Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Extraño fin de año le toca transcurrir a la Argentina. En medio de la conmoción y la incertidumbre por el caso del submarino ARA San Juan, que angustia a los familiares de los tripulantes y a millones de personas, un nuevo hecho de violencia se produce en el Sur para sacudir a la opinión pública a apenas poco más de un mes de la aparición del cuerpo de Santiago Maldonado.
Ahora, un joven de 22 años fue muerto de un disparo en un operativo de las fuerzas de seguridad y como emergente de un conflicto que crece y al que pareciera aún no se mira con la importancia que debería. El reclamo de tierras por parte de un sector de la comunidad mapuche va haciéndose cada vez más violento. La existencia del radicalizado grupo RAM no debe soslayarse. Quienes no reconocen al Estado argentino y pretenden regirse por sus propias normas deben ser controlados con los elementos que la Ley dispuso para ello. La toma de tierras es un delito y la existencia de inverosímiles «territorios sagrados» donde no se le permite entrar a un Juez de la Nación en ejercicio de los atributos que le da la Constitución Nacional no deberían tolerarse con tanta liviandad.
Los múltiples escollos que hubo que superar para buscar y finalmente encontrar a Maldonado, muchos de ellos producto de la impunidad de quienes se creen con un poder superior al de la Justicia, y muchos otros, pesados lastres de un sistema judicial que atrasa y se enmaraña en su propia inoperancia, no parecen haber servido para que se evite ahora entrar en una nueva espiral de burocracia que impida aclarar la muerte de Rafael Nahuel. De nuevo, el Juez tiene que «pedir permiso» para ingresar al predio dónde se produjo la muerte. Otra vez, se intenta dificultar el esclarecimiento de lo que pasó. Cabe aquí preguntarse a quién le conviene enturbiar este caso en lugar de resolverlo. ¿Tal vez a los mismos que usaron el caso Maldonado para intentar voltear al Gobierno? ¿A los que pese a la opinión de 55 peritos, incluídos los de la familia, insisten con la imposible «desaparición forzada» de un cuerpo que nadie tocó?
Mezclados entre muchos que piden claridad y justicia, hay otros tantos que buscan hacer política, y de la sucia, de la que destruye. Son los mismos de siempre: los que no respetan lo que la gente vota, porque no respetan la Democracia ni sus instituciones.
Si queremos crecer como país, alguna vez tendremos que actuar como se hace en los países serios. Apartarse de la Ley puede llevar a episodios oscuros que nadie quisiera volver a vivir. En la década del 70, la violencia de la guerrilla fue respondida con la violencia de la dictadura. Y todos sabemos cómo terminó aquello.
Demasiado dolor. Demasiadas muertes. Nada parece suficiente para detener una escalada que, como todas, empieza de a poco, favorecida por un entorno abúlico que no presta atención a las alarmas apenas se encienden, y que suele reaccionar sólo cuando ya es demasiado tarde o cuando el drama toca a su puerta.
Como lo dice aquel viejo refrán, si no aprendemos de nuestra propia historia, estaremos condenados a repetirla.