ENTREVISTA

Adriana Boyer



Entrevistas » 01/05/2017

Adriana Boyer nació el 26 de diciembre de 1943 a una cuadra de donde vive, en la calle Newbery. «Nací acá porque mi mamá se cayó cuando estaba embarazada y no se pudo internar», nos cuenta.

Con su esposo, Juan Antonio Casazza, tienen cinco hijos: Juani, Tati, Maripi, Lucas y Virginia, y nueve nietos: Valentina, Juan, Jazmín, Pedro, Isidro, Juanita, Nina, Francisco y Pilar. Hizo el Jardín de Infantes con la Hermana Loyola en el «Sagrado Corazón», colegio al que volvió para recibirse de maestra, tras cursar la primaria en la Escuela 1. Su trayectoria como docente incluye la Escuela 6, Escuela 17, Escuela 15, Escuela 16, Escuela 14, Escuela 11, Escuela 33 y el Instituto William Morris, y en la actualidad trabaja como administrativa en las Escuelas Medias Nros. 6 y 8, todas de Florencio Varela. «Los mejores recuerdos de mi carrera fueron como maestra. Encerrarte en tu aula y proponerte sacarlos buenos… Era mi vocación», relata, mientras nos recibe con un café en una sala que ostenta como parte de su decoración cuadros que ella misma pintó, dando rienda suelta a otra afición.

-Hablemos de su infancia…
-Mi infancia fue muy linda. Jugaba en la casa de mis nonos José y Santina y pasaba las vacaciones de verano en lo de mi abuela Leonie, en la Avenida San Martín. En el barrio estaban los Negri, Ronaldo y Patricia y Billy Kopelmann. Recién cuando vinieron los chicos de Negri empezamos a entrar a la quinta de Villa Abrille, que hasta ese momento era un lugar prohibido. La quinta estaba donde ahora vive Coco Dessy, en Newbery entre 25 de Mayo y Pedro Bourel. Mi mamá usaba la quinta para asustarnos. Nos decía que si nos portábamos mal nos iba a echar ahí adentro. Después le perdimos el miedo y se transformó en un lugar hermoso para nuestros juegos. Hacíamos zoológicos con muñequitos, circo, trapecios… Entre los chicos también estaba Alfredito Belmonte, al que la mamá al principio no lo dejaba salir. Después llegaron los Napoleone, que eran italianos, Cachito Calegari, los Lanfrit, que venían en vacaciones, de La Plata, porque eran nietos de una señora que vivía al lado de «Pampa» Mom…
-¿»Pampa» vivía sobre Newbery?
-Sí. La casa de Pampa estaba al lado de donde vivíamos nosotras. Ahí jugábamos en los junquillos. Era hermosísimo. Mientras papá hacía la casa adelante, vivíamos atrás. Cuando nos mudamos, en 1952, un día que estábamos durmiendo, mi mamá vino a despertarnos para decirnos que había muerto Evita.
-Eran y son cuatro hermanas…
-Sí, todas mujeres. Silvia, yo, Tuni y Analía.
-¿De qué trabajaban sus padres?
-Mi papá trabajaba en la parte de carpintería de la Caminera, y un día se cansó de estar bajo patrón y puso su propia carpintería, al lado de la casa. Después se sumaron sus hermanos, Alfredo, Jorge y Alberto. El nació en Trenque Lauquen y mi mamá vino de Italia. Ella era ama de casa. Mi papá le hizo los bancos a la capilla de la escuela de hermanas, así que nosotras jugábamos con ellos haciendo altares y rezando. Teníamos una oveja, a la que le dábamos la mamadera todos los días, conejos, gallinas, un caballito… Una vez mi papá hizo un sulky hermoso que no sabemos a donde fue a parar… Mamá nos enseñaba las cosas de la casa y nos repartíamos las tareas, por lo menos entre Silvia y yo. También íbamos al Arroyo Las Piedras. Los grandes a tomar mate y nosotros a jugar. A quince cuadras… Era una fiesta. El agua cristalina corría entre las piedras, había un puentecito, y pasabas el día ahí…
-¿Se dieron cuenta del momento en que el arroyo dejó de ser lo que era?
-Pienso que fue cuando Cacciatore empezó con las autopistas en Buenos Aires. En esa época Varela cambió.
-¿Qué otros juegos recuerda?
-Andábamos en bicicleta, jugábamos a las figuritas… Las teníamos ordenadas por tamaño: chiquitas, medianas y grandes, en una caja llena de caracoles que trajimos de Mar del Plata. Eran figuritas de cuentos, de animalitos… También jugábamos a las escondidas cuando se hacía de noche, y a las esquinitas.
-¿Cómo era eso?
-Se ponía un chico en cada esquina y había uno libre. En un momento uno gritaba y había que cambiarse de lugar.
-¿También veían televisión?
-Pelusa y Matilde, que vivían en el centro de la quinta de Villa Abrille, tuvieron el primer televisor del barrio. Ahí íbamos todos los chicos a ver dos series: Cisco Kid y La Patrulla del Camino. Nos sentábamos, se oscurecía la habitación y mirábamos un televisor que tenía una pantallita chiquita. Era sagrado, todos en silencio mirando la tele, dos veces por semana. Y teníamos un club que llamábamos Los Tronquitos. Éramos todos chicos, se reunía la comisión directiva, donde estaban Patricia, Ronaldo, Silvia, yo, Pietro Napoleone… y hasta hacíamos nuestro propio diario. Creo que hicimos tres, con noticias sociales y del barrio. En la quinta de Villa Abrille había un señor que trabajaba ahí y era esquelético, no podía ni caminar. Se llamaba o le decían Sequeira… Y una vez lo dibujamos, con bichitos que le salían del cuerpo, y fue portada del diario.
-¿Cómo imprimían los ejemplares?
-Con una lata de dulce de batata que adentro tenía una pasta de pescado y otras cosas, como si fuera dulce. Se hacía una copia con una tinta especial, se la ponía ahí un ratito y quedaba impregnada. Después se ponían las hojas, se esperaba un poquito y se hacían las páginas.

-¿Cómo fue su juventud? ¿Salían a bailar?
-Íbamos a bailar con la barra de los chicos de la calle Tucumán, del otro lado de la vía. Estaban Litín Ramírez, Guillermo Fernández, que era mi novio, Mariano Ferreres y sus primos Oscar y Eduardo, Enrique Demattei, el Gordo Quende… Entre las chicas estaban Lía Reyes, Susana Comerón, las Borgonovo, primas de Fábrega, que eran de Monte Grande, Any Baert, Cuqui Villar… Nos reuníamos en los patios de nuestras casas, con la vitrola a la que le dábamos manija, y a veces, cuando no teníamos púas, le poníamos una espina de cactus para escuchar los discos de 78… Cuando se hacía de noche los chicos nos acompañaban. En mi cumpleaños de 15, que hicimos en mi casa, todos los varones se pusieron de acuerdo y vinieron con saco blanco.
-¿Iban también a bailar a clubes?
-No mucho. Solo a Montecarlo y al Club Varela, a algún baile de disfraces.
-¿Por qué fue al Sagrado Corazón?
-Yo quería ir al Nacional de Adrogué, porque ahí iban todos mis compañeros de la barra, pero mi mamá quiso que fuera al Sagrado Corazón. Era así: tenías que recibirte de maestra, casarte, tener los hijos rápido…
-Todo un mandato…
-Sí. Era un mandato. ¡Mi mamá tenía un poder! Sin imponer, te convencía. Pienso que las madres de esa época eran todas así.
-¿Cómo conoció a Juan Antonio?
-Lo conocí cuando estaba de novia con Guillermo, porque era mi odontólogo. Cuando Guillermo falleció, en 1964, empecé a estudiar odontología. Trabajaba a la mañana en la Escuela 6, a la tarde daba inglés en el William Morris, que funcionaba en donde ahora está Pizza Bissen, en la calle Vélez Sársfield, y tres veces por semana iba a la Facultad. Cuando me atendía con Juan Antonio él le daba charla a mi mamá, iba sacando a qué hora viajaba, qué tren tomaba… Y me lo empecé a encontrar en la Estación. «¡Qué casualidad!», me decía… Un día me acompañó hasta Constitución, otro día hasta la puerta de la Facultad… El 4 de junio de 1965 empezamos a salir. Dejé la Facultad y a los quince meses nos casamos. El tenía 30 años y se vestía muy formal, con poncho, traje, corbata, zapatos abotinados… Y le cambié el look.
-¿Quiénes son sus amigas hoy?
- Mercedes, Anna, Mirta y Nelly son mis amigas incondicionales. Con ellas comparto mis salidas y charlas interminables.
-¿Qué enseñanza le dejaron sus padres?
-Me enseñaron la responsabilidad, a tener la familia unida, a ser cumplidores y respetuosos. Yo fui muy así también… Muy cuidadosa con mis hijos, hasta que dije, tengo que cambiar, y mi cabeza tuvo que dar vuelta, porque si no, no podría haber tenido cinco hijos. Fui siempre muy controladora, como mi mamá. Antes era así, la casa la llevaban las madres. Es lo que te enseñaban. Ella era muy de conversar, más que de castigarnos. Pero como éramos mujeres la educación era súper machista. Mi papá era muy callado pero muy compañero.
-¿Está contenta con la vida?
-Muy contenta. Tuve una suerte enorme. Tuvimos cinco hijos sanos, responsables, estudiosos, que eligieron bien a sus parejas y fueron elegidos porque son buenas personas. Eso sí, cuesta reunirlos a todos… Pero esta casa sigue siendo punto de reunión los domingos. Juan Antonio hace la salsa para los fideos, cada uno trae algo…Vienen mis nietos, corren, juegan a la pelota… Antes me preocupaban las plantas, ahora ya no… Si no hay ruido y desorden… ¿Qué puede pasar? ¿Qué se rompa algo? Que se rompa. Uno ya vivió la casa y a ellos les gusta venir y pasar las tardes acá…
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Le agradecería esto que me dio. Cuando uno vé lo que sufren otras personas solo nos queda agradecer lo que nos tocó. Porque uno hace, pero si no te toca… Le pediría que me siga dando fuerzas, para ser bisabuela, y muchos años más con Juan Antonio, juntos. No me veo sin él. Yo me siento orgullosa de Juan Antonio, que es una persona intachable, y de la familia que formamos, haciendo lo que predicamos. Como estoy orgullosa de mis hijos, que son todos buena gente.


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