Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
José Acosta está a cargo de la casa de fotografías más antigua de Florencio Varela. Nacido el 10 de diciembre de 1941, está casado con Angela Taborda y tiene dos hijos: Pablo y Viviana, cinco nietos y siete bisnietos. Vecino de esta ciudad desde hace más de 50 años, nos recibió en su tradicional local de la Galería Belgrano de Villa Vatteone. Allí, nos contó parte de su vida, lo que incluyó historias tan diversas como su visita al consultorio del Dr. Arturo Illia en su Córdoba natal, hasta la que implica un fenómeno aparentemente paranormal. Pasen y lean…
-Hablemos de su infancia…
-Nací en Capilla del Monte, Valle de Punilla, Córdoba. Mi padre era pintor de casas y tenía una debilidad por la pintura artística. También vendía billetes de lotería. Salía de trabajar, se reunía con unos amigos a tomar una copita, iba a casa y al tarde salía a vender los billetes. A él le gustaba la política, y militaba en la Unión Cívica Radical. En la época del gobernador Amadeo Sabbatini lo eligieron diputado departamental. Todo esto me lo contó mi madre.
La política le hizo perder mucho… Una vez ganó un premio en la lotería y ahí aparecieron todos los «amigos del político». Le pidieron dinero prestado, lo repartió… Más tarde lo detuvieron por su militancia, y cuando recuperó la libertad estaba enfermo. Al poco tiempo falleció. Yo tenía cinco años. Éramos seis hermanos, uno por nacer. Recuerdo un gran velorio en mi casa. Pero después nunca más nadie se acercó a mi madre. Ni a devolverle lo que debían, ni a darle ningún tipo de ayuda. Entonces mi madre nos derivó a familias sustitutas, para que nos criaran. A mí me tocó una familia del campo. Y estuve con ellos desde los seis años hasta los 16…
-¿Trabajó en el campo?
-Sí. Y me crié en un buen hogar, un hogar cristiano, de una mujer que me llevó por el camino de la fe. Se llamaba Eustolia Zalazar. Ella se había criado ahí, en el Monte, y era una persona de mucha fe. Mi único estudio fue el primario, en una escuela rural, en una piecita donde estábamos todos juntos, los de primero inferior, primero y segundo. Y para seguir tercero, cuarto y quinto había que viajar 10 kilómetros, a otra escuela, que hacíamos caminando. Seguí trabajando en el campo hasta que un día me accidenté.
-¿Qué le pasó?
-Estaba hachando un árbol y una rama me rompió la retina. Automáticamente dejé de ver con ese ojo. Como estaba en un lugar rural, el oculista solo venía una vez por mes, así que fui a verlo cuando vino. Me dio unas gotas para ver qué pasaba, y un mes después volvió a verme y me dijo que era algo grave, que debía atenderme otra persona. No sabía donde ir, y un amigo me llevó a un consultorio… El del Doctor Arturo Illia, que vivía en Cruz del Eje. Llegamos a las dos de la tarde y nos atendieron. Apareció Illia, le contamos lo que pasó, escribió una nota, la metió en un sobre y le puso el destinatario: el Doctor Alberto Gurrea Zabalía, que era el rector de la Universidad Oftalmológica de Córdoba. Me dijo que vaya al Hospital de Clínicas y que le entregue la carta en mano. Así lo hice. Cuando leyó la carta, pasó sus turnos para el día siguiente y me empezó a auscultar. Se quejó por la situación del ojo, por no haber ido a verlo antes. Yo sabía que algunas cosas se habían terminado, como el fútbol, que me gustaba mucho.
-¿Jugó al fútbol?
-Sí, y tuve como compañero a un jugador que llegó a Barcelona: Ramón «Milonguita» Heredia.
-Sigamos con el tema del ojo…
-El doctor me dijo que tenía que ponerme una prótesis de vidrio, que no había solución… Aunque había una alternativa, hacer un experimento. Extraerme la córnea, ponerme una lente que había que traer de Estados Unidos y ver si podía salvarme el ojo, pero yo iba a tener que quedarme internado hasta que todo terminara. Acepté y estuve internado por más de ocho meses. Ahí empecé a tomar conciencia de lo que era la vida. La operación duró siete horas. Fue exitosa, y el médico me dijo que iba a tener que estar acostado y quieto durante quince días. No recuperé la visión plena, solo veo formas y colores, pero conservé el ojo. Esto me limitó para muchas cosas, pero igual hice varios trabajos.
-¿En qué trabajó?
-En un taller de chapa y pintura. Hasta que un día, mi vida cambió.
-Cuéntenos…
-Yo pasaba todos los días por una casa de fotografías y me quedaba mirando la vidriera. El dueño que me veía desde adentro, una vez salió a esperarme afuera y me dijo que yo tenía «alma de fotógrafo», y si no quería trabajar con él. Me ofreció un poco más de lo que ganaba en el taller, y le dije que sí. Cuando entré por primera vez al cuarto oscuro, mi dificultad de visión no se notaba, porque solo podía ver lo que el ojo útil veía. Por eso digo que Dios existe. Y así aprendí la profesión.
-¿Cómo fue que llegó a F. Varela?
-Yo salía a hacer fotos a los turistas. Les ofrecíamos ir a ver las muestras por el local, y si les gustaban, las compraban. En ese entonces la gente no tenía su propia cámara, y las fotos se sepiaban y se pintaban, porque eran en blanco y negro.
-Sepiar es…
-Transformarlas del blanco y negro al marrón.
-Bien. ¿Y como sigue la historia?
-Un día estaba sacando fotos a las parejas de mieleros y veo un hombre que me estaba mirando. Al otro día, lo mismo. Yo con las fotos, y el hombre observándome. Así que lo saludé, pero no me contestó. El tercer día, estaba sentado en el mismo lugar y otra vez me miraba. Entonces me acerqué. Le pregunté por qué me miraba y no me respondía el saludo, y me contestó que era yugoslavo, que había ido a Córdoba porque quería descansar… Le dije que en vez de estar sentado ahí, tenía que salir a recorrer. Y lo invité a unirse a una excursión que íbamos a hacer al otro día. Era José Obljubek, el padre de Juan. Y estaba con una pareja, Alberto Luisi y su esposa. Los tres fueron al paseo. Cuando apareció, Obljubek tenía una cámara espectacular, de la misma marca que la mía, pero mucho mejor. Cuando se lo hice notar, me dijo: «mirá, esto no sirve para nada, y la que tenés vos tampoco. Lo que sirve es el tipo que sabe trabajar. Y vos sabés trabajar.». Durante el viaje me hizo una propuesta: venir a Varela a trabajar con él. Yo estaba de novio con la que hoy es mi esposa. Al poco tiempo, me tomé el tren, que era a vapor, y me vine. Cuando el tren pasó Temperley desaparecieron los pueblos y sólo se veía campo. Era el 12 de abril de 1963, hacía frío y llovía a cántaros. Me bajé en la Estación y fui a tomar un taxi… Pero cuando le dije al taxista que iba a Boccuzzi 120, me dijo que estaba a pocos metros… Me indicó, y fui caminando. Pasé por Los Angelitos, por la tienda La Marina, y al lado del Hospital estaba, cerrada, la casa de fotos. Obljubek, que estaba enfermo y en cama, bajó a abrirme, me recibió, me presentó a su esposa y a su hija Anita, y también lo vi a Juan. Cuando le dije que me diera la dirección de algún hotel para instalarme, me dijo que yo iba a vivir con él y su familia. Ahí dejé de ser un sacafotos y un laboratorista para ser un profesional. Obljubek sabía mucho y me enseñó de todo. Estuve cinco años con él.
-¿Y después?
-Ya estaba casado, con mi esposa en Varela, y en esta galería, tenía un taller mi suegro, Miguel Angel Taborda, que era relojero, y trabajó para Mario Braida. En el fondo, había una casa de fotos que tenían Coco Fava y Santiago Iudicelli. Iudicelli me dijo que Fava se iba a ir del negocio y que necesitaba a alguien, así que empecé a trabajar con él por dos años… Fui a Buenos Aires y entré a trabajar a un laboratorio. Con lo que gané en un año pude comprar todos los elementos para independizarme. Y volví a la galería…
-¿Quiénes estaban en ese momento en los locales?
-Solo un sastre que hacía ropa para la Marina, don Julio Anteveros, y adelante, una peluquería, y Alberto Zalazar con una librería. Hablé con Roberto Llames Massini, que era el dueño de la galería, y le pregunté cuanto me iba a cobrar de alquiler, pero me dio la llave y me dijo: «vaya e instálese. Si le va bien, y puede, me paga el alquiler, y si no le va bien, se va»… Para mí fue una persona extraordinaria.
-¿Cuáles eran los comercios que encontró cuando arribó a nuestra ciudad?
-Estaba el Correo donde ahora hay un supermercado, y al lado, el Registro Civil. Yo trabajaba en la calle Boccuzzi y enfrente de la casa de fotos vivía el Escribano Pereyra. En la vereda del Centro Cultural Sarmiento había una casa de la familia Bracuto y un chalet hermoso con una cancha de paleta. Estaban las tiendas La Marina, Gutani, el bar Los Angelitos, la confitería Astor, la pizzería Charlón, la confitería La Ideal, que estaba llegando a Boccuzzi y Monteagudo, la mercería Los Angeles, Benito lo Viste, que estaba enfrente, en Mitre, la Joyería Velo y la zapatería Grimoldi, y en la esquina de siempre la Farmacia Lorenzelli. Monteagudo terminaba prácticamente en San Juan, porque después solo había algunas casas. Por Avenida Perón había una herrería…
-Además de los Obljubek, ¿qué otros amigos hizo cuando llegó?
-En «La Patriótica», Angelo Battista y Valdi Oxol, un alemán que hacía pesas, y de este lado de la vía, con el Club El Rolo, los Barbieri, los Ferreres, el Dr. Videla, Guimerá, toda esa muchachada…
El 4 de mayo de 1969, a las 4 de la mañana, dejó de existir, en nuestra ciudad una niña muy especial: Adrianita Taddey, a quien se le atribuyen curaciones y a quien le rinden adoración miles de varelenses. Ese mismo día, y a la misma hora, el cielo varelense se vio atravesado por extrañas luces que para muchos eran «ovnis» y que inclusive fueron fotografiadas. Una de estas luces tenía forma de corazón, otras, de círculos y bastones. El fenómeno fue presenciado por varios testigos y la nota y la imagen apareció en Mi Ciudad. La coincidencia entre la muerte de la «Niña Santa» y las luces dio origen a una fuerte creencia popular que subsiste hasta hoy.
-¿Cómo fue el tema de las fotos de los supuestos ovnis que aparecieron en el cielo de F. Varela y la historia de Adrianita?
-Las fotos las sacó Gregorio Tasende, que tenía un local en donde ahora hay una pollería, en la cuadra de la Comisaría. Una de esas fotos de los supuestos ovnis la puso en la vidriera de su local. Y tenía la fecha y hora, que coincidía con las de la muerte de Adrianita. Cuando la madre de la nena se dio cuenta de que era la misma fecha, se tejió esta historia…
-Pero después pasó algo más…
-Sí. Yo siempre le sacaba fotos a la nena, porque eran del barrio. Cuando falleció, su mamá tomó su causa como algo que venía de lo Superior… Llegó a escribir un libro, a festejar cumpleaños sin estar ella… Yo la atendía siempre bien, y cuando murió, quedó su otra hija, Liliana, que vino a decirme que quería seguir con la tradición… Un día vino con la foto de los ovnis, que había salido en Mi Ciudad, y con los negativos. Me pidió hacer una foto nueva porque se estaba poniendo amarilla… Le dije que iba a hacerle una reproducción…
-Y ahí viene lo extraño…
-Cuando veo los negativos, encontré que estaba el original, así que lo reproduje. Ahí, en la columna de la luz que aparece en la imagen, apareció la cara de la nena. Y muy similar a la estampa de la Virgen María Niña. Ahí no hay truco, superposición de fotos, ni tecnología… No sé qué fue, pero ahí estaba plasmada la historia de la que hablaban. Es increíble. Vinieron de Canal 9 a preguntarme, y no tuve respuesta. Lo único que puedo garantizar es que ahí no había truco. Soy muy espiritual, pero no sé qué testimonio se quiso dar con esto. Es algo que no tiene explicación. Le devolví los negativos a Liliana y me quedé con una copia de la foto… Después ella falleció y no sé adonde fueron a parar.
-¿Contento con la vida?
-Diría feliz, porque pese a las dificultades, fue un aprendizaje. Aunque yo la llamo la existencia, en la que uno se prepara para la otra vida. Pero sí, estoy muy feliz, porque de no tener nada, cuando vine a Varela, tengo el capital más grande que es mi familia.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Lo mismo que le digo todos los días. Gracias Señor por haberme llevado por el camino que me trajo hasta este momento.
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