ENTREVISTA

Julia Zanet De Bottega



Entrevistas » 01/09/2017

Nacida el 4 de agosto de 1936 en Bernal, Julia Clementina Zanet se casó con «Tobo» Bottega y tuvo tres hijos: Alejandro, que es bioquímico y está al frente de uno de los más respetados laboratorios varelenses, Mónica, cirujana vascular, y Diego, ingeniero mecánico. Se dedicó a «coser para afuera» con notable habilidad durante muchos años, tiene cuatro nietos y vive en la casa a la que se mudó cuando se casó, sobre la calle República de nuestra ciudad. Una casa donde, cada domingo, la familia se sigue reuniendo para disfrutar de lo que ella cocina. «Gracias a Dios, comen todo lo que les hago», nos cuenta. Nos recibe con café, torta y chocolates, y, cuando elogiamos la lucidez de sus recuerdos, comenta: «los viejos tenemos memoria porque no estamos todo el día con el aparatito», refiriéndose a los teléfonos celulares. Fue Presidenta de la Comisión de Madres del Colegio Santa Lucía Primario, donde trabajó junto al Padre Motta. De los inicios de esa escuela, recuerda: «la señora de Videla vino como Directora y ahí funcionó un jardín de infantes con más de 40 chicos». Otro sacerdote es recordado con gran cariño por ella: el Padre Telmo Arévalo, fundador junto a Tino Rodríguez del Santa Lucía Secundario, que nació en esa capillita de Villa Vatteone, el barrio donde su hermano Pepino también hizo amigos, e historia. Contenta, con la tranquilidad de ver que la siembra dio sus frutos, nos contó algo de su vida.

-Empecemos hablando de su infancia…
-Mi papá, José, tenía un horno de ladrillos junto a tres socios en Bernal y vivíamos en una casa que estaba al lado del horno. Era socio de Antonio De Carlo, Guillermo Cichero, mi padrino que se llamaba Juan, y Fantuz. El único que no vivía ahí era Cichero, que se dedicaba a las tareas administrativas. Ahí vivimos cinco años hasta que se acabó la tierra, se disolvió la sociedad y mi papá con Cichero puso otro horno en Quilmes, en Avenida La Plata, cerca de La Bernalesa. Estuvimos los seis años que fui a la escuela, que terminé antes de los 12, porque había entrado antes de cumplir los seis. Mi hermana Lidia se recibió de modista y yo no pude entrar al secundario por la edad.
-¿Cuándo llegaron a F. Varela?
-Cuando yo no había cumplido 12 años. Vinimos a la calle Cariboni, en el Barrio Cortez, donde funcionaba la Escuela 6, en la casa de la familia Comoti. En ese lugar con el tiempo se puso la primera antena de televisión. Y el único teléfono que había estaba en el almacén. Pasaron otros siete años, se acabó la tierra de nuevo y mi papá se iba a jubilar. Entonces llamó a todos los parientes de Italia, pagándoles el pasaje a cambio de su trabajo. Y se vinieron a vivir con nosotros. En menos de un año, en la mesa pasamos de ser seis personas, a trece. Mi mamá y Lidia, mi hermana mayor, tenían mucha tarea… Pero todos colaborábamos. Yo tenía doce años. Se cocinaba, se planchaba y se lavaba para todos. Papá decía que en una casa tres columnas eran mantenidas por la mujer.
-¿Tenían una quinta?
-Una gran quinta, con radicheta, chauchas, tomate, zapallo, y para hacerla, usábamos la bosta buena del Horno de Ladrillos. También teníamos gallinas, conejos, y criábamos un chanchito que se mataba en invierno para hacer salamines, chorizos y jamón.
-¿No se encariñaban con el chanchito?
-No había que encariñarse. Se criaba para la comida. En la calle Belgrano había una verdulería adonde mi mamá llevaba huevos y le daban frutas a cambio.
-¿A qué jugaban?
-No jugábamos tanto, pero uno de los juegos era el de las visitas, con mi hermana. Una venía y la otra le servía el té… Estábamos en medio del campo. No había mucho más.
-¿Quiénes fueron sus primeros amigos cuando llegó a F. Varela?
-Ya conocíamos a Alcira y Delia De Carlo, las hijas de Don Antonio, y acá conocimos a la familia Giambruno, que tenía vacas en su casa, donde yo iba todos los días a comprar la leche. Enfrente había un hombre que se llamaba Grosso y tenía una quinta. Y al fondo, estaban los japoneses Agarie. Su campo empezaba donde terminaba el nuestro. Ellos nos daban tomates y berenjenas y mi mamá les daba gallinas y pollitos. Ibamos a aprender a coser con María Ferrari, en Avenida San Martín, cerca de la Plaza, y pasábamos por la Pista de Trote, que estaba en Juramento y San Nicolás, de ahí para abajo, donde los dueños practicaban con los carritos. Cuando el tiempo estaba bueno, veníamos en bicicleta por la calle. Y también íbamos a misa todos los domingos. Hasta que abrió la panadería…
-¿Cómo fue eso?
-Cuando se terminó la tierra mi hermano Pepino empezó a hacer la panadería, en 3 de Febrero y Florida. Era la época en que el Padre Vázquez comenzaba con la capillita en Villa Vatteone. Pepino edificaba en una esquina y el Padre, en la otra. Después llegó el Padre Arévalo, que iba a empezar el Secundario Santa Lucía.
-¿Cómo era el Padre Arévalo?
-Tenía un gran amor por los chicos. Quiso abrir un jardín de infantes y no pudo, pero empezó con el Secundario en la capilla. Cuando hacía frío llevaba a los chicos a la tarde a ver cine al Sagrado Corazón, y si estaba lindo, los llevaba a jugar al fútbol a una quinta que tenían los Pereyra Iraola, cerca del Instituto Biológico. Y ahí se les daba a los chicos una merienda. Entre sus grandes colaboradores, estuvo la familia Albarellos. La esposa de Albarellos pedía en la panadería algo para rifar en la Capilla y juntar plata para comprar una bolsa de cemento, o un vidrio para la obra de la iglesia. El altar, de mármol, se lo dieron los Pereyra Iraola. Cuando se juntaba mucho con la limosna, el Padre le dejaba la latita a mi papá para que se la guardara, así no se la robaban, y al otro día la usaba para comprar algunos materiales.
-¿Cuando se abrió la panadería contrataron a alguien?
-Pepino contrató a un hombre que sabía el trabajo, que se llamaba Massera, y era pariente de la gente del corralón Ferrari. Mi hermana María y yo atendíamos el mostrador. En esa época conocimos al fundador de Mi Ciudad. Mi hermana María le pasaba cumpleaños para el diario.
-¿Qué hacía durante su juventud?
-Nos juntábamos en el club Juventud Unida, que ahora es el Club Villa Vatteone. El presidente era Boan. Las mujeres solo íbamos cuando había fiestas, pero los varones hacían deportes y los abuelos jugaban a las bochas. El 9 de Julio era un día de fiesta en el club, que empezaba temprano, con carreras de embolsados y otros juegos, y terminaba a la noche con un lunch.
-¿No iba a bailar?
-A bailar, para carnavales… Y cuando me puse de novia, mi novio no bailaba. Así que se acabaron los bailes. A los 23 me casé.

-¿Cómo lo conoció a «Tobo», su marido?
-Se llamaba Aristóbulo, pero todos los conocían como Tobo. Lo conocí en la panadería. Era amigo de mi hermano, jugaba con él a la paleta en el club, y venía a comprar. Pasó una vez, pasó otra…Nos casamos y nos vinimos a vivir acá, en esta casa.
-Antes de casarse habrá tenido que hablar con su papá…
Más vale. Mi papá le dijo que iba a poder ir a trabajar cuando quisiera, y Tobo le dijo que no, que si me casaba ya no iba a trabajar. El trabajaba en el Ferrocarril, y después se fue ocho años a Australia, con la posibilidad de mudarnos. Pero yo ya conocía la vida de inmigrantes y resolvimos no irnos. Así que volvió. Mis hijos trabajaron en la panadería. Ayudaban y se ganaban algún pesito. Alejandro hacía repartos, sabe hacer pan… Si pusiera una panadería sabría manejarla. Cuando Alejandro salía a las seis de la mañana a hacer el reparto con el abuelo, un día de lluvia, claro que hubiera preferido que se quedara durmiendo. Pero había que hacerlo, era necesario el sacrificio. Y lo hicieron. Ahora no estudia el que no quiere. Lo que pasa es que hay padres que no tienen la voluntad de ponerse firmes. La vida no es todo bailecito y chiste.
-¿En la panadería hizo nuevas amistades?
-Sí. Nos hicimos muy amigas de las chicas de la familia Boan: Alicia, Elvira «Picha» y Celia. Otras amigas, Elena Prado y Pilar Iglesias. Era la hermana de Mariano, el constructor, que vivía en la calle Tucumán. Si empiezo a contar, medio Varela es pariente del otro medio…
-¿Qué le enseñaron sus padres?
-A ser respetuosa, a trabajar, a tirar siempre para adelante. Mi viejo tuvo una vida muy difícil, además de hacer la Guerra. La Primera Guerra. Vino a este país, se casó, se fue a Italia, allá nacieron mis hermanos Lidia y Pepino, estuvo dos o tres años, y como las cosas no mejoraban se volvió a Argentina. Al año de estar acá, por un accidente con un tirante que cayó, la esposa falleció. Mis hermanos eran chiquitos y los tuvo que mandar a Italia para que los criaran los abuelos. Fue un padre presente igual, porque, no sé si comía o se compraba alpargatas, pero siempre les mandaba dinero porque sabía que allá se precisaba. Era el año 1929. Trabajaba en el horno de lunes a sábados. Cuando terminaban de comer se iba a los corralones con un ladrillo debajo de su brazo para promocionar el producto. Después hubo una época en la que les prendían fuego a los hornos de ladrillos. Cuando esto pasó, en 1934 se fue a buscar a los chicos. Y allá conoció a quien fue mi mamá. Entonces se vino con los chicos y se casó por poder un año después. Cuando se bajó del barco, fueron a la Catedral a que el sacerdote los bendijera. Mi papá fue siempre un apoyo muy importante. Y todas las mañanas, aunque lloviera y tronara, venía a traer el pan y las facturas para los chicos. Tomaba unos mates, se fumaba medio cigarrillo, y se iba. Siempre jugaba con los nietos, y les ponía una florcita en el foco de la bicicleta…
-¿Está contenta con la vida?
-Yo estoy contenta con la vida que me tocó. Fue con sacrificios, pero no me pesaron. Si tuviera que volver a hacerlos, los haría.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Le agradecería lo que me dio. Mis padres, mi familia, y solo le pediría un poco más de tiempo para disfrutarlos.


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