ENTREVISTA

Roberto Magdaleno



Entrevistas » 01/06/2017

Sus manos levantaron miles de paredes en Florencio Varela y en toda la zona. Su capacidad laboral, su seriedad y su honestidad hicieron que nunca le faltara trabajo, y así fue como dedicó más de 60 años al oficio de la construcción. Querido y respetado por toda la comunidad, Roberto Magdaleno nació el 5 de agosto de 1938, a metros de donde vivió toda su vida, casi en la esquina de Las Heras y Urquiza, de nuestra ciudad, y llegó al mundo con la asistencia del Dr. Sallarés y la renombrada partera Doña Tomasa, auténtica referencia del pasado varelense, que años más tarde también intervino en el nacimiento de sus hijos. Tras dos años de noviazgo, se casó con Lucía Weinzettel, con quien tuvo cuatro hijos: Patricia, Néstor, Isabel y Marcelo. Tiene tres nietos, Gisela, Brenda y Lucas. «En febrero del año pasado falleció mi señora y se me vino el alma abajo. Había dos caminos, quedarse o seguir… Y seguí, con mis chicos, acompañándolos en los partidos de fútbol», manifiesta emocionado.

Por una operación de la vista, dejó de trabajar a fin de año. «Pero tengo ganas de seguir», nos confiesa. Comparando los viejos tiempos con la actualidad, y la diferencia de crianzas, nos dice mientras el pequeño Lucas pasa jugando por el lugar, divirtiéndose con su gatito: «Los de antes éramos muy cerrados, ahora se habla todo. Antes no…».
Con él dialogamos en una de las primeras jornadas frías de mayo último.

-¿A qué se dedicaban sus padres?
-Mi papá era español. Trabajaba como carnicero de carro de gancho, esos carros curvos, grandes, tirados por caballos, y repartía la carne a domicilio. Iba al Matadero, que era un tinglado donde lo único que había era un veterinario y se mataban los animales. En ese tiempo en el centro prácticamente no había carnicerías.
-¿Vivía en esta misma esquina?
-Sí. Mis abuelos paternos vivían en 25 de Mayo y Dorrego, frente a lo de José España. Y mi papá tenía una parte de esta manzana, aunque la usaba toda. Acá había caballos, chanchos, y otros animales, y sembraban tomates para la fábrica de salsa Cirio, una tarea en la que lo ayudábamos con mis hermanos, que éramos seis varones. Los tomates eran «de tierra», como les decían, diferentes a los de ahora.
-¿Cómo era el barrio?
-Esto era todo campo. La Esmeralda no existía. De la calle Brasil para abajo era todo campo. Para ir al frigorífico, al Matadero, había que ir hasta la esquina de Mora y doblar por esa calle. Ahí estaba Coló, el padre de los mellizos, con su casa, pegada a donde ahora está el Taller. La mayoría de las calles eran de tierra. No había negocios cerca. En Avenida San Martín y Chacabuco estaba el almacén de los Supervía, y frente al mástil, la despensa y despacho de bebidas de don Mario De la Fuente. En esa época la gente grande acostumbraba ir mucho ahí los fines de semana, a tomar un vermouth. Y la única calle que había era la central, la avenida San Martín desde la Curva de Berraymundo para acá. De la Curva para allá era todo tierra. Y acá el asfalto llegó recién en la década del 60.
-¿Qué nos puede contar sobre su mamá?
-Era italiana, como sus padres, del barrio Hudson. Ahí tenían una chacra. Y fueron a vivir a una casa en Avenida San Martín, frente a la vieja sede de Defensa. Sobre la avenida también vivían los Borsani.
-¿Cómo era ella?
-Era una luchadora. Se habrá tenido que aguantar muchas cosas, porque en aquel entonces no había nada. Ni luz. Cuando yo era chico recién vino la luz. Los inviernos eran crudos, se vivía como se podía. Se mojaba una ropa y como no había otra para ponerte, había que secar esa... Había una cocina económica, se cocinaba a leña… Y no había tantas comidas como ahora. Solo cuatro o cinco cosas: Puchero, polenta, fideos, y dale para adelante…
-¿Podían decir que algo no les gustaba a la hora de comer?
-No. Se comía lo que había. Pero la comida no era un problema. En casa teníamos un galpón donde había zapallos, papas, batatas… Además criábamos gallinas. Mis hermanos repartían pan con las «jardineras» de la Panadería San Juan. Y si sobraba se lo dejaba para los caballos. Yo soy el más chico y no la pasé tan mal. Con la época de Perón algo se mejoró, había mucho movimiento, mucho trabajo. Cuando mi viejo se enfermó, tuve que aprender algunas cosas de la casa. Hasta a hacer algunas comidas de las de antes. Yo era el único que no tenía horario, que no trabajaba en una fábrica. Con la construcción me manejaba bien. Aprendí lo que mi vieja me decía, y eso me sirvió después, de grande. Es bueno saber algunas cositas…
-¿Cuándo empezó con su trabajo?
-A los 17 años, con una empresa que tenían los Zanollo. Y uno de los primeros trabajos fue justamente en la casa del Dr. Sallarés, donde antes había trabajado un tío mío. El tenía una señora grande que le manejaba las cosas. La casa estaba en la calle que ahora se llama Sallarés, donde ahora hay una remisería. Mi tío, Barbieri, siempre iba a visitarlo y a jugar a las cartas con él. El Dr. Sallarés era muy querido y respetado, iba a atenderte a tu casa sin importar qué hora era.
-De chico jugaba al fútbol…
-Todo el día. Y todavía manejo un equipo en el que juegan mis hijos. Teníamos la cancha en esta misma manzana. Jugábamos con «Defensores de Varela» en la Liga de Varela, que duró un par de años y después se cortó. Entre los jugadores estaban los Cordero, los Godoy, los Bonacalza… A esta canchita venían de todos lados.
-¿Contra quiénes jugaban?
Jugaban los Perales, Villa Susana, Zeballos, Villa del Plata, López Romero… Después jugamos para la sociedad de fomento que está atrás de la Escuela 14.
-Seguramente había varios jugadores que se destacaban…
-Claro. Mi hermano Nicanor era uno, y no por que lo diga yo, sino porque lo decían los demás. Y Nacho García, que falleció hace poco. Los dos jugaban de «cinco». En diferentes puestos, también se destacaron Ambrosio Romero, Chararí Romero, Vignola… Había muchos.

-¿A qué escuela fue?
-Fui a la Escuela 1. Entre mis compañeros estaban las hermanas Varela, el más chico de los Godoy, las Villa Abrille… Una tía de ellas creo que fue directora del colegio.
-¿Con quiénes compartía los años de juventud?
-Con Pistorio, Pocho Guzzetti, mis hermanos… Los fines de semana nos íbamos a Berazategui a caballo.
-¿A caballo?
-Sí… Si acá había solo dos colectivos. El uno, que iba derecho a Constitución, y el dos, que iba por Bernal y Quilmes.
-¿Iba a bailar?
-Íbamos a bailar tango. Venían las orquestas típicas y de jazz. Las reuniones se hacían en el Defensa, en el Club Varela, y más adelante en el Nahuel. En el Nahuel estuvimos desde el principio, nos hicimos socios todos y colaboró toda mi familia.
-¿Cómo conoció a su esposa?
-La conocí porque yo estaba haciéndole la casa a mi hermano y ella trabajaba con mi cuñado. La vi, un día la encontré o la seguí, no recuerdo bien. Pero como ella hablaba poco y yo también, solo fue cuestión de caminar…
-¿A dónde salían?
-Íbamos a la lechería de las Vascas, en Avenida San Martín y Maipú. O a caminar a la Plaza. Mucho para hacer no había… También íbamos a los cines, al Palais, que estaba en la calle Sallarés, o al Astor, que estaba donde se encontraba la Sociedad Italiana La Patriótica. A esa sala también iban compañías de teatro. Estuvimos dos años de novios y nos casamos. La familia de ella era de Entre Ríos, así que conocí a mi suegra para el casamiento.
-¿Tiene idea de cuántas casas construyó?
-No… Son muchas. Siempre tuve mucho trabajo. En una época hasta tenía que viajar a Brandsen. Ahí el primer chalet que hice fue para Simone, el dueño de la concesionaria de autos.
-¿Su casa la hizo usted?
-No. Esta casa se la habían dado mis viejos a mi hermano y después se la compré. Mi mamá me decía: «¿cómo le vas a comprar algo que le regalamos?», pero nosotros éramos así. Tuvimos suerte. Éramos seis varones y siempre nos llevamos bien, y veo que mis hijos son iguales.
-¿Cómo se llamaban sus hermanos?
- Horacio, Néstor, Juan Carlos, Nicanor y José.
-¿Qué le enseñaron sus padres?
-Me enseñaron bastante disciplina y respeto. Tener una mancha antes era gravísimo, ahora la gente tiene manchas por todos lados. Me acuerdo cuando venía algún vecino con un balde y mi mamá me mandaba a acompañarlo al galpón para que lo llene de papas. Y ojo con aceptar si nos quería dar plata a cambio… Así era antes. Y como mi papá les daba a algunos, otros le habrán dado cosas a él. Todos sembraban, había chacras. Las cosas eran diferentes.
-¿Tiene algún «personaje inolvidable»?
-Sebastián Rey, el padrastro de Pocho Guzzetti, al que cuando se separó de Isaura, la madre de Pocho, mi viejo le dio albergue en el galpón, y después se hizo un rancho en Urquiza y Pedro Bourel, donde amansaba caballos y se jugaba. Ahí iba mucha gente a jugar a las cartas por plata y yo les cebaba mate y me tiraban unos pesos. A veces empezaban a las doce del mediodía y se quedaban hasta el otro día. Hasta tenían una mirilla para ver quiénes venían, porque dos por tres los levantaban, se los llevaba la policía.
-¿Está contento con la vida?
-Sí… Aunque la vida no se puede manejar. Yo quisiera estar disfrutando con mi señora… Pero cuando uno tiene una cosa le falta la otra, o se da cuenta tarde. Estuvimos juntos 50 años, y nunca tuvimos una pelea seria… Si nos hubiéramos llevado mal no la extrañaría tanto. Trato de llevarlo lo mejor posible.
-¿Cree en Dios?
-No soy devoto pero sí, creo.
-¿Qué le diría si lo tuviera enfrente?
-Es muy difícil. Habría que pedirle tanto…


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