nací.
-¿Era un almacén de ramos generales?
-Sí. Tenía un reparto, la cancha de paleta…
-¿Quiénes jugaban en esa cancha?
-Reyes, Suage, Melgen Ganem y otros.
-Después abrieron otro negocio…
-Sí, del otro lado de la Estación, pegado a donde ahora está la Torre de Morenito compraron el local donde pusieron otro almacén. Ahí preparaban un guiso que los pasajeros del Ferrocarril Sud se bajaban a comer especialmente. Hasta que un inspector del Ferrocarril contactó a mi padre y a otros inmigrantes españoles para armar una empresa que talara montes de caldenes en La Pampa, y allí fuimos. Por eso mi primera infancia fue en el lejano oeste pampeano, a 150 kilómetros de General Pico, en un pueblo que se llamaba Luan Toro.
-¿A qué jugabas?
-Mis primeros juegos fueron en el agua… Entre los médanos… En ese pueblo, aún hoy, las lluvias forman bateas de agua en las calles. Hacíamos barquitos, empujábamos aros con un fierrito, el dinero era el papel de cigarrillo, y el heladero pasaba una vez por semana. Después volvimos a F. Varela, y fui a la Escuela 11. Me acuerdo de dos maestras muy especiales, Amanda Caparé y Pocha Ruiz. Mis compañeros eran Julio Faraoni, Bidú Scrocchi, Lucía Giménez, María Rosa Faraoni… Otras actividades comerciales de mi padre nos llevaron a San Luis. Y tiempo después, volvimos a F. Varela.
-Dicen que en esos tiempos había muchos personajes recorriendo nuestras calles…
-Mi padre era muy amigo de toda esa gente que vivía en la calle, que eran personajes de Florencio Varela. Como “El Paraguayo”, Pedrín el italiano, Movimento, otro italiano… Movimento era más de Villa Susana, de bares que había por ahí. Bebía mucho y pedía plata. Conversaba de sus cosas. Y cuando mi padre tenía los dos almacenes y el bar, todos ellos iban a pedir para comer y nunca se les negaba. Un pedazo de pan, un pedazo de mortadela, un vaso de vino o plata…
-¿Cómo era Pedrín?
-Era bajito, bocasucia, cabrero, y se calentaba por cualquier cosa. Recorría el barrio de los árabes, donde vivían los Ganem, Heik, Medley, en la Villa Vatteone, pasando la Estación. Vivía pidiendo comida e iba al bar de Florencio Ganem, en Belgrano y Vicente López, a tomarse su traguito. También estaba el Negro Arreguil, que vivía cerca del Hospital Boccuzzi. Y un sereno, que era un tehuelche, que se llamaba Catrinao, que recorría las casas y vigilaba que todo estuviera en orden, y a fin de mes pasaba a cobrar una propina, y con eso vivía. Y otro personaje era Zuccarino, una especie de flete, que andaba con el carro y un caballo que se llamaba “Pibe”…
-¿Alguno más?
-Berenjena, que paraba en la esquina del bar y andaba siempre con una bolsa. Parecía el Hombre de la Bolsa… Los pibes pasaban y le gritaban “Berenjena, diez centavos la docena”, y Berenjena se cabreaba…
-¿Cuándo conociste a tu esposa?
-Después de la Secundaria. Nuestros padres se conocían desde siempre, pero nosotros nos conocimos de grandes, pese a estar en el mismo barrio, tener los mismos chismes y las mismas raíces.
-¿Cómo fue aquel retorno de juventud a F. Varela?
-Lo primero que elegí fue el lugar para jugar al básquet. Yo jugaba en San Luis, y mis primeros amigos aquí estuvieron en el Club Varela Junior, donde nació toda mi vida social. Me tocó vivir de pleno la época de los carnavales con las grandes orquestas, ayudando, colocando sillas, mesas , carteles, junto a Bracuto, Luisito Márquez… y toda esa gente.
-¿Quiénes eran “los del básquet”?
- Juan Carlos «Pato» Castelaro, Delmiro Calviño, Julio Mom, Chiche Casariego, Hugo Rodríguez, Coco Bruno, Hugo Adamo, Ricardo Calegari, Pacha Molinari, Rolfi Molinero, mi hermano Hugo, mi cuñado Quiru. Lo más fuerte era el grado de amistad que entablamos entre todos, porque nos tocaba jugar en Burzaco, Adrogué, Calzada, La Plata. Eso de pasar los días juntos originó una amistad muy profunda entre nosotros y nuestras familias. Así también descubrimos que algunos teníamos afinidad por la música.
-Y nacieron Los Arropeños. Contanos algo de esta historia…
-Yo había estudiado guitarra un tiempo con Juan María Melzi. En esa época estaban de moda Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Los de Salta… Los íbamos a ver en vivo… El folklore nos empezó a llamar, nos juntábamos a guitarrear y terminamos armando un grupo, en el que estaban Oscar y Hugo Rodríguez, Antonio Palucito, Quiru Piñero y yo. Y le pusimos Los Arropeños, porque todo lo que terminaba en “eños” quedaba lindo. En 1961 hicimos la primera presentación, el día de San Juan Bautista, 24 de junio, en el Club Varela, con una peña… Éramos los invitados especiales, los hijos dilectos del club.
-¿Cómo les fue?
-Fue una sorpresa para muchos, que los que jugábamos al básquet cantáramos. Salimos con una ropa negra, unos ponchitos que conseguimos… Nos fueron a ver los hinchas fanáticos del básquet, como Casariego, Toscanini, Rossini… Nos recibieron con los brazos abiertos y nuestro ego y entusiasmo se vio en el cielo…
-¿Empezaron a tocar en otras ciudades?
-Tocábamos en festivales en Temperley, Lomas, Calzada… Y alrededor del conjunto se formó un grupo social, con gente a la que le gustaba el folklore, y se le dio la forma de peña. Así fue que el 17 de agosto de 1962, nació la peña con el nombre de “La Pulga Maldita”… Las primeras fotos que nos sacamos fueron en la Avenida San Martín, y hasta arriba del mástil, abrazando al cóndor. Las actuaciones continuaban y nos faltaba la ropa. Por eso, con Haydeé Nardini, Tina Victorica, Amelia Rodríguez, que estaban en contacto con Ramón César y Fernanda Nardini, armamos la peña folklórica en el Ateneo de la Juventud “Presidente Perón”, que era un salón ideal y funcionaba donde ahora está la Galería Mi Ciudad. Ahí se hicieron reuniones, con zapateos, recitaciones, bailes, venta de empanadas… Los mozos eran Roberto y Pacha Demattei. Jorge Risso, con su camión, era el encargado de traernos las sillas y mesas que nos prestaba el club Zeballos. En esa época, Tito Rodríguez hacía la locución de varias peñas. Juanita Denon y Rolando Silva eran los profesores de danzas en la peña que hacíamos en el club Defensa y Justicia. Salíamos a pegar afiches a la noche por Varela, en bicicleta. Con Hugo Rodríguez, Quiru, Pedro Frutos… Eran noches que nos ocupaban y divertían, pegando carteles y despegando otros.
-Después empezaron a cantar profesionalmente…
-Sí. Los viernes en La Candela, que estaba en Monteagudo y era de Bracuto y Arué. Y los sábados y domingos, en una parrilla que estaba en Camino General Belgrano y Monteverde y se llamaba La Vaquita, que era de Juan Tellechea y Nastrucci. Me motivaba ganar algo con el canto, plata que usaba por ejemplo, para comprarme un libro de Ingeniería.
-Y “La Pulga” siguió creciendo…
-Empezamos a hacer peñas danzantes con conjuntos invitados y otros pagados, a beneficio de entidades de bien público, como los Bomberos, el Centro Cultural Sarmiento, o la Salita de la calle Boccuzzi.
-¿Cuándo se fueron del país?
-En 1977 nos fuimos a Brasil por las oportunidades profesionales que había allí. Era la época del “Milagro Brasileño”. Sobre todo para el área de ingeniería, en lo que trabajé. Y había muchas facilidades para obtener la residencia.
-¿Se extraña?
-Extraño. Me gusta venir y volver a ver a la gente de “La Pulga”… Aunque muchos ya no están .Yo vivo mucho de los recuerdos, del pasado. Me rejuvenece, me hace feliz, tal vez por el alma de historiador frustrado. F. Varela marcó mi vida, por haber nacido, por haber vivido acá un gran período.
-¿Estás feliz con tu vida?
-Feliz. Y que siga así.
-Y a Dios le pedirías…
-Que me dé la memoria suficiente para rescatar las cosas lindas del pasado que he vivido, proyectarme para el futuro con mi familia, y poder seguir pasando esa tradición familiar de boca en boca, para adelante… Que me dé siempre la posibilidad de tener esas ventanas abiertas a la vida.
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