Por Nahir Haber
Casi siempre presentamos las noticias que revolucionan la vida porque aportan esa cuota de tecnología que resulta novedosa y nos hace sentir que perdimos mucho tiempo sin ese avance. Estas noticias, están usualmente referidas a cambios en los mecanismos de comunicación y por lo tanto, en los métodos y en la forma en la que nos comunicamos. Pero a mi me gusta ocuparme de aquellas cosas que jamás van a ser noticias porque resisten el paso del tiempo y a lo sumo, van mutando para que el medio ambiente se adapte a ellas. El ejemplo varelense más claro que encuentro, son el grupo diferenciado de las mamás de las puertas de los colegios.
Éste conjunto étnico, se reconoce a sí mismo en tanto comparten características particulares que lo identifican y lo diferencian a lo largo de los años. Podría definirlo por el uso combinado de zapatillas, carteras o bien, los anteojos en modo vincha tan distintivos. Sin embargo, quizás la particularidad más concreta es la competencia.
Es usual encontrar madres que generan una especie de liderazgo dentro del curso: las llamaremos líderes. Ellas se encargan de todo y ejercen un autoritarismo totalitario en un régimen sobre otras, que trabajan y tienen múltiples obligaciones o simplemente, tienen incumbencias mas allá de cuestionarle a la maestra el papel araña naranja.
A partir de los años ´90 en Florencio Varela comenzaron las separaciones en plaga. Me acuerdo de escuchar a mis padres manteniendo charlas de adultos acerca de las separaciones como si fuera una moda o bien, un nuevo negocio para los abogados. Como sea, esto provocó una alteración en los parámetros de estabilidad social. A partir de ese momento, si un niño tenía dificultad para cualquier cosa era en gran medida, debido culpa de la separación de sus padres y desde ya, de la maestra. Las escuelas tuvieron que adaptarse a la imagen de los padres varelenses divorciados, mientras los juzgaban desde el horror de una familia que no se calentaba con el mismo fuego de las cuatro barreras que llamamos hogar.
Mientras tanto en las reuniones de padres, las madres se adaptaban a la tormenta de coordinar el disfraz para la fiesta patria y algunos otros nuevos padres solteros aprendían a peinar a sus hijas. También asimilaban la idea de vivir en las torres recientemente construidas, cuando hablaban con otros padres aún en pareja, que justificaban perseverar la crisis con el lema «lo hago por mis hijos» .
Sea como sea, cualquier charla gestada en referencia a la escolaridad de sus hijos era motivo para competir. Nunca una madre líder tuvo un hijo a medias, es decir que si el susodicho era de los flojos, tenía que ser el más vago, de ese modo sus padres ganaban la guerra del estrés frente a otros chicos menos problemáticos. De igual manera, si era más bien buen alumno, tenía que ser el mejor.
Las madres líderes se esconden detrás de la primera impresión del jardín donde son prácticas, expeditivas y conciliadoras. Una madre líder jamás permitiría que su hijo no pase a la bandera, aunque eso le costara cursar primer y segundo ciclo en una noche. Nunca accedería a hablar de su hijo en términos de generalidades, siempre tiene una objeción en base al caso particular del propio. Es por eso que las madres líderes, arman grupos afines, en general conformados por otras madres activistas que defienden la opinión de la madre líder sin saber mucho de qué se trata.
Con la llegada de la era 2.0 en Florencio Varela, la puerta de la escuela pasó a la virtualidad y dejó de ser un espacio social de comunicación entre padres. Las reuniones de padres son sólo un espacio para que la maestra presente recursos de amparo, en tanto las conversaciones principales se mantienen en los caudalosos grupos de whatsapp de «papis» más el grado del curso.
Las mamás líderes ahora administran los grupos al mismo tiempo que tienen otros grupos pequeños, donde hacen alianza para entrar en conflicto en el grupo mayor. Los padres por su parte, dejaron de hacer equipo de solteros contra casados debido a las recurrentes bajas de los segundos y a lo popular de los primeros.
Ahora, que dejó de ser una vergüenza ser o tener padres divorciados después de que el divorcio resiste los parámetros de la moda, es hora de que entendamos que educar de una manera inclusiva significa empezar a hacerse cargo de lo propio y soltar a los hijos de culpa pues no hay mejor bien para otro que el propio.