Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
María Dellaposa tiene 92 años. Nacida en Avellaneda el 7 de enero de 1925, tiene dos hijos, Néstor y Osvaldo, más conocido como «Pichi», seis nietos y 12 bisnietos. «Y en cualquier momento viene un tataranieto», nos dice, bromeando sobre su bisnieto Elián. Viuda del recordado atleta Luis Alberto «Delfo» Fernández –le decían así por el campeón olímpico Delfo Cabrera-, vive desde hace más de 50 años en su casa de la calle Falucho, donde nos recibió junto a «Pichi» y a su nieto Cristian, quien asegura que la entrevistada cocina la mejor tarta de zapallitos y el mejor flan que haya comido. Con una vitalidad admirable, y con el espíritu de siempre, María nos recibió y nos contó algunos de sus recuerdos.
-Empecemos con su infancia…
-Vivíamos en el campo. Mi papá nos mandaba a cuidar a las vacas, a levantar las parvas, teníamos que juntar los huevos entre los cardos, con una canastita. El tenía animales y fue lechero. Mamá era ama de casa, hacía dulce de leche, tomates secos… Éramos cinco hermanos, tres mujeres y dos varones. Siempre teníamos comida casera. Mi papá mataba un lechón en el invierno y había achuras por varios meses. También se hacía el queso y la manteca… Tomábamos la leche recién ordeñada. Nos poníamos todos en fila con una jarrita y mi papá estaba al lado de la vaca, dándonos la leche.
Comíamos bien pero teníamos que trabajar mucho. No sabíamos lo que era salir a pasear… Y nada de contestar cuando papá llamaba. Un silbido, y ahí ibamos, sin cuestionar nada. Cuando los mayores hablaban, nos teníamos que ir.
-¿Por qué los huevos estaban entre los cardos?
-Porque las gallinas estaban sueltas, y donde había cardos, ponían los huevos. A veces no las encontrábamos y de repente aparecían la gallina y sus pollitos…
-En esa época era común que los chicos ayudaran…
-Sí. A veces mi papá decía que estaba enfermo y nos mandaba a lavar los tarros de leche a nosotros. Pero no era porque estaba enfermo, si no porque no quería lavarlos.
-¿Qué le dejó o enseñó?
-No nos dejó la casa, ni nada. Un día decidió ir a trabajar al campo a hacer una quinta y se enfermó… No sé que hizo con la casa, nosotros no podíamos preguntar nada.
-¿A qué jugaba?
-A la bolita, a la rayuela, a la escondida, cosas de chicos.
-¿Cuándo se casó con «Delfo»?
-Me casé a los 20 años. Lo conocí en la fábrica textil donde trabajábamos, «La Platense», en Agüero y Chascomús, de Avellaneda. Trabajé ahí toda la vida, hasta que me retiré.
-¿Y cómo fue que se pusieron de novios?
-Antes no era como ahora… Antes los hombres tenían que conquistar a las mujeres. Y mi viejo era complicado… Yo salía de trabajar a las nueve, y nueve y diez tenía que estar en casa, porque lo tenía contado, no tenía mucho tiempo. Delfo trabajaba de noche y yo de día, así que apenas nos veíamos en el ratito de cambio de turno.
-¿Tuvo que hablar con su papá?
-Claro. Eso sí, yo no estaba presente, así que no sé lo que mi papá le dijo. Pero no le debe haber dicho nada bueno… Igual con mi viejo siempre se llevó bien. No tuvo ningún problema.
-¿Cuándo conoció a «Delfo» él ya corría?
-Sí. Corría en Independiente, y entrenaba en el Parque Domínico. Entrenaba con Reinaldo Gorno, que era campeón sudamericano.
-¿Lo iba a ver a las competencias?
-No… No lo veía. Cuando estábamos acá también venía a correr el Negro Aragón, que era de El Dorado. La gente por la calle cuando lo veía correr le gritaba «Loco…» porque acá no se sabía lo que era el atletismo.
-¿Y cómo fue el noviazgo? ¿Salían a bailar?
-De novios, no… Solo nos veíamos una hora, en casa, los domingos, tomando mate con mi papá. La primera vez que salí a bailar ya estaba casada. No conocía nada, ni las escaleras mecánicas, porque nunca había ido a Constitución. No me dejaban salir. Las chicas del barrio venían a decirle a mi papá: «Don Pedro, ¿no la deja salir a María?, son sólo ocho cuadras… , y no, no me dejaba. «Está bien en casa», contestaba. Era bravo…
-¿Cuándo vinieron a vivir a Florencio Varela?
Cuando Pichi tenía tres años, en 1946. Nosotros alquilábamos en Avellaneda. Una amiga de la fábrica que se fue a vivir a Monte Chingolo, tuvo un accidente y necesitaba dinero, y nos habló de un terreno que tenía en Florencio Varela. Decidimos comprárselo y nos vinimos. Acá pusimos un ranchito, que no tenía ni baño, con la cocina y la pieza… El baño estaba al fondo del terreno… Cuando llovía, teníamos que ir con paraguas. Cuando llegamos nos trajo un hombre que vendía madera de barcos que se desarmaban. Hasta usamos algunas de esas maderas para nuestra casa. Cosíamos bolsas de arpillera para usarlas como paredes… Y de a poco fuimos progresando. Fueron más de 60 años de lucha para tener lo poco que uno tiene. No fue tan fácil la vida.
-¿Quiénes fueron los primeros vecinos que encontró en nuestra ciudad?
-Gina y su esposo, Fernando Nardini. Ellos me ayudaron mucho cuando llegué. También Gonzalito… Rafael González, el pocero. Amoedo, los Bonacalza…
-¿Cómo era el barrio?
- Había pocas casas. Acá enfrente eran todas quintas. Estaba «el Polaco», que araba… Y cosechaba choclos, que después salía a vender. La calle era de barro. Venía Barbieri, el carnicero que hacía el reparto con el carro, y si en la casa no había nadie, abría la puerta y dejaba la carne arriba de la mesa. También estaba el lechero, Barragán, y había un tambo a la vuelta, en lo de Lista, donde íbamos con un tarro a buscar la leche. Escuchábamos a los Bonacalza que se peleaban entre ellos y dormían debajo de los carros. También había una alemana que cuando enviudó se fue a su país. Cuando llegó allá, se encontró con que la hermana había muerto y le había dejado un chico de doce años. Ella nos contó todo por carta, a Gina y a mí. Estuvimos escribiéndonos por muchos años. Después también vivió en esta cuadra el Dr. Blazzi.
-¿Iban al Santuario de Schöensttat?
-Íbamos a comprar, porque las monjas vendían mucha fruta: naranjas, pomelos, y también hacían miel.
-¿Y cómo siguió su vida cuando se mudó?
-Yo seguí trabajando por un tiempo en «La Platense». Cuando mi marido se quedó sin trabajo, un vecino lo hizo entrar a «La Algodonera», y yo me dediqué a la casa. A tejer, a coser… Y a hacer mi quinta. Teníamos gallinas, que nos daban huevos, y en la quinta, de todo: tomates, lechuga, zanahoria, arvejas, perejil…
-¿Cómo era «Delfo»?
-Lo único de lo que hablaba era de carreras. Y algo de fútbol. Era hincha de Racing y llevaba a los chicos a la cancha. El podía ir a correr o a entrenar, pero a las doce estaba acá, listo para comer. Y a las ocho y media de la noche, también. Solamente quería tener la comida hecha, una camisa limpia cada día y un pañuelo. Lo demás no le importaba nada. Si nos íbamos a algún lado con Gina, él no decía nada. No había que pedirle permiso.
-¿Lo extraña?
-Sí, se extraña. ¿Cómo no se va a extrañar? Uno se pelea pero cuando llega el momento, se siente.
-Sus mejores amigas fueron…
-Gina, Norma Sosa, Doña Elisa de González… Éramos todas una y nunca tuvimos un problema entre nosotras.
-¿Está contenta con la vida?
-Contenta… Y lo tengo al nene que es buenísimo… -dice, señalando a su nieto Cristian.-
-¿Es el favorito?
-Fue el primero… Todo era para él, y hacía de nosotros lo que quería.
-¿Qué le diría a Dios?
-Le digo gracias por la salud que me dio.. Y le pido que un día abran la puerta y me encuentren tirada acá. No quiero que me anden cambiando pañales ni empujando en una silla de ruedas…
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